martes, 20 de agosto de 2013

Octavas digitadas

Foto: Ernesto G.
Rosie Inguanzo

Afuera hay un calor de pantano, pero desde donde escribo, hasta que mengua la luz del día, sentada en la Barcelona o en el sofá verde frente a la doble puerta de corredera de cristal anticiclones, la temperatura es agradablemente fresca. Por las tardes y por las noches llueve contra el cristal y los relámpagos descargan su belleza. Escribir, devorar varios libros a la vez, ayudar con la cena. El sonido constante del violín me es tan grato y necesario que si no está me desasosiego; la mejor siesta de verano es tirada descuidadamente bajo el influjo repetitivo y voraz del violín: Las octavas digitadas procuran la emoción estética perfecta. Este verano hubo mucho jazz y se consumó un nuevo proyecto que es como un hijo bienamado por el que se teme la vida que tendrá.

La tarde no puede más que oquedades, vapores multicolores; se alisa y corre la cortina de las horas transparentes. El vaho de las cosas quiere figurar en las nubes.

El verano se dilata un poco fuera del tiempo: Trotar el campo de golf cuando cae el sol bajo la penca de las ramas, recorrer las galerías de la biblioteca de UM y las galerías de los supermercados de comida fresca, probar delicias culinarias con los amigos. Dice A.: “Los ojos de la comida son las muelas y la lengua. La buena comida se define en términos de colores y texturas”. Porque la experiencia gustativa es multidimensional: turgencias, aromas, paisajes. Evoco la sensación submarina de un cangrejo que casi agoniza en la boca -extravangancia límite.

Pero yo vivo aguijonada por la degradación física de mi madre, por las llagas en su pierna, las curas, la administración de un diurético traicionero, las muchas visitas al médico. El verano se acaba y quedan momentos ungidos en la mayor tristeza y un sabor de placeres robados. Luego ha sido un verano dulce-amargo; porque hace años que despierto cada vez con una sensación de alarma, ya sea de madrugada o con la llegada del amanecer más fastuoso —vivir en un penthouse tiene el regalo del silencio y los cielos.

7 comentarios:

Teresa dijo...

Bello, sensible como tú, rosa preciosa. A tu ladito siempre, T.

JR dijo...

Las edades del verano, Rosie. En cada etapa de la vida, julios y agostos discurren con distinto calobar. Comprendo el permanente estado de previsión hacia ese cordón umbilical que nos involucra con el planeta. Lo comparto como puede hacerlo quien, al igual que tú, recorre los días dividido entre vivencias y vigilia consagrada.

sonora y matancera dijo...

nuestros viejos en decadencia y nuestras vidas en limbointervalos. ay, who knew, not I, said Cubicaperucita. y mientras, único consuelo, la nube de ceniza fertilizante que un día seremos.

pero rico, rubia, que pudieras disfrutar un poco de tu nido estival, del buen comer, y su colorido foreplay entre tus finos dedos. ah, y el violín... bueno que sea indiscutible e indispensable, ese sonido, para ti.

solía Sono "salir" con una dra que mientras "internaba" y estaba de guardia, me invitaba a acompañarla, pues era el único tiempo libre. tocábase ella el violín, y a veces, lo hacía en el hospital. la idea de que muchos murieron escuchando aquello tan bello me consolaba durante esas citas románticas tan sonoríficas.

salud, y benvenuti.

Anónimo dijo...

Mi verano en Barcelona ( no en "La Barcelona")se combinaron el sofá primitivo de casa de mi madre y las lecturas de sus diarios que más que hablar de "heridas" son hirientes pare el "otro" (cualquiera que esté delante a la escucha), Pero hay un film de Bergman que es una joya que se llama "Un verano con Mónica" este es otro tipo de verano...cada uno tiene sus verano haya o no violines junto a al balcón. Un besito.

Amílcar Barca

La mujer adriática dijo...

Leo el texto y no puedo evitar recordarlos. No están, los cuidé y no merecen el olvido. Quizás mis palabras puedan parecer crueles: cuidar a tu madre será siempre un recuerdo amargo y dulce como el de este verano.

Amargo por la desazón y el sufrimiento de ver sufrir a quien amas. Dulce porque la recompensa de estar a su lado te hace mejor hija y mejor persona.
Tu belleza luce en cada uno de los actos que le dedicas a ella.

No olvides jamás que ella lo tendrá siempre en cuenta; mientras viva y cuando la sientas suspirar sin verla.

La mujer adriática

Anónimo dijo...

verano dulce amargo... como la vida... Pero qué sería de nosotros si junto a ese aguijón no tuviéramos esos ritos, esa música, esos árboles para pasear bajo ellos nuestro desconcierto. Un abrazo!
Cristy

Anónimo dijo...

Texto y foto se complenentan muy bien. Koan lirico-visual. MI