sábado, 1 de agosto de 2009

(Ul)traje


Cristina Fernández

Siendo niña y en consulta con la sicóloga, ésta me pidió que le esbozara una figura masculina y su contrapartida. La figura de hombre resultó un payaso con todos sus atributos: nariz de bola, ropa con parches, zapatones. La mujer devino en una india con poncho de rayas, sandalias y trenzas colgando. Las preguntas llegaron luego: “¿has ido al circo recientemente?”, “¿has visto alguna película sobre indios?” Sin duda la especialista hacía su trabajo, pero mas allá de una lectura cifrada mi elección me permitía matices y detalles, colores imaginarios y vivacidad, que con una pareja ordinaria tal vez no hubiese sido igual. Era un hecho creativo, pienso hoy desde la lejanía. No sé qué interpretación le dio mi anfitriona al hecho, si artístico o traumático, lo cierto es que ese recuerdo me provoca nostalgia de una época en que no era yo quien tenía que dar explicaciones a mis significantes. De un tiempo para acá no me resulta fácil la contemplación de ciertas cosas; el traje masculino por ejemplo. Me refiero al clásico, de cuello, saco y corbata, al que nunca pensé encontrarme campeando por su respeto en esta tierra de cocodrilos y naranjales. Dos hombres en particular atizan mi compulsión cuando pasan, como dos empleados de pompas fúnebres, a comprar sus vasos de café en el Starbucks de la esquina. Siempre a la misma hora, cuasiahorcados en sus fidelísimas corbatas, los zapatos lustrosos,sin una mueca extra, un tic nervioso, un desvío de la mirada hacia objetivos menos subjetivos. Me despiertan una obsesión tenaz de hacerlos tropezar, sacudirlos, dejarles caer una lluvia de fango encima de sus telas ridículas. No son los únicos, ni siquiera es su iniciativa, pienso para dispensarlos. Pero otra voz me responde: eso es lo peor, no son los únicos ni tienen iniciativa. No entiendo cómo pervive ese conjunto de piezas que dicen apostar por la elegancia. Yo diría que apuestan por la incomodidad. La de portarlos en clima caluroso, mantenerlos limpios, acompasando lo costoso del disfraz con las poses requeridas. Me abruman. También suele pasarme con el pelo planchado de las damas, los zapatos refinados de señora, los vestidones de novia de las vidrieras de la Miracle Mile, los accesorios de bodas y bautismos…, en fin, que mi lista se va haciendo larga y tendenciosa. Creo que necesito de esa buena mujer cuyo trabajo era, entre otros entuertos, descifrar mis cándidos dibujos. Tal vez pudiera ayudarme a sobreponerme de esta fobia ligera pero persistente. A veces me levanto y digo: hoy todo va a cambiar: ellos se darán cuenta de lo inútil del ropaje (Supongo que a los sans-culotte les tomó su tiempo librarse de ver aquellos pelucones anémicos de la nobleza). Cuando Alan Watts, allá por los años sesenta, escribía sobre una serie de asuntos vitales que podían incidir en la actitud de sus congéneres y que iban desde la fe hasta la vestimenta, recomendaba el uso de una ropa cómoda, aireada, al estilo asiático. Que de paso ayudarían con su demanda a sustentar un mercado local en los países productores de esos tejidos, por demás estéticamente más deseables. Lo dijo un intelectual nortamericano, no sea que digan que los recién llegados nos mostramos inconformes con el orden de cosas del país que nos acoge benévolo. Fue dicho hace unos cuarenta años, para que tampoco digan que sólo en las islas el tiempo discurre con proverbial lentitud.

11 comentarios:

LopezRamos dijo...

Me has hecho recordar a una amiga que cada vez que veía a estos tipos impecables y perfumados se divertía imaginándolos sentados en un toilet, estreñidos y sudando frío.
Lindo post, Cristina.

La Mano Poderosa dijo...

De acuerdo. No se por que un buen sombrero con ala no se usa, ni trajes de material fino. Ya nos hemos convertidos en gitanos y eurotrash. Hasta he visto individuos en oficinas con flip-flops. Me recuerdo cuando tuve mi negocio, y siempre me vestia de traje y con una corbata bien colgada. Como van las cosas, regresaremos a andar en pañales o como la epoca de los hombres de cueva.

EL DIRECTOR dijo...

Pues yo creo que el traje occidental no ha sido superado por ninguna otra vestimenta en cuanto a propiciar una imagen masculina organica y funcional. Es una pena que que el sombrero y otros artilugios se han ido abandonando por la costumbre y los prejuicios de la modernidad, cada ves mas esquematica y segregante.

sonora y matancera dijo...

creo que puedo confiar que padezco de la misma "fobia ligera pero persistente: lo inútil del ropaje", lo incauto, lo aborrecible de las capas de los uniformes con que nos convertimos en ingenuos párvulos, una y otra vez ultrajándonos...

estupendo texto, CF, hilvanado con rítmica e inteligente observación.

Anónimo dijo...

Cris, recien te leo y se q eres tu!!!!! y como siempre lo disfruto mucho, ya te estaba extranando por nuestromiami.


inge

EL DIRECTOR dijo...

Estar desnudo siempre es mejor, pero si la urbanidad exige vestirse, no hay dudas de que lo mejor en un buen traje.

De Sastre dijo...

El traje es el mensaje.

JR dijo...

La cultura del vestir tiene muchos horizontes y para el gusto se han hecho estilos. Para mi criterio, es tan original y atractivo observar a un caballero o una dama impecablemente vestidos -siempre que tengan buen tino de elección- que aquellos que asumen la desfachatez, el kitsch o el desenfado como apariencia. El problema es hacerlo con gracia, con identidad y, sobre todo, con higiene. Hoy día, la sofisticación que ha adquirido el consumo al vestir, incluye desde que una popular trademark lave con piedra un jean hasta que un estilizado corte Clavin Klein se confeccione con parches de tejido hindú. Hay que tener open mind para el atuendo actual y asimilar que cada cual se vista como le dé su reconsultívera gana. Como si le da, sencillamente, por no vestir.

La Mano Poderosa dijo...

"El habito hace al monje"!

Anónimo dijo...

Regresaron, yo pense que estaban en Cuba, como hablan tanto de alla.

Anónimo dijo...

Que bien que estan de regreso. Que agradecidos son ustedes con los que los agasajan. No todo el mundo es igual.