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(Un fantasma gélido se pasea por el salón
en su hemisferio, durare de los mixtos,
¿su sentencia? la mayor circunferencia.
Criticar es hacer cultura –dicen los cultos–
y para esto es idóneo cualquier labio.
Sí, maldecir es dulzura.)
(D'Aurevilly con la mano al pecho a-lo-Byron)
"Cada ola es cual ondina que nada en la corriente,
cada corriente un sendero que serpentea hasta mi palacio,
mi palacio fluido se erige en el fondo del lago,
en el triángulo del fuego,
en la tierra y en el aire".
(Mérimee) "Si la oreja no se dejara seducir tan fácilmente
los placeres que ofrece el arte de la música
no serían tan numerosos".
(Deschamps) Aquí, de modo infalible, la pretensión choca con la razón.
¡Qué afectado te ha quedado! –objeta de Borel, ojeando su reloj de faltriquera.
La afectación no me disgusta, la borra el tiempo –aclara Sainte-Beuve con una muequita e índice regordete enhiesto.
(La Grisi) Conozco dos tipos de afectación. A través de uno, el autor parece decirle sólo al lector: quiero ser claro, o quiero ser exacto, y ahí no nos disgusta. Pero algunas veces trata de decir también: quiero brillar, y entonces fracasa.
(Risitas apagadas)
Para afectación está el arte de la pintura –exclama Daumier a paso de tacón sonante en suelo de parquet.
¿Por ejemplo? –inquiere Mérimee acariciándose el chivito algo cano.
¿Démodé? –interviene Deschamps desde la duda timorata.
El romanticismo, afectación crónica (interviene Sainte-Beuve)
(Murmuros de extramuros en la sala)
Pareces decirlo con halagüeño menosprecio –apunta Borel, arreglándose el rizo cabello.
¡Cómo no ser romántico en pleno siglo XIX! (deplora la Baronesa de Maistre)
(Borel declamando, diestra en el pecho y el brazo extendido)
¡Oh, siglo XIX, hervidero cruento y ardiente, melancólico y postrero, ¡venid!
(Aplausos desganados)
Daumier, no es fácil fungir como pintor del gran Bonaparte –Sainte-Beuve agrega, mientras enciende y succiona la pipa calabash con un gesto de sacar humos de invención de una marmita de brujería.
¡Ni ganar el Premio Roma! –añade Mérimee, dibujando círculos fantasiosos en el aire.
Muchos han ganado ese premio y desaparecido del mapa –aclara La Baronesa Maistre.
(Daumier, profundizado en volcanes profundos mientras fuma) ¿Qué decían del pintor Tiburcio? Leyó muchas novelas, vio muchos cuadros; como perezoso, prefirió vivir de la fe de otros; amar con el amor del poeta, contemplar con los ojos del pintor, y por tanto conocía más retratos que rostros. La realidad le repugnaba.
(Barbey por joder) Concuerdo. Yo prefiero la seda Charmeuse a la piel de una mujer.
(La Grisi, preguntona) ¿Cuál es su pintor favorito Maître Daumier?
(Daumier, algo empinado) ¿Quién va a ser? Moi-même!
(RISAS)
Volviendo a la literatura –solicita la Baronesa de Maistre con una sonrisilla.
Sainte-Beuve, ¿qué piensas de la
Madame Bovary en la
Revue de Paris? Con cada entrega aumenta mi interés.
Madame de Maistre, Flaubert nos ha ofrecido una nueva manera de hacer novela –contesta Sainte-Bauve, matter of factly.
Asfixiante en los detalles (deja caer Barbey, cual testigo imparcial, hurgando la bandeja de hors d'ouvres) ¿Qué queda a la imaginación?
"Vana imaginación que en mil intentos
alimenta vanos pensamientos" (entona Deschamps, algo teatral)
Tengo por regla general: siempre que el escritor piense sólo en su lector, se le perdonará... si sólo piensa en sí mismo, se le castigará (manifiesta Grisi acomodándose en la silla Luis XV de tafetán rosado)
Su ideal estético es escribir como un artista y describir como un científico. Su padre era doctor –responde Deschamps.
Veterinario dirás –observa Barbey, mientras inspecciona sus uñas esmaltadas.
Flaubert padre era un cirujano respetado y profesor de medicina en Ruen –aclara Sainte-Beuve transformado–. Es, además, un amigo querido.
Se han reunido aquí varias veces –pronuncia La Baronesa de Maistre.
Imagino un tercer invitado (sugiere Mérimee, sin comprender que entre la congruencia y la incongruencia no hay apenas diferencia)
¿Quién será? –canturrea Deschamps con la cautela del calamar.
¡En efecto! (añade Sainte-Beuve)
La Baronesa anuncia otra intervención operática de la Grisi en la sala del piano.
Quisiera agregar algo –dice Deschamps, sacudiéndose flequillos de la chaqueta de terciopelo de brocado florido. El juicio es una facultad fría y fuerte; el ingenio, una facultad delicada y viva.
(Barbey) En cuanto al libro que mencionas... en ciertos volúmenes encontramos luces artificiales demasiado parecidas a las de los cuadros, de igual manera se vuelven mecanismos acumulando oscuridades en algunas partes; en otras las diluye.
(Deschamps) Hablas en parábolas. Con esa clase de lenguaje parecido a los espejos convexos o cóncavos, que representan los objetos tal y como los reciben, pero que nunca los reciben tal y como son.
(Sainte-Beuve) Las palabras, como el vidrio, oscurecen todo aquello que no ayuda a ver mejor.
(Barbey) Menciona un intelectual serio que merezca mi atención.
(La Baronesa hace un ademán delicado con el abanico) Voltaire, par example.
(Barbey, entre enfático y fantasioso) ¿Voltaire? Puedo verlo, con el gran sombrero antiguo del que caen los dos cordones emborlados de los viejos patriarcas y con un largo bastón, fino y distinguido de alpinista de las ideas, de viajero siempre hacia las cumbres.
(Daumier) Artista, intelectual y corruptor.
(Sainte-Beuve) Gran disociador de ideas.
(Deschamps) Evangelista después de los evangelistas.
(Borel) Sembrador de dudas porque hasta de la razón duda. Dijo una vez. "Tendrás razón, lo cual es bien poca cosa".
(RISAS)
(La Baronesa de Maistre, como asomándose a una ventana con bambalina de cretona) En su
Diccionario filosófico leí: "La sensibilidad es casi un instinto, la experiencia más dilatada y la ciencia más profunda".
(Grisi, imaginando alguna reflexión que el entusiasmo enfría) ¿Qué quiso decir con "la experiencia más dilatada"?
No tiene ciencia: se es sensible o irritable (asegura Daumier con cara de buho medio tiempo)
(Deschamps) ¿Y qué es la sensibilidad?
(Sainte-Beuve) Una molécula.
(RISAS)
(Mérimee) Molécula sensible de organismos sociales y biológicos, complejos agregados, como el enjambre de colmenas atrincheradas
en la Rue Saint-Maur.
¡La revolución! (grita Borel, con sus ojos chicos –más chicos que nunca– sus ojeras medicales). Aquí un bordado o una esclavina allí unas cintas o algún adorno de brocados al chaleco y entonces pertenece uno a los cruzados.
(Mérimee) ¿Dijiste "revelación"?
O a los protestantes (alude Mérimee, copa en mano)
o
la Fronda (concluye Madame Falcon con una suave carcajada)
(Barbey, enrollando el mostacho) Es un hecho que habla de la madurez de nuestras costumbres que la vestignominia se haya vuelto casi una rama del arte creado por
Gall y Lavater.
¿Vestinogminia? Me huele a vestidura.
(La Baronesa de Maistre) Hace tiempo deseo preguntarles. ¿Qué es esa cosa llamada dandismo?
La mirada va de Barbey a Borel,
de Borel a Deschamps,
de Deschamps a Barbey.
(Barbey) ¿El dandismo? Una teoría completa de la vida.
(Deschamps) Vivir un mito.
(Borel) Hacer del mito vida y escritura.
(Deschamps) Es una enfermedad pegajosa e incurable.
(Sainte-Beuve) Es un ser raro, crítico y metódico; más empírico que teórico.
(Barbey) Soy uno de los pocos profetas que quedan. Tengo facultad de lanzar miradas de mil años.
(La Grisi) Qué maravillaaaaa.
(Barbey prosigue) Creo en el valor de lo abismal, pero dejándolo en su lugar, pues en la superficie sería inútil, pernicioso y desconcertante.
(APLAUSOS)
(La Baronesa de Maistre, ufana) Olvidan algo. ¡No hay dandi sin salón!
¡Bravo! (exclaman los aludidos)
(Sainte-Beuve) Barbey, ¿te consideras experto en materia de salonerías?
(Barbey) Que responda la baronesa.
(La Baronesa se levanta y señala al susodicho) Barbey d'Aurevilly es siempre bienvenido en esta casa.
(Borel) Ibas como vestido de sargazos y conchas. Con ese aspecto de duende que debiera tener el dandi de lo vital. Había que ver cómo caía por las comisuras dragónicas de tu boca en la confluencia de bigote y barba la rojiza sangre del ocaso que hay en los moluscos.
(Mérimee) ¿El Campo de Marte? Me ha parecido siempre un un largo y verdoso París para futuras movilizaciones.
(Deschamps) Largo como una lombriz.
(Barbey) Odio el gentío, los hoteles, las estaciones, y el alejamiento de mis queridos Mina y Julius (refiérese a sus dos gatos abisinios).