sábado, 6 de marzo de 2010

El tiempo combate con el sol y la luna consuela la tierra

Lydia Cabrera

Dicen que el rey Embú es el tiempo, y que en Guankila casó con Ensanda, la Ceiba majestuosa. Pero allí, la hermosa Ensanda era estéril y el Rey la abandonó. Embú se marchó buscando por toda la tierra a la mujer más fecunda, y al llegar a Tángu-Tángu, el último pueblo conocido -allí acaba el mundo- encontró una mujer que sin el menor esfuerzo, sin dolor, dio a luz ante sus ojos un número de hijos increíble. Cuando esta madre asombrosa se alzó del suelo y contempló sus vástagos innumerables, lanzó un grito lastimero y comenzó a llorar amargamente. El rey Embú, sobrecogido de admiración y extrañado de aquel pesar tan súbito le preguntó:

-¿Por qué lloras, de qué te aflijes, mujer extraordinaria, Moana-Entoto, que sin dolor tienes la dicha de parir tantos hijos?
-Lloro porque el padre esplendoroso que los engendra no tardará en quemarlos.
-¿Quién es ese hombre que abrasa a sus hijos? ¿Cómo se llama? ¿Dónde tiene su morada ese hombre esplendoroso?
-Este hombre es el Sol, el Rey Tángu. Vive arriba en la sabana, Ensuro, con una concubina albina, de pestañas blancas, de boca fría, llamada Gonda, que no concibe.
Embú le dijo: Yo soy Embú, el rey que nunca se detiene, el rey que corre a través de todo. Si me das tanto hijos como a Tángu, subiré a Ensuro y lucharé con él.
-Sí- respondió ella.

Y Tángu y Embú sostuvieron una guerra interminable: Tángu lucha fieramente todo el día y en vano se esfuerza por paralizar a Embú, que avanza por sus dominios cobrando su espacio a cada instante. Al fin, acorralado en el último extremo de Ensuro, Tángu se rinde y rueda pesaroso, desangrado, al fondo del abismo. Ha perdido en reino que Embú le arrebató palmo a palmo. Cae no se sabe dónde; en alguna caverna insondable y allí reposa escondido. Embú regresa junto a la mujer que concibe incesantemente y le dá millones de hijos como a Tangu. Embú se tiende a su lado y parece que descansa de su prole inmóvil.

Asoma Gonda, blanca y silenciosa con sutinaja llena de rocío y la derrama compasiva sobre el vientre de la mujer fecunda que el sol rabioso abraza de día; humedece a sus hijos dormidos que por ella no se marchitan. Cantará el gallo. Resucitará Tángu radiante, nuevo, poderoso. En el desierto del Cielo recomienza la eterna lucha del rey Embú y el rey Tángu. 

6 comentarios:

Anónimo dijo...

En llama el texto este........

Anónimo dijo...

Cuanta maravilla!!!!!!!!

sonora y matancera dijo...

KO técnico, cabreriano

JR dijo...

Hermoso texto de Lydia. Le confiere mística al amanecer y atardecer de cada día.

Anónimo dijo...

qué paso con los comentarios?

Anónimo dijo...

CENSURA
AQUI SE LLEVAN LOS COMENTARIOS!!!!!