miércoles, 29 de enero de 2020

Fama y redes sociales versus tragedia comunitaria

JR

Hace apenas 48 horas las redes sociales y los principales medios de difusión comunicaban y difundían a una velocidad imparable la pérdida de una leyenda del baloncesto. La repercusión estaba más que justificada porque el reconocimiento social de una personalidad como la de KB explica por sí sola la dispersión de la noticia. Facebook, Instagram y otras redes hacían trascender la pérdida del atleta y sus acompañantes a rangos de dramatismo ciberestelar. Yo también estrujé mis manos una contra otra cuando recibí la noticia. Me cagué en la niebla que malogró la experiencia del piloto del helicóptero. Lloré con Le Bron, no la partida de un amigo, pero sí la de un deportista amado por sus cualidades y su competitividad. Me lamenté con mi compañera de la inmensa caída de una mujer que perdía a su esposo y a su querida  hija de un solo golpe. Terrible. Nos preguntamos uno al otro cuántos años transcurrirían para recuperarse, si se logra, de tamaño drama. Y a ello sumarle el resto de pérdidas de vidas humanas, dos de ellas aún en su etapa más inocente. Doloroso. En extremo.

Pero, me pregunto, ¿qué hacemos con ese episodio eclipsado por la prensa internacional de las tres niñas aplastadas por el derrumbe de un balcón habanero acaecido horas después? En el caso de Kobe, se emitió hasta una fake news de años atrás para ilustrar la caída fatal del helicóptero. Pero en el caso de estas inocentes cubanitas solo ha campeado la imagen del balcón derrumbado. Y, cojones, permítanme soltar un sollozo porque yo tengo hija. Y tengo mi nieto. Ambos en La Habana. Y si me los aplasta un trozo de hormigón extraviado, por obra y gracia de la indolencia de la dictadura, juro que mi cerebro y mi corazón no van a parar de clamar venganza. 

No sé qué van a hacer los padres de las chiquillas, pero de lo que sí tengo certeza es de que las redes sociales y los medios tienen que amplificar esta tragedia. Y hay que doblarse de dolor. No son famosas. No hay medallas, ni juego de las estrellas. Niñas con solo el trofeo de su disfrute de barrio. Humildes hasta la mismísima orilla de la angustia. Agazapadas en el pudor de la pobreza. Seguro habitaban espacios a punto de demolerse que olían a keroseno. Sus panties posiblemente raídos. Las medias deshilachadas. Apenas usaban fragancias y desodorantes. Regresaban a casa para alimentarse de un tentempié miserable para depués festejar la existencia con música barata. Ellas seguro que disfrutaron de los Grammys en algún TV ajeno privilegiado con antena clandestina, y sabían quién era Kobe. Y chateaban por WhatsApp con miembros de las redes como ustedes. Y se conectaban por WiFi para nutrirse de los chismes vecinales. Y trataban de descubrir el mundo en una más exacta dimensión. Pero su universo, el real, el decadente, se ha estado cayendo a pedazos desdichadamente desde que nacieron. Y esta frase pudiera haber sido metáfora hasta que definitiva y fatalmente dejó de serlo. 

Las víctimas mortales del derrumbe son María Karla Fuentes y Lisnavy Valdés Rodríguez, ambas de 12 años, y Rocío García Nápoles, de 11 años. En paz descansen.
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El primer reporte en medios internacionales aquí.

Ver respuesta tardía, breve y precariamente doliente de Díaz-Canel

lunes, 20 de enero de 2020

la piel siente frío pero el frío no siente la piel


aLfreDo tRifF

Debe recordarse al lector de lo relativo de las cosas. La elasticidad de lo conceptual que toca las cosas y las cosas que tocan a las ideas: es un círculo. Un mundo de asuntos acaecen entre idea e idea. O entre idea y acción, con las cosas de por medio. El mundo nos contiene y también contiene la historia que aquí se relata.

Las ideas son como gente que ronda de aquí para allá, a veces sin motivo. Tal vez los motivos no le atañan a la mente. ¿Cómo saber lo que sabe? El saber siempre se ignora. La verdad de las cosas nos toma la vida. Y la verdad de la vida envuelve las cosas. Se trata de ver algo que uno mismo hace o piensa y que parece no haber sido ponderado aún, o que no lo será jamás. Hay que caerle atrás a la pregunta, conocer no ya la duda, sino su dolor. ¿Dónde se origina todo eso? Acaso ese lugar no esté en la mente. Hay más que mente en el dolor.

Se ha dicho que hay un abismo entre intención y acto. Lo que sucederá ahora es un caso típico de los espacios entre lo que se piensa y se hace y entre lo que se hace y lo que sigue. Déjese al poder de la causa a un lado, y el efecto puede confundirse con su causa. Detrás de eso yace el infinito del resbalo.

Se dispone a sacar el dinero de la caja fuerte de su jefe. Es un empleado de confianza. Lo ha planeado todo desde hace tiempo. Con paciencia, con atención al detalle. Es irónico que la mayoría de los robos hayan de ocurrir entre gente que se confía. La confianza es una cercanía y allí hay siempre un peligro que acecha.

La mente no conoce sus razones. Parece contradictorio, porque cuando alguien hace algo, lo hace con una idea en mente. Se cree que una idea es eso tan sólo. Pero no es así. Por ello se tiene una idea equivocada sobre la mente. Ahora, por ejemplo, la idea que existe es que pueda caer tan bajo. Que pueda hacer algo así. Y si después de hacer la pregunta siente ese vacío de no saber que responderse, es porque no hay nada que decir cuando la idea se ha liberado de sus paredes protectoras. Alguien objetará que así no se pregunta. Que la historia exagera la discontinuidad entre idea y acto. Sin embargo, es probable que la pregunta estuviese por debajo de otra idea, una que justificaba la respuesta que nunca se dirá uno mismo. O lo que es peor, una respuesta ignota. Cabe preguntarse por qué habría de conocerse todos los negocios de la mente. Hay asuntos no pensados -y hay asuntos impensables.


Una idea a mano es que tiene la mejor razón del mundo para hacer lo que hace. Uno siempre tiene razones. Bueno o malo es relativo a dónde estamos en ese momento. Claro, hay siempre deseos de por medio. Ese deseo crea una necesidad. Pero ya aquí estamos de nuevo en las ideas. Lo que nos ocupa es un buen ejemplo. Se verá en un momento que la explicación de lo que ocurre no yace en lo que se piense. Hay algo que va mas allá de la idea pura. Algo que torna la idea en movimiento. Quien inquiera la verdad debe ir detrás del perfil de las palabras, al vacío de lo predecible de los gestos y unir esos trazos separados de historia. Puede que el lector haya notado que la voz que habla no es sólo la voz que piensa.

No está nervioso. Le sorprende que todo marche con esa mecánica perfecta, casi trivial. Como si no estuviese haciendo nada fuera de lo rutinario. Como si robar fuese una cosa de costumbre. Debiera sentir profunda aprehensión, no ya temor. O una especie de ansiedad. Sentir no frío, sino la idea del frío en la piel.

¿Qué motivación o deseo lo lleva ha hacer algo que le es indiferente? Ahora lo que necesita es no esperanza, sino un poco de confianza en sí mismo. En un momento así, cuando se presume que todo salga bien, para que todo tenga al menos un viso de sentido. ¿Actúar sin propósito? Como si no deplorara su falta de entusiasmo, esa falta de deseo. No en el deseo, sino detrás de la idea de tenerlo. Como alguien le llamara desde afuera, con las ventanas cerradas, en un día lluvioso.

Se siente mejor que otras veces ha pensado -ante la ausencia de sentirse bien. Se necesita saber más del asunto mismo. Proyectarse ese mundo lleno de ideas para tener razones. Ellas hacen la historia. Pero siempre hay huecos. Las razones se van por las hendijas. Uno confía en que las razones pueden guardarse, es decir, la idea de las razones.


Ahora duda que jamás ha pensado qué le llevó a éste punto. Descubre que necesita tener la idea de una convicción sagrada. Siente que va de un lado a otro, sus ideas corren de cuarto en cuarto sin dirección. Quisiera que el pensar fuese como abrir la puerta y tropezarse con un rostro conocido y amable. Siente que camina sobre un sentir imaginario. No reparó que ha llegado al último fajo de billetes. Y la realidad lo substrae de ponderar, de desenterrar ideas interminables, encadenadas por los más nimios motivos. De ahora en lo adelante comienza una nueva vida, se dice (o acaso fue una idea en un espacio sin paredes). Cierra el zipper de la maleta que contiene los fajos y se dispone a salir.

Justo antes de abrir la puerta percibe que alguien se dirige a la oficina. Puede ver a través de los cristales ahumados la figura de alguien conocido. La silueta que se mueve hacia la puerta que él necesita cruzar. Alguien vestido con una ropa negra, ese color que le sugirió a su jefe para el viaje. ¿Es que no se ha marchado aún? ¿Habrá tenido un accidente y canceló sin avisarle? ¿Habrá dejado un mensaje en el contestador telefónico? No tiene tiempo para decidir y siente que no puede esconderse y le asalta la idea que oye claramente la cerradura de la puerta que cede ante la llave y que el picaporte muévese a la izquierda y que un clic seco y metálico indica que la puerta ya se abre y entra un frío colosal por esa rendija y tiene la idea que alcanza a mirar el débil quicio que muestra un rostro que no puede distinguir con claridad precisa pero que sin embargo (en esa cuestión de un instante) le produce la vaga intuición de una certeza que debe ser imposible.

La figura, o la cara de la figura vestida de negro, se mueve. Parece dejar el rastro de su propio movimiento como coagulado en el aire, la cara a la izquierda y ese perfil emerge con la claridad mas exacta que haya visto jamás. Una faz sin un asomo de sorpresa, sin miedo alguno. Una cara que conoce desde hace muchos años de verla todos los días en el espejo.

viernes, 17 de enero de 2020

La croqueta: patrimonio nacional



JR

Se ha celebrado por todo lo alto el Día Internacional de la Croqueta, esa receta que algún día nos inventaron los franceses para deleite de la merienda rápida. Se le atribuye la iniciativa a Louis de Bechamel, responsable del menú del rey Luis XIV. Pero, los historiadores afirman que fue el chef Antoine Carmenere quien le dio acabado a la idea al recubrir la fritura de la masa bechamel con una capa crujiente. Y, bueno, hay más hipótesis que la remiten a los cocineros florentinos del siglo XVI.

Lo cierto es que en Cuba, desde que tengo uso de razón, la croqueta tuvo un lugar especial en el consumo nacional. Se dice que ya muy temprano en el siglo XX, introducida por los españoles, invadió el paladar cubano para no abandonarlo jamás.

Mi madre preparaba la masa bechamel pero mezclado con la textura proteica. Picadillo si eran de carne. Les aclaro que estoy hablando de la década del sesenta AOF (antes de la ofensiva revolucionaria) del siglo pasado. Hebras de pollo si eran de pollo, o bacalao, si eran de bacalao. Mi padre decía que una croqueta a base de bechamel nada más no era croqueta. Y recuerdo que la preparación de la hebra era tan especial como la bechamel. Tenía su rollo. El viejo le dedicaba tiempo y secretos.

Con los años la croqueta, a falta de carne, fue sustituyendo en Cuba a la popular frita. Y la historia de la receta fue evolucionando a la par de la degradación del status quo de la sociedad cubana bajo la dictadura. Antes de su definitiva decadencia, una de las más famosas eran las de la cafetería La Cocinita cerca del Hotel Riviera, en la época en que todavía te servían ketchup en la mesa.

En la medida que faltaban ingredientes fundamentales y el componente proteico desaparecía, la croqueta en el territorio nacional asumió las variantes más insospechadas. No obstante, fue adquiriendo cada vez más protagonismo, no tanto para la alimentación, como para mitigar la sensación desolada del estómago.

Croquetas hechas de harina por dentro y por fuera. Croquetas grasientas, “enchumbadas” en manteca de manera tal que recubría el epitelio estomacal y lo protegía del ataque de los jugos gástricos del hambre, o de los embates del ron Legendario o la Coronilla. Croquetas concebidas de los materiales más disímiles. Si en Europa desde hace siglos se conocían las elaboradas con patatas, en la Cuba revolucionaria  se concibieron de yuca, de boniato, de lentejas, de chícharos, arroz, de quimbombó (con su babita), de cáscara de plátano y de “averigüe usted qué”…Masa cárnica, pasta de oca, picadillo de soya, fricandel y no se sabe cuántos otros pecados inconfesables de la cocina de Satanás.

¿Quién no se acuerda de aquellas croquetas pegacielo, cuya fórmula indescifrable las hacía un manjar propicio para ejercitar los músculos bucales y faciales y nos entretenía durante largo rato en el esfuerzo de despejar con la lengua paredes y conductos destinados a la entrada de alimentos en el organismo humano, sopena de exponernos al susto de una obstrucción respiratoria? No obstante, aquel mortero cochambroso adquirió junto al huevo y los chícharos un rol heroico en la supervivencia del pueblo.

Los que conocimos en la infancia lo que era una croqueta genuina, nos fuimos decepcionando con su trayectoria histórica en la medida en que el desastre comunista nos arrojó a la cuneta.

Por ello, los que nos fuimos, una de las cosas que más agradecemos es poder haber recuperado el encanto de la receta. Acá en Miami, es quizás la presencia más reconocida en las cafeterías de la ciudad. Las hay famosas. La croqueta de jamón del restaurante Islas Canarias, para mí la más representativa en cuanto a elaboración y sabor para el gusto criollo. Las de bacalao de Casa Paco, donde nuevamente nos topamos con la deliciosa hebra. Las de espinacas de Vicky o Gilbert Bakery. Las de prosciutto de Galindo Restaurante. O las cuban-american de Finka.

La más discreta croqueta en Miami es, indiscutiblemente, una croqueta digna. Sana. Está hecha con diligencia y ganas de vendérselas al comensal. Nos recuerda a los cubanos por qué alguna vez se convirtió en patrimonio nacional. No hay nada como paladear su masa saborizada, ligeramente atizada con sal, sin galletitas ni acompañante alguno, para luego degustar un buen café.

¡Ah, croqueta, sabemos que volverás con la fuerza de antes!, junto a todo ese goce usurpado: el de los pastelitos de guayaba, el del son auténtico y la libertad sin racionamiento. Volverás con todo el decoro del plato monárquico, no como te llegamos a ver, ultrajada y adulterada.

Ya los cuentapropistas en La Habana, dicen que la han estado rescatando y la han convertido nuevamente en una oferta apetecible. La van enalteciendo como un monumento con vigencia. Bueno, al final de la jornada, todo lo rescatable espontáneamente en Cuba es un homenaje a los caprichos cortesanos de la otrora metrópoli. Golosina local para cronistas y viajeros. Y son ganas de que el mundo se fije de nuevo en la isla y son trampas para atraer. Tanto para europeos, como chinos, rusos y, sobre todo, para el imperialismo yanqui, un monstruo al que el pueblo en penurias necesita tanto.

viernes, 10 de enero de 2020

Fiesta roja en la Moncloa



JR

No sé yo ustedes, pero estoy feliz con la investidura de Pedro Sánchez.  Sé que de ahora en adelante me van a injuriar, pero reflexionen, las naciones requieren de etapas de crecimiento. España desde su primera república añoraba esta utopía. Una utopía de mierda, pero utopía al fin. Nunca se concretó. Los golpes de estado. La guerra civil. El franquismo. La transición, la movida, el despelote. Pero al final, Pedro Sánchez inaugura el pabellón rojo de España. Estoy dudoso con esto de la ñ de España., pero bueno al final nos pondremos de acuerdo.

Miren, los pueblos, como a nuestros muchachos en la adolescencia les hace falta una buena patada por culo para que crezcan. Y eso es lo que hay que entender. La nación española está inmersa como en batidora en un periodo de aprendizaje.

No, se los aseguro. No va a haber libreta de racionamiento.  No va a haber ofensiva revolucionaria interviniendo los pequeños negocios. No va a haber una Primera Declaración de Madrid, ni se va a declarar la condición socialista del estado español, ni se va a declarar una guerra al imperio americano y se va a denunciar al bloqueo yanqui.

Hay quienes han acudido a las redes sociales con esas teorías alarmistas. No, amigos míos. La Europa y la España contemporánea se comportan de maneras más sofisticadas, permeables y pragmáticas.

El gobierno de izquierda absoluta en la Península entraña varios peligros y se los enumero, aunque estoy seguro que se me quedan cosas e invito a los comentaristas a agregar:

Control de la jerarquías de la administración pública, eximiendo a candidatos de otros partidos
Discriminación y vigilancia de acuerdo a la militancia política desde niveles superiores hasta la base comunitaria. El ciudadano, indiscutiblemente, se va a sentir vigilado. Muy vigilado
Manipulaciones del erario público justificados por argumentos populistas y susceptibles de corrupción
- Raptos en los pretendidos presupuestos
Purgas partidistas
- Adhesión y apoyo moral  a dictaduras de izquierda en América Latina (la hija natural de la metrópoli, roja por cierto ahora)
- Emisión de decretos propueblo en el orden social y económico que generarán regresiones en la rentabilidad financiera del estado español. Y no me refiero a las medidas de beneficio social congruentes, sino a las que no lo serán
- Adoctrinamiento marxista en el sistema educacional completo: desde la enseñanza básica hasta las universidades
- Choques internos entre la izquierda moderada y la izquierda extrema. Olvídense de la oposición natural del centro y la derecha
- Nudo en la solución al tema catalán
- Negociaciones con el régimen de Putin
- Desafíos desatinados a la política norteamericana 

Me veo en la obligación de hacer una parada en el último punto. No creo que la línea del nuevo gobierno español va a causar mucho entusiasmo en el Presidente Zanahoria y eso es un big problem.

Si bien España ha sido el país europeo de crecimiento sostenido económico más estable hasta el momento, su economía sigue siendo después de la de Grecia, la más frágil. President Mr. Carrot tiene un manifiesto problema con la flexibilidad de pensamiento. Y es que sencillamente no tiene flexibilidad. Se lanza y se retracta, o se lanza o se retracta. Pero en su mente no fluye un abanico de opciones. No porque las desprecie. No se equivoquen. Sino, sencillamente,  porque las desconoce.

Imaginémoslo como un irlandés que acude al bar y si hay algo que lo enfada estrella su jarra de cerveza contra la mesa. Después pide perdón o tiene un gesto cortés o radicalmente no lo tiene y se muestra más hostil. Piénselo, es algo humano que ha tocado en la presidencia que no tiene arreglo y hay que admitirlo y aceptarlo.

Pues bien, esa alimaña pelicolorá si le da por imponerles sanciones a los rojos españoles por apoyar a Maduro, al régimen de La Habana, a los kirchneristas argentinos, al presidente comemierda de México, a los sátrapas nicaragüenses,  los hace mojones con confeti.

La estabilidad financiera alcanzada por el lamentablemente vilipendiado Rajoy se va a bolina.

Pero a los rojos les gustan las orgías de las cloacas. Las disfrutaron en los tiempos en que asesinaban a curas y feligreses en los templos, mientras que sus militantes eran liquidados a mansalva en las calles. La humanidad no olvida aquellos tiempos, españoles. Todavía andamos tras los restos de Lorca y no sabemos quiénes son más culpables si los generales o los líderes sindicales.

Ahora la sangre no va a llegar al charco. Pero los euros si van a engrosar los bolsillos. Porque no hay nada más corrupto en este planeta que un comunista.

El gran triunfador de esta movida indiscutiblemente es VOX. Se crecieron en las elecciones y se apuntan como los sustitutos naturales paras las próximas. Siguiendo el movimiento pendular de la época a ellos les toca. Como sucedió con Trump después de Obama. Ese es el futuro de España.

Les deseo, hermanos españoles, una feliz fiesta roja en la Moncloa. Entre la de ustedes y la nuestra, los cubanos, hay sus matices. A nosotros nos clavaron con una pinga por más de seis décadas.

Ya les explico, una pinga es un músculo genital, pétreo como una mandarria en la entrepiernas de un negro mandinga. Ustedes son penetrados por una polla. Un miembro reproductor sexual masculino más sonrosado, más terso, casi nada subsahariano y mucho menos agresivo. Entalcado, intelectual y deliberadamente más conceptual. En fin, más blandito, aunque disfrutable por esa drag queen guevarista pelilarga a la izquierda de Sánchez, a la que por cierto, ya dos socios míos nichardos que son bugas me han dicho que si la atrapan están seguros que la ponen en cuatro, le sueltan el pelo, la ponen a mamar y después la hacen gemir como a una puta. Vaya utopía erótica la de esos pervertidos, me digo yo. Qué mentalidad tan poco civilizada y a la vez tan incandescente. Una fantasía de tintes rojos, por cierto, más allá de si la relación es consensuada o no.

miércoles, 1 de enero de 2020

La salida a la maldición (de lo imprevisto)


aLfreDo tRifF

Lléguese a la casa, insértese la llave y ábrase la puerta. A simple inspección percátese uno que todo está en su sitio de costumbre. Todo intacto: el sofá en la esquina, la pipa en el librero, los cuadros en la pared, la mesa con el florero encima y el vaso de agua medio lleno que se tomó antes de marchar. Nunca nadie abrió la puerta y esperó lo opuesto, pero imagínese que cada vez de vuelta, las cosas en la casa cambiaran milagrosamente en número y lugar. ¿Podríase regresar con certeza a la cama querida, al calor del hogar, o a esa mujer amada que nos espera?

Mucha gente obliga la realidad por su tácita ignorancia –acto de voluntad fallido de cambiar las cosas a como de lugar; hemos crecido oyendo que la realidad se conquista y el credo moderno se hace sagrado.

Si el planeta tierra estallara en pedazos poco o nada cambiaría eso el universo. A tal punto se llega que un virus ignorante e inodoro se considera una maldición profética, ahí tenemos el llamado calentamiento global (como si no fuera global y universalmente necesario que lo fuera –en caso que lo fuese, digo).

¿No es patético que una llovizna pertinaz nos haga maldecir el día y la hora? Por otra parte, admito que hay algo gélidamente inerte en la facticidad de las cosas que da espanto. Yérguese la voluntad entonces como un tipo de conquista; lucha inútil contra lo inequívoco de las circunstancias.

Ante la debilidad y el infortunio algún que otro sabio concede lo dramático de la finitud. Se tropieza uno con la miseria y entonces percátase uno de su precariedad y nos invade una sospecha angustiosa y solemne. Solo quien vive su cruz conoce su desnudez frente al repentino azar.

La infracción de lo imprevisto puede ser abrumador, pero tiene remedio: un diazepam –o cualquier antidepresivo– oficiará conciso recurso. Pero el efecto de una tableta resultará efímero, más si el reposo anhelado contradice el azaroso estímulo que representa la infracción de lo previsto.

Habrá que entender que un plan puede fracasar; comprenderse lo eventual que es darse una ducha. Habrá que encogerse de hombros cuando el tráfico va despacio, cuando perdemos el mobile, o cuando descubrimos una nueva arruga en la cara (el azar gana siempre demasiado para carecer de sentido).

Ciérrense los ojos, respírese profundo y déjese la mente sorprenderse más allá de la realidad.