miércoles, 7 de abril de 2010

Mauricio Vallina en la Academy of Arts and Minds


Alfredo Triff

El recital de Mauricio Vallina en la Academy of Arts and Minds la noche del lunes fue algo especial, inusual, casi orbital.

No es fácil ser testigo de un recital de piano clásico virtuoso en estos días. No es el piano: es la música clásica, tradición pre-digital, que no es lo que era hace 50 años. Pero ese no es el caso. Vallina es pianista galardonado, estudiante infatigable, moscovita de talento, belga de exilio, cubano de milagro. Fue volado desde Bruselas, la ciudad del simbolismo, por Lili Rentería, para disfrute del público miamense. Qué maga la Rentería, siempre convocando sintonías bucólicas.

Después de la introducción de Manuel y la brevísima de Lili, con frase martiana de alguna carta finisecular apostólica, apuntando a la nobleza de carácter del pianista sin duda, se aparece este hombre angular, chopinianamente huesudo, salido de algún poema de Stefan George, de algún cuadro de Schiele, de facciones quasi-espectrales, pelo encaracolado en cascadas, manos largas, dedos finos. La apariencia misma del virtuoso decimonónico cuarto-decadal. Se sienta escueto, pálido, concentrado. Cunde el silencio y alguna que otra tos aleatoria miamense.

Abre el intérprete con la Fantasía y fuga en sol menor de Bach, arreglo de Lizst, que en las manos de Vallina parecía una bachiana chopiniana de Villalobos. Llama la atención el stacatto caprichoso, seco, de la mano izquierda, como si el pianista pinchara el tambó. Viene el aplauso. El pianista se levanta, saluda, mirando al horizonte, con la cara noble, digna, estoica.

Sigue Le Festin d'Ésope, obra muy difícil de Charles Valentin Alkan. Tema con variaciones pianísticamente caprichoso, disonante de pirotécnica, misantrópico de estilo. Para una segunda pieza (con piano de cola desconocido) es un riesgo seguro que el artista evoca. En la variación VII, este dilettante que escribe queda favorablemente impresionado con la digitación de Vallina, si bien con débil articulación, no menos limpia. ¿Estaría buscado el pianista un tipo de interpretación delicadamente oscura, como nacida de la amargura de un Hölderlin? Son ideas fugaces, appoggiaturas... pero ¡cómo no imaginar la locura, con este soirée musical de cubanos en medio de Coconut Grove, a las 6:30pm, en 2010, en medio de la crisis financiera!

Volviendo a la música: Ya en la variación VIII, la mano derecha de Vallina se torna más caprichosa, románticamente confusa, a propos de Alkan, el virtuoso pianista parece evocar los balkanes, es decir, algún ritmo oriental, primitiv, casi negro en la obra de Alkan. La idea es que todos somos negros (no jodan con tanta fis-nura, el piano es instrumento percutible y percutivo). En la variación XVI, Vallina se torna al teatro del gesto. Larry Villanueva diría al terminar el recital: "qué buen actor es Vallina". Es cierto. La variación XVII es todo atmósfera, ensueño. No importa que las notas no sean exactas, lo que vale es el efecto, dixit, la nota de la nota, cuando esta se embriaga de sí y expresa la filigrana valliniana. Para la variación XIX de octavas se presenta un virtuoso hecho para la mano, el bloque vacío, la secuencia cromática... para la variación XX Vallina tocaba, no el piano, si no el batá del romanticismo. ¡Bravo!

Siguen 3 piezas de Lecuona. La favorita de este dilettante fue "¡No hables más!", de contrapunto sonero, interrumpido por un cubano del público que solariegamente espetó a toda voz: ¡CUBAAAAAAAAA! como si se tratara de una pelea de boxeo. Fue una transición apropiada, moderadamente criolla. 

Vallina cierra con el mismísimo demonio: El Valtz Mefisto de Lizst. Diabolo faustianamente surrealista. ¡Oh, Der Tanz! Qué danza final teogonal. El delgado pianista suda copiosamente. Se seca la cara con la manga de su atuendo gris brilloso. Justo antes de la codetta final, alguna gota de sudor salada penetra el ojo en la lágrima, mientras la brillante figura angular se convulsiona, pie en pedal, espasmódicamente cervical, al ritmo de hálitos pulsivos afro-húngaros. ¡Siá cará! Es Mefistófeles, que ha venido a joder la fiesta. Wunderbar!

Con el Mefisto, el escuálido pianista convocó ese verso maldito de Baudelaire, viajando desde la poética región neblinosa, sulfúrica y tártara:

Il y a dans tout homme, à toute heure, 
deux postulations simultanées, 
l'une vers Dieu, l'autre vers Satan.

7 comentarios:

Galatea dijo...

Gracias Flaco por recrearnos esta maravilla que aun sigue vibrando en el espacio, un placer único verlos allí.

Anónimo dijo...

Me lo perdi por comemierda.HLM

JR dijo...

Sólo le faltó el soundtrack a esta crónica videofonógráfica. Lástima no haber podido asistir, pero estábamos enfrascados la familia Rosado-Dueñas en cumplir con cierta operación de infiltración en la discografía habanera. Tras salmoncito al horno, purecito de papa (orgánica), ensalada abundante en espinacas y feta, va y viene de rieslings, conversación animada, y un postrecillo de fresas servido bajo la brisa de la noche miamense, muchachos, la misión fue placenteramente cumplida.

Alfredo Triff dijo...

Albricias.

Anónimo dijo...

UNA ESTAMPA EXCELENTE A LA FREANCESA

sonora y matancera dijo...

¡vayaaaa! la descripción se merece una ovación... se te mete en los ojos, en el oído, en el olfato... estupendo, AT.

william Rios dijo...

mas me dolio perdermelo cuando lei esto , flaco me mataste