domingo, 28 de febrero de 2016

¿Alguien dijo Oscar?


Jesús Rosado
Este 2016 las candidaturas previas a la  ceremonia élite de la academia hollywoodense se han visto sacudidas por la polémica de la exclusión. La más evidente ha sido la concerniente al distanciamiento de las opciones de la piel oscura  de toda posibilidad de premiaciones. Nunca se ha visto tan prejuiciada la selección y, sin embargo, ha sido un año de filmes comprometidos con el tema de la negritud. Títulos significativos como Straight Outta Compton, Chi-Raq, The Hateful Eight, Creed y Beasts of no Nation abordan la cuestión étnica y racial desde diversas visiones que van desde la crítica historiográfica hasta el análisis sociológico del tema de la violencia en la población negra. En las cintas que cito hay suficientes ejemplos de ideas originales, buenas actuaciones y habilidades en la producción como para restarle avance al blanqueamiento de las nominaciones.
Parcializaciones de este tipo son las que fuerzan a la intuición y a los gustos a explorar en los márgenes de la industria.

Si ya son más que predecibles los oscares a un Iñárritu con su The Revenant (endeudado hasta el tuétano con la impronta de Tarkovski), a un Di Caprio que ha estado en lista de espera desde desempeños mayores, a una Brie Larson impresionante en su papel de madre en Room o un animado conmovedor como Inside Out.  Si hay filmes como Spotlight, Trumbo o Son of Saul que, ganen galardones o no, realzan el concepto de cine, bien vale la pena relacionar un conjunto de obras que a lo largo de los últimos doce meses han ido llegando a estas latitudes por diversas vías para ampliar y dar lustre a la cultura cinematográfica del espectador estadounidense a cierta distancia de los parámetros de Hollywood.

Recuerdo por ejemplo que fue en mayo de 2015 cuando asistí a la proyección de The Salt of the Earth (2014), documental de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, primera pieza monumental que nos impactó por su belleza fotográfica y el aliento poético con que se acerca a la obra de Sebastiao Salgado.

Poco después veríamos Ex Machina (2015), película de ciencia-ficción británica de singular concepción, dirigida por Alex Garland, de argumento cerebral, con un sofisticado sentido del diseño  y lograda como thriller. Toda una muestra de lo que se puede alcanzar con talento y originalidad aún con poco presupuesto.

Vino después Güeros (2014), filme mexicano de Alonso Ruiz Palacios, realizada en blanco y negro, un atractivo homenaje a la Nouvelle Vague que tiene entre sus méritos aproximarse por primera vez a las convulsiones del movimiento estudiantil sin apologías y asumir con enfoque sarcástico el izquierdismo tradicional de la juventud latinoamericana.

También pudimos disfrutar de Loreak (2014), exquisita película vasca en la cual lo pueril es elevado a categoría de arte a través de delicadas actuaciones que realzan la propuesta. De Italia nos llegó Youth (2015), del conocido Paolo Sorrentino, quien esta vez, sin el glamour e intelecto de La Gran Bellezza, nos entregó un filme de hermosa puesta, plena en autenticidad y agudas reflexiones sobre el tema de la tercera edad.

Otro filme a mencionar es Love (2015) de Gaspar Noé, que si bien no está a la altura de aquel proyecto convertido en pieza de culto titulado Irreversible, es un drama erótico (casi porno) digno de verse por el estilo tan personal de Noé a la hora llevar a la pantalla la historia y por la soberbia fotografía de la que hace gala en los atrevidos planos.

Singular así mismo es la manera de hilvanarse un thriller como Goodnight, Mommy (2014), filme austríaco de Veronika Franz, que transita con sorprendente habilidad de lo que aparenta ser un drama psicológico hacia una escalofriante historia de horror.

Otra película de desconcertante encanto es The Lobster (2015), del director griego Yorgos Lanthimos,  que arrancó críticas mixtas, pero en la cual el realizador se compromete con los recursos de Ionesco y arma un producto de  disparatado argumento que a la larga se ajusta al estado actual del ser social. Un material docente ideal para profesores de filosofía.

Sería injusto obviar, como lo ha hecho el circuito de la Academia, a Black Mass (2015), dirigida por Scott Cooper, basada en el gangster Whitey Bulger, jefe del crimen en Boston, película cuyo único pecado es la linealidad cartesiana de su trama, pero que presenta a un Johnny Depp difícilmente repetible, apoyado por un conjunto de sólidas actuaciones.

Lamentablemente no he logrado ver El Club (2015) del chileno Pablo Larraín de la cual he escuchado muchos elogios, aunque sí he recién disfrutado El Clan (2015), la pieza de Pablo Trapero basada en el caso policial del Clan Puccio, convertido en suceso a comienzos de la década del 80 en Argentina. Un filme que ratifica a Trapero como realizador excepcional y que sigue evidenciando la calidad del cine argentino.

A los que, como yo, siguen siendo tradicionales devotos de la amistad, les va a fascinar Truman (2015), dirigida por Cesc Gay, una narración conmovedora que evita los tintes rosas de la emoción con un Ricardo Darín todo temperamento y un Javier Cámara, ejemplo de histrionismo sutil.

Para el final he dejado el filme que más me impresionó en el periodo recorrido junto a la húngara Son of Saul. Un filme de cuidado nivel de realización,  fotografía impresionante y memorables actuaciones de Idris Elba y el niño Abraham Atta. Hablo de Beasts of no Nation, rodada en Ghana, dirigida y escrita por Cary Joji Fukunaga. La cinta relata la historia de un menor que pierde a su familia en la guerra civil y es reclutado a la fuerza en una de las guerrillas del país.  El filme es desgarrador testimonio de la violencia imperante en las regiones africanas y del triste rol de la niñez dentro de esa barbarie. La película comienza con una secuencia de antología cuando un grupo de chicos intentan vender en la aldea el maltratado casco de un televisor y son los propios chicos los que dramatizan deliciosamente la programación del aparato inservible.

Como pueden apreciar, salvo Son of Saul, no hay otro título en la relación que haya calificado para emparentarse con la familia Oscar. Y es que, como les trataba de decir al principio, a estas alturas, entre la academia y el cristiano que suscribe hay serios problemas de sordera.

sábado, 27 de febrero de 2016

la cara del insecto


en miami bourbaki un corto análisis sobre [[la cara]] del insecto, no ahora desde el antropomórfico samsa de kafka, sino, desde la teoría fenomenológica de emmanuel levinas y la curiosa mirada de clarice lispector.

¿tiene cara el insecto?

levinas no responde. pero su filosofía abre el camino.

jueves, 25 de febrero de 2016

Peceras


Foto: Ingeborg Portales

Cristina Fernández

En la pecera nuestra se vacían varias latas de Red Bull y Monster a diario. “I’m in love with the coco”, cantan los devotos de esa nieve que se escurre en algunos rincones, a donde mi curiosidad no llega. Puede que sí escurra un poco de la caja de Zifandel, ese vino descolorido que se usa para hacer ciertas salsas. Se bebe mucho café, salido de esa máquina que costó diecisiete mil dólares. El día de su develamiento congregaron a los camareros, que miraban con incredulidad el aparato. Las camareras se toquetean entre ellas, o juntan sus traseros mientras bailan, para aligerar la cansona tarea de pulir cubiertos y copas. El fregador de Little Haiti las mira, tan blancas, tan depravadas… Les muestra sus dientes de oro, con los que las mordería de no ir contra las reglas. Otro fregador, reducido hasta los huesos de tanto alcohol, colecciona autos vintage. Trabaja y trabaja para mantener sus carros. “Y qué? Otros se lo gastan en mujeres que ni agradecen…” Está Jeffrey, que viene cada media hora a pedirme su galleta de chocolate. Soy su enfermera, aunque a veces se me adelanta y se lleva la ración a escondidas. Dicen que su cara está deformada por el crack. ¿Quién sabe? Puede que de pronto empiece a sudar como un cristal helado y salga corriendo por la puerta de atrás, pero siempre regresa.

Este es un restaurant exquisito. Tiene un pequeño cuarto donde se acomodan los vinos de Bordeaux, los del valle de Napa o del lago Sonoma. Está justo antes de llegar a los baños, donde puedes ver a las mujeres retocarse sus luces y sombras. Y hasta rescabuchar las uñas pintadas de esos pies enfundados en sandalias de gladiadoras de lujo. Por cada paso que den o mirada que crucen contigo, te dirán “I’m sorry”. Nunca sé bien de qué se disculpan.

Por delante del cristal, está la otra pecera: la magnífica, la que resguarda la media luz y filtra hasta los pensamientos. Allí no llegan nuestros improperios, nuestras blasfemias. Tampoco la voz de María cuando me cuenta de sus sueños recurrentes. “Ya ni la melatonina me ayuda a dormir bien.” En una de esas obsesiones nocturnas se está peinando y el peine se le atasca entre pedazos de carne, que no logra sacar por duro que tire. “Branzino, branzino”, le gritan luego con insistencia, y hasta puede ver los lengüetazos del fuego en el horno. Cuando no es el pelo, es la mascarilla de grits que acompaña los camarones en un plato, cubriéndole la cara. “Y tú, no tienes pesadillas con esto?”, me pregunta. “Las tenía, sí, cuando hacía los sushis. Pero masticar hojas de romero me ayuda. Es bueno para la memoria.” Me mira como quien está a punto de acceder a una panacea insólita. Le doy una hoja para que mastique, pero no le gusta el sabor ni la textura de esas agujas finas en la cavidad de su boca.

El disgusto la lleva a razonar: “¿Pero si es bueno para la memoria, cómo es que puede hacerme olvidar todo esto en la noche?” Le explico que tiene que ver con el “lamb rack”, la manera en que se acomodan la carne y los huesos como un tepee, y encima lo corona la yerba verdísima, enhiesta. Es el triunfo de la memoria sobre la depredación, la corrosión del vivir. Pero a la vez, esa rama sobre el costillar me ampara de no olvidar que soy un carnero entre otros. Algo así, he tratado de decirle a María. Pero ella ha comenzado a descreer de mí y concluye que estoy más loca que Jeffrey. Y que no duda que algún día yo también salga corriendo, pero sin retorno, por la puerta de emergencias.

sábado, 20 de febrero de 2016

Mis 20 minutos con Umberto Eco


Alfredo Triff

En el año 2005 tuve el honor de presentar a Umberto Eco de paso por Miami, invitado por el Florida Center of Literary Arts del Miami Dade College, en su gira promocional por Estados Unidos, con The Mysterious Flame of Queen Loana.

Llegué media hora antes como había acordado con Mitch Kaplan y Cristina Nosti. La presentatción tenía lugar en el amplio auditorio del Edificio 3 de MDC. Al llegar encontré al famoso hombre de las fotos: algo calvo, grande, vestido de saco y corbata, portando esos espejuelos metálicos, ovalados, al estilo de los años 70. Nos estrechamos las manos y reparé en sus dedos regordetes.

Eco tenía una voz pausada, profunda, algo rasposa, de aliento pesado. Traía conmigo dos de mis textos favoritos suyos: Opera Aperta y El péndulo de Foucault, que pedí me firmara. Me senté a su lado y sirvieron café.
Aunque con actitud jovial Eco no sonreía. Su cara parecía una máscara cuidadosamente estudiada.
— ¿A qué se dedica? —me preguntó, y salió a relucir la filosofía.
Comenzó por confesarme que el profesorado no era realmente su vocación:   
— Escribir requiere profesión de soledad. Los libros me acompañan y me alejan de la gente. ¿Cuál es su filósofo contemporáneo favorito? —inquirió con tranquilidad, mientras tomaba un sorbo de café.
Confieso que ante una pregunta como esa mi pluralismo puede congelarse. Lanzé un nombre:
— Nelson Goodman.
— Anglosajón —respondió enseguida.
— Sí — dije— Por otra parte muy europeo. ¿Lo conoce?
— Fenomenalista y nominalista —continuó— sin responder mi pregunta. Asentí con un gesto.
— Bueno... se refiere al Goodman temprano —añadí automáticamente, como para entrar a un plano fértil.
— Y al tardío —objetó con cierta chispa en la mirada.
— No sé si sabe que mi libro El nombre de la rosa tiene mucho que ver con el nominalismo. 
— Lo he leído —dije instintivamente. Eco parecía tener en mente un tema aledaño.
— El nominalismo es la metafísica herética de la Edad Media. Desafortundamente no tuvimos heréticos nominalistas en Italia.
— Pero tienen a un Tomás de Aquino —sabía que Eco había escrito su disertación doctoral sobre la estética en la obra del gran filósofo medieval.  
Eco hizo raro gesto de incredulidad, mientras con su pluma de fuente dibujaba garabatos sobre un cuaderno de notas.     
— ¿Cuál es su herético favorito de la Edad Media? —pregunté.
— Ockham, por supuesto. Muy hábil. Ni el papa Juan XXII ni la iglesia pudieron con él.
Eco trató entonces de acomodartse en la silla más pequeña que él.
— Le cuento: Traduje un par de ensayos de Nelson Goodman en mis años universitarios.
— ¡Qué coincidencia! —exclamé.
— Hay más —mirándome fíjamente— El Péndulo de Foucault está dedicada a ese momento único de la Edad Media en que el nominalismo desplaza al neoplatonismo.
— La Edad Media alta —asentí.
— Exactamente.
— ¿Y cuál es su libro favorito de Goodman? —me atreví a indagar.
Ways of Worldmaking: una obra maestra.
Otro sorbo de café y otra vez esa gran humanidad trató de acotejarse en la silla.
— Ese libro es el tema central de mi tesis de grado —dije enfáticamente como esperando una explicación.
— Otra coincidencia —me miró de reojo—. Le cuento que Goodman estuvo por la universidad de Turín a principios de los años 70. Era muy respetado en Italia.
— No sabía.
— ¿Ha leído The Island of The Day Before?
— Por supuesto.
Ahora Eco hizo una pausa.
— Pero no lo trajo con usted para que se lo firmara.
Quedé atónito. No quería defraudarlo. Entonces pretendí ojear mis notas, sintiendo sus ojos negros escrutándome por encima de los espejuelos, que ahora le colgaban a la mitad de la nariz.
— El capítulo 34 de esa novela está dedicado a Nelson Goodman. —Enunció con cara circumspecta.
Re-al-ly? —interpelé enfáticamente. No era posible que Eco estuviera gastándome una broma.
— No explícitamente. Está titulado "Monologue on the Plurality of Worlds". Volvió a fijar la mirada por encima de los espejuelos.
— También le dedico una buena parte de un capítulo en mi Semiotics and the Philosophy of Language.
Maestro (apuré con un acento que pretendía algo de italiano), tal parece que el experto en Goodman es usted.
Fue a este punto que Eco sonrió por primera vez. Hizo un ademán pausado de negación con la cabeza. Otro sorbo de café.
— Para nada. Me agrada que tengamos el mismo gusto.
Alguien me llamó. La presentación estaba por comenzar. El público comenzaba a inquietarse.
— Ha sido un placer —dije.
Eco se levantó protocolar y cordialmente.
— El placer es mío. Buena suerte.  

lunes, 15 de febrero de 2016

La inmadurez política del cubano



Ignacio T. Granados Herrera

La inmadurez política no es invalidante para el criterio, pero definitivamente lo distorsiona al determinarlo desde su raíz; ese es el tipo de problema al que se enfrentaría la comunidad cubana en los Estados Unidos, desde su propia experiencia, políticamente traumática. Para el caso, una verdad de Perogrullo —nunca sobran— recordaría que el trauma explica la inmadurez pero no la soluciona; por lo que, por más legítima que sea la dificultad, más le vale al individuo sobreponerse a esos terrores de la infancia… y madurar al fin. Todo esto es a propósito de un paralelismo malévolo que se ha establecido entre las figuras de Fidel Castro y Bernie Sanders; que no deja de ser maligno aunque recurra a la propia filiación socialista de Sanders, sencillamente porque Fidel Castro fue de todo menos socialista. Lo peor es que la asociación no se detiene en el fantasma de Castro, que aún determina la vida de los cubanos hasta en el exilio; sino que se extiende a otras figuras no menos polémicas en su ambigüedad ideológica, como Hitler, Lenin, Mussolini y Franco.

Que Fidel Castro todavía determine la vida de los cubanos hasta en el exilio, es francamente lamentable; sobre todo expone esa dolorosa inmadurez, por la que no han sido capaces ni siquiera de resolver el problema cubano, y todavía pretenden comprender el norteamericano; por más que sea cierto que ese problema norteamericano también les es propio, como comunidad al fin y al cabo insertada en suelo norteamericano; pero lo que sólo añade complejidad al asunto, no lo aclara, y mucho menos ayuda en el discernimiento de una solución. Las diferencias entre Fidel Castro y Bernie Sanders son sencillamente tan abismales, que sólo se pueden negar desde la retórica; es de ahí de donde se concluye la malignidad, no por una cuestión moral, sino por ese pésimo hábito de la tozudez. Es en definitiva esa tozudez lo que denota el nivel de inmadurez, como una incapacidad para el razonamiento de buena fe; haciendo de toda discusión un ejercicio inútil, pues ya está claro que lo que va a ganar no es nunca la razón.

Más allá de esa obviedad conviene entonces enumerar siquiera algunas de esas diferencias; que siendo abismales sólo añaden perplejidad ante las dimensiones de esa inmadurez, que hace a los cubanos tan obstinados contra la realidad. La primera de estas diferencias no sería —como puede parecer— el concepto mismo de socialismo en uno y otro caso; ya que como principio, está claro que Fidel Castro no era socialista así lo creyera él mismo, porque era sólo un matón manipulador. La primera de estas diferencias sería el ascendiente de Sanders como un político con amplia experiencia en el Senado de los Estados Unidos; que no sólo no es el Senado de aquella Cuba de antes de 1959, al que ni tan siquiera llegó Fidel Castro en su personalísima gesta de violencia consuetudinaria; sino que además es la plataforma de negociación más eficiente que ha tenido la Modernidad, y en la que Sanders ha sobrevivido con no poca ganancia y sobre todo mucha dignidad.

Después de eso, sí tocaría discutir el sentido de esa filiación socialista, aunque habrá que dejar eso de lado por la comprensible incapacidad nacional para superar el trauma infantil; para llegar de cualquier modo al tenso equilibrio en que las fuerzas políticas forcejean en esa plaza pública que es el Congreso de los Estados Unidos, imposibilitando todo lo que no se atenga a un consenso siquiera mínimo. De eso se trata, del equilibrio de poderes en los Estados Unidos, que hasta llega a permitir la corrupción en ellos con tal de mantenerse; y en el que un individuo como Sanders puede influir, dando un sentido a la fuerza, pero sin que llegue a sobrepasar el nivel de tolerancia de la estructura total. Quien recaiga en la comparación maligna con el método avieso de Fidel Castro, habrá de recordar que ese Castro pudo hacerse con el poder en Cuba porque sí tuvo un gran poder de representación; aún si eso fuera para concentrar en sí lo peor del pueblo cubano, que eruptó como un grano en la lozanía adolescente de nuestra cultura nacional, para frustrarla en su adultez.

sábado, 6 de febrero de 2016

wu-wei


hay una fuerza mayor que no se ve pero discretamente le da forma a la vida.
es el camino del universo.

se llama tao.


el tao no actúa,
pero todo lo hace.

si surgen deseos, consérvalos en el fondo,
en aquella simplicidad que no se puede definir.
la simplicidad que no tiene nombre está libre de deseos.
si no hay deseos todo está en paz,
y el mundo se endereza por sí mismo.

el principio anterior es wu-wei.

miércoles, 3 de febrero de 2016

El simbolista


Maurice Sparks

Su problema era que veía un símbolo en todo. Iba caminando y se encontraba una mierda de perro en la acera y le veía un significado. Si la mierda había caído dentro del cuadrado, esto significaba que iba a tener un día perfecto. Si, por el contrario, el excremento descansaba encima de una de las líneas, se hundía entonces en una sofocante desesperación: su día iba a ser un desastre.

A veces iba manejando y se ponía a estudiar las placas de los automóviles. Pongamos un ejemplo: MUE452. Lo que a cualquier persona le parecería una inocente combinación de letras, a él le parecía una terrible pre- monición: la muerte lo estaría acechando en la esquina de la calle cuatro y la avenida cincuenta y dos. Entonces cambiaba de ruta aunque esto significara llegar dos horas tarde al trabajo.

Antes de almorzar, contaba los granos de frijoles. Si el total era un número par, almorzaba feliz. Si por el contrario la suma arrojaba un número impar, el almuerzo terminaba en la basura. Con las sopas hacía algo muy peculiar también: observaba los fideos con atención. Si tres fideos se habían asociado caprichosamente para formar un triángulo, la sopa era tomable. Pero si el azar había querido que se creara un rectángulo, la semejanza entre esta figura geométrica y un ataúd era suficiente para hacerlo perder el sosiego y el apetito.El día que murió atropellado por el camión de la basura iba entretenido tratando de descifrar la forma caprichosa de unas nubes de verano.