viernes, 10 de abril de 2020

El milagro de la vida bohemia

La vie de Bohème, Alfred Pages, 1885.

alFreDo tRifF

Noche otoñal parisina. El primer viento húmedo de invierno le baña la cara. Todo se hace conciencia en esta hora: los neblinosos portales decimonónicos, el quicio de la acera, aquel vestido arrugado del mendigo, la mirada candorosa de una niña que pasa, la luz rutilante de la lámpara en la calle.

Está harto de su vida, su pobreza, la lucha constante por hallar una voz que desnude la verdad. Quisiera vivir en otra parte, empezar de nuevo. Por qué no el pueblecito del sur de sus abuelos. No, ya es muy tarde y la poesía necesita de la materia basáltica.

Cómo prescindir del perro callejero y hambriento que lo espera cada noche, subir la estrecha y caprichosa escalera que lleva a su buhardilla, pernoctar en medio de la soledad de sus libros y quedar ensimismado en el dibujo ennegrecido del papier paint de la pared.

¿Qué vale más que salir afuera a cualquier hora de la noche y compartir con el zoológico humano sin que nadie te moleste?

Paris, circa 1840. Presento Escenas de la vida bohemia de Henri Murger, libro de viñetas sobre la vida artística en el barrio latino, que más tarde sirvió de modelo a otras representaciones de la vida bohemia (entre ellas La Boheme de Puccini). Murger, redomado autodidacto, fue secretario de Tolstoi. Comenzó escribiendo poemas y se convirtió en un bohemio experto de la bohemia parisina. Salud no tuvo, tragedia que inmortaliza en la serie que publicó en episodios bajo el nombre de Rodolfo. El bohemio, dice Murger, ha existido siempre en todas las épocas, desde Homero, Miguel Ángel, Shakespeare, incluso el misántropo Rousseau.

Aventurero citadino, el bohemio es prototipo de valores artísticos trascendentes, que lo llevarán al triunfo o la ruina. La bohemia es dinámica de confrontación y antagonismo. Nos hemos acostumbrado tanto a la discordia perenne entre el burgués y el bohemio que olvidamos los detalles. El bohemio no es meramente un elemento antagónico, sino el ser moderno par excellence.

Tiene él una sola arma: su imagen. Vestir es un decorar efímero, pero a la vez esencial. La ropa te precede. La ropa, como dijera el "Bello" Brummel, marca el territorio.

Teófilo Gautier deja claro la importancia de la vestimenta para esa generación:
Cada noche había de celebrarse con su toilette apropiada, novedosa, espléndida y bizarra. Con tal de no parecer notarios, banqueros o funcionarios, nos poníamos cualquier cosa. Cualquier trapo nos quedaba bien, porque lo llevábamos con orgullo. 
Qué lleva el bohemio a la tumba, pregunta el autor de Albertus.
Sé que mis libros, artículos, cartas y viajes a países exóticos, todo eso será olvidado, pero nadie podrá olvidar jamás mi chaleco rojo.
La barba luenga, amplia frente, nariz estatuaria y la blanca palidez. Lo demás es el humo del tabaco, la buena compañía, la absenta y el verso y reverso de la vida.