miércoles, 27 de marzo de 2019

Nos vemos, Tomás


Jesús Rosado

A Yolanda, Oneida, Carlos, Gisela, César, Daína, Enrique, Yvonne, Jesús y, por supuesto, a Terence 
Ha muerto Tomás Piard.  O ha llegado a un destino codiciado, reunirse con su hijo Terence, un joven talento que heredó de su padre el genio cinematográfico. Terence murió entre las olas de Tenerife cuando preparaba su proyecto cinematográfico más inmediato. De su muerte los padres nunca se recuperaron. Tomás siguió canalizando la pérdida a través del arte. Yolanda, la madre abnegada, se convirtió en un despojo humano.

Conocí a Tomás a finales de los 70. Cursaba yo los últimos años de la carrera. Pertenecía al grupo de Teatro Universitario. Y comencé a frecuentar el Club de Cine Aficionado de la Casa de Cultura de Plaza del cual Tomás era fundador. Me invitó a formar parte del proyecto Sigma y acepté. Simultáneamente nos integramos al grupo de teatro Olga Alonso dirigido por Humberto Rodríguez. Tomás estaba ávido de recibir clases de dramaturgia. Recuerdo de entonces el ejercicio previo a la puesta en escena de El Cuento del Zoo de Edward Albee donde Humberto me asignó el papel de Peter y Tomás asumía el rol de Jerry. 

El ejercicio nos unió para siempre. Tomás me repetía constantemente a partir de la experiencia que  “el día que acometa un filme sobre un hombre común y corriente capaz de una acción extrema tú eres el actor”.  El proyecto nunca se concretó, pero nació una amistad honda, plena en afinidades,  en la cual la longevidad de las madrugadas compartidas en los parques habaneros era las más disfrutable evidencia.

Fui testigo del debut de Daína Chaviano y César Évora como actores de cine en el formato de cine amateur. Presencié el primer coqueteo con la pantalla grande de Yvonne López Arenal gracias a Tomás. Asistí a la devoción que Piard mostró como actores hacia mis entrañables amigos Carlos Olivera y Oneida Hernández, una inseparable pareja hoy asentada en Valencia.

Compartimos guion en La Victoria en 1979.

Fui asesor del trabajo de diploma de mi pareja Haydee Luján, para graduarse en el ISA en 1987, sobre el Cine Amateur en Cuba, con todo un capítulo dedicado al cine de Tomás Piard, el cual obtuvo calificación de sobresaliente.

Y Tomás no sabía cómo agradecernos, aunque yo le repitiera una y mil veces que era él quien nos había enseñado la mística del séptimo arte. 

Recuerdo tu apartamento del Vedado, Tomás, ornamentado con posters de Delon y las películas de Truffaut. 

A tus padres, eternos ángeles custodios de tu amor por Yolanda y por tu Terence niño. Tu Terence adolescente, asomándose al balcón sorbiendo toda la luz que desde adentro y afuera lo nutría. 


No olvido los toques tímidos a tu puerta y las entradas de Gisela Rangel como una mariposa. Una de tus musas recurrentes, protagonista de los más logrados desnudos que conseguiste en la pantalla, en los que eras un meticuloso perfeccionista.


Tomás, eras el guajiro culto que se devoraba las erres al hablar, pero que derrotabas a cualquiera en términos de ilustración. Dominabas las tendencias avant-garde del arte, la última palabra en filosofía  y eras capaz de dar los consejos más pragmáticos en la vida cotidiana. Noble, sensible, enciclopedia abierta, tu corazón hospedaba a todo el que arribaba con inquietudes existenciales. Y tenías el don de redescubrirnos la vida.

Preservabas en ti, para los que intentan cuestionarte, todos los miedos de los intelectuales cubanos bajo décadas de dictadura. Estabas atento a los miedos de Virgilio y Lezama. Te sobrepusiste al pánico e intentaste revindicar a Lezama antes de tiempo. Te costó recelos y vigilancia. Fuiste el más cojonudo de los cobardes. Y te hizo víctima de nuevos miedos. Nunca fuiste un valiente. Eras un incesante desafiante de ti mismo, incluyendo tu cobardía. Hiciste del terror una actitud digna de mérito.


Hasta el momento en que te dejé de ver, Tomás Piard , no dejaste de creer en la utopía revolucionaria, un sueño distante del autoritarismo. Eras fiel a ese credo y fuiste estoico ante los bandos de amigos y enemigos. Creías en la socialdemocracia y que Cuba era su destino natural. Tu idealismo era un competidor insuperable.


Tu obra merece comentario aparte. Fuiste un descubridor y forjador de talentos. Tu cine amateur es una obra trascendental. Le sacó el máximo al formato de 8 milímetros y a los silencios de un cine huérfano de recursos para legar una obra magistral. Miradas, expresiones dramáticas, lenguaje corporal, manejo sofisticado de la banda sonora y el tratamiento underground del discurso hacían de cada corto tuyo un objeto inusual de la atención crítica. 


Sé que te quisieron despedazar innumerables veces y, al final, te convirtieron en un mito.


El acceso al cine profesional con todos sus recursos debilitó tu propuesta. El lenguaje entonces perdió consistencia. La dirección de actores se mostraba precaria. La intención experimental persistía pero solo para hacerle reflexionar al espectador “ah, si esta pieza hubiese caído en manos de Bergman.”. No supiste qué hacer con todas las herramientas que te alejaban de la miseria logística que en el proceso de creación te hizo grande.

Tus mejores realizaciones en los últimos años fueron las series de televisión, proyectos convencionales muy distantes de tu estilo estético peculiar.

Pero el sello Piard, el primigenio, el transgresor, sin dudas, ha dejado un legado. Que nada que ver tiene con la obra de Gutiérrez Alea. Ni con la de Solás. Y mucho menos con la de Fernando Pérez. Ojalá algunos de ellos hubiese asumido la intención de Piard.

Piard es la irrupción de Tarkovsky, Antonioni, Passolini, Jiří Menzel en el talento de cineastas y críticos cubanos recién amanecidos que se mostraban hambrientos de arte en los albores de los ochenta. De cineastas y apasionados iniciados que acudían voraces al ICAIC y a la Cinemateca con otra visión del séptimo arte gracias a la influencia de Tomás, el más cinéfilo de los cinéfilos. 

A partir de entonces, las jornadas de cine extranjero adquirieron otra connotación. Se hicieron vivaces y coloridas, gracias él. A su magisterio. A su rol de gurú en la fanaticada cinematográfica. Tomás Piard es lo que considero en el ámbito de la cultura cubana un pregonero ilustre. Lo que hoy llamamos en lenguaje contemporáneo un influencer.

Por eso considero que la decisión de Yolanda, la viuda de Piard, es la más sabia. Las cenizas de Tomás serán lanzadas al aire desde los pisos más altos del 23 y 12 del Vedado habanero. Como para que el aura del cineasta se mantenga flotando sempiterna sobre sus seguidores y aprendices. Ese ángel Piard que es exploración, experimento y laboratorio. Y su manera de hacer arte alternativo y lo que ello significó como expresión emancipada merece hacerse rito repetible cada vez que surja un nuevo talento cubano. Benditas sean, pues, esas cenizas suspendidas en la brisa habanera.

Claro que, tú y yo ,Tomás, no tenemos nada que ver con esa esa ceremonia funeraria. Nosotros nos hablamos en cualquier momento, amigo mío. Nos vemos y conversamos. Cuando haya un chance. Solo quiero que te cuides, Tomás, si la recomendación vale en tu nueva dimensión. Un abrazo, entrañable amigo. Aquí estoy esperando saber de ti.

1 comentario:

Manuel Iglesias dijo...

Me has hecho llorar. Entré a su cineclub, a su casa y a su vida en 1985 y pude editarle su largometraje “El viajero inmóvil”. También sigo conversando con él. No sabía la decisión de Yolanda. Para mi vida una gran pérdida. Abrazos.