lunes, 1 de septiembre de 2014

La especie humana, de Robert Antelme y la alambrada de la mente en Cuba

oficiales SS en Auschwitz
Auschwitz
castristas

 Laura Pollán (DEP)/anticastrista
Rosie Inguanzo

Las lecturas de verano se iniciaron con La especie humana de Robert Antelme, quien perteneciendo a la resistencia francesa fue detenido por la Gestapo y llevado a Buchenwald, donde permaneció por casi dos años. Solo escribió un libro, pero este libro es de rigor en la cátedra de estudios sociales de la Sorbona, y fundamental a la hora de entender a los regímenes totalitarios.

Leyéndolo, la mente trazaba paralelos entre dos experimentos catastróficos: la Cuba castrista y el nazismo. No sorprende que la ingeniería social del castrismo y la eugenesia nazi sean comportamientos habituales de nuestra especie. La analogía ahora sirve para señalar no el exterminio de una raza, sino esas otras condiciones perversas y necesarias que coadyuven a la opresión y la supresión de la libertad. Solo así puede una imaginar la isla como un campo de exterminio de ideas.  

1. La deshumanización.

Los prisioneros no debían mirar directamente a los SS o les costaba una paliza, sino la muerte; porque la expresión de la mirada, la humanidad de un rostro es intolerable para el que quiere creer que no eres humano; para quien te quiere aniquilar y no responsabilizarse del crimen es importante que no seas un semejante; "como si la forma humana no fuera capaz de emocionarlos", dice Antelme. (No ser humano. No tener rostro. Algo parecido hacemos los humanos con los animales, pero ese es otro post).

Antelme razona que los mataban de hambre y de frío, forzándolos a trabajar en las peores condiciones de mugre y enfermedad, porque al presentarlos tan desnutridos, inmundos, enfermos y humillados, los rozagantes SS justificaban entonces acometerla contra ellos:
Ya tenemos la manera de caminar de la que no nos desprendemos más. Sopa, camastro, trabajar a la intemperie sin abrigo en el frío [...] ninguno de nosotros tiene fuerzas para penetrar en ninguna de las vidas que nos rodean […] Ya está, nos hemos gastado.
Desgranando la dinámica de la experiencia límite, apunta la ineficacia de la negación: "Negados incesantemente, siempre estamos ahí".

La lógica es la siguiente: Mientras más te postres ante los hechos, más oportunidades hay de que te envilezcas, lo que hace justificable que seas tratado como un animal. Tu apariencia incluso debe alejarse de lo humano. La especie humana tiene como tesis precisamente ilustrar el autoengaño del opresor o verdugo: "Se puede matar a un hombre, pero no se puede transformarlo en otra cosa".

2. Los cambios de comportamiento.

El perímetro de alambradas del campo de concentración alcanzaba las mentes de los  prisioneros (y de manera inversa la de los guardias). La mayoría de ellos no se arriesgaba ni siquiera a calentar encima de la estufilla el minúsculo pan churriento que les daban una vez al día, aunque esto mejorara el sabor; en toda instancia obedientemente aceptaban las condiciones del horror.

Antelme narra cómo los cambios de comportamiento iban aún más lejos, cuando un médico español (prisionero) que antes había sido golpeado por los SS, ahora se burlaba y daba manotazos a los enfermos, porque entonces ya tenía camisa blanca, no salía a trabajar al frío, comía:
El médico español se convirtió rápidamente en un integrante bastante perfecto de la aristocracia del kommando […] Y lo vimos construirse ante nuestros ojos, con el calor, el bienestar, la comida. Despreciar —luego odiar, cuando reivindican— a los que están flacos y arrastran un cuerpo con sangre podrida (los enfermos), los que fueron obligados por ellos a ofrecer del hombre una imagen tal que fuera fuente inagotable de asco y de odio […] Pero ese desprecio, no puede ser tan soberano como el de los SS, porque esa aristocracia debe combatir para mantenerse.
3. Autoengaño y colaboracionismo.

Y dice de los SS:
Saben lo que hacen, saben lo que están haciendo con nosotros. Lo saben como si fueran nosotros. Lo son. ¡Ustedes son nosotros mismos! Miramos cada uno de esos seres que ‘no saben’, querríamos instalarnos en cada conciencia que haya querido ver solamente un pedazo de tela rayada, o una hilera de hombres, o una cara barbuda, o el SS marcial que va a la cabeza. No nos reconocerán. Cada vez que pasamos por una ciudad, un sueño de hombres pasa a través de un sueño de hombres. La apariencia es eso. Pero sabemos todo, unos de otros y los unos de los otros. 
Trato de aplicar el mismo razonamiento a la situación cubana: A los que nos íbamos nos decían gusanos, nos tildaban de lo peor precisamente por que así era más fácil movilizar a las masas contra nosotros.

Antelme refiere lo que siente cuando los SS mataban a golpes a un compañero:
Junto a las ganas de aplastar bajo nuestros pies la cara, los dientes, la nariz del golpeador, sentíamos también, muda, profunda, la voz del cuerpo: No me lo están dando a mí.
¿Cuántas veces un cubano ha sentido lo mismo frente a los actos de repudio? ¿Ante la violencia contra las Damas de Blanco y otros los opositores por parte de las Brigadas de respuesta rápida? Tales son las fisuras. En un momento dado, una alemana que trabaja en la fábrica le extiende disimuladamente un pedazo de pan y él ve en ello  "la clave de esa cueva negra … la conciencia, lo que había de conciencia entonces, en Alemania".
 
Y surgen los grises de los que está lleno el libro (y lo hacen subyugante): Comprobamos que el opresor puede ser cualquier prisionero y no solamente un SS; el opresor y el verdugo solo tienen que delatar, vigilar y repetir el comportamiento de los SS, siempre respetando las jerarquías, para, habiéndose encumbrando en la categoría de meister, colaborar con el asesino en jefe. ¡Si lo sabrá un cubano!

¿Cuáles son las alambradas de la mente de un cubano en Cuba? Condicionados a aceptar la vejación como norma, aplastados, aplastan. Se rinden a un complejo social que dicta o deviene comportamientos brutales, golpizas, hostigamientos, etc. Pero ¿se justifica degradarse y colaborar en pos de la supervivencia?

¿Cuál es el meister de la sociedad cubana? ¿El policía, el compañero del Partido, la agente de la Zona, el músico que desprecia a las Damas de Blanco, el del Ministerio del Interior, la cederista instigadora, el agente de aduanas, la vecina compañerita de vigilancia que reporta las entradas y salidas de tu casa,…?

¿Se justifica ser otra cosa que contestario en Cuba? 

Si usted responde que sí a esta pregunta terrible, usted se coloca en esa "zona gris" que señalaba Primo Levi, donde no hay clara distinción entre víctima y verdugo. En la "zona gris" se actúa en la misma línea de conducta que el gobierno. Y es que el colaboracionismo cubano está arraigado en cualquier estrato de la debacle social. Y todos se degradan, claro, porque el sistema cubano como cualquier otra dictadura totalitaria, lo que busca es regir a como de lugar y suprimir la disensión. Sin embargo, se degradan más los delatores, los vigilantes, los gendarmes, los cercanos al poder.

Por cierto, los hay quienes resisten y siempre son oprimidos por ello; en medio del peor recrudecimiento de la desgracia, los hay mejores. Que no es lo mismo reír (para congraciarte con el SS) cuando cae un prisionero agonizante sobre la nieve, que entre dientes musitar el Ave María de Schubert por su alma —uno de los ejemplos grises de Antelme.

Los pasajes más raros del libro relatan la humanidad más cruda, la palabra en función del testimonio, sin adornos. Y en lo sórdido y siniestro, con el cuerpo acabado y el hambre radical, un destello de placer estético, refilón de la belleza que nos es dada:
Se pueden quemar niños sin que la noche se inmute […] Más que otras aquella noche era pavorosa. Yo estaba solo entre la pared de la iglesia y la barraca de los SS, la orina largaba vapor, estaba vivo. Había que creerlo. Una vez más, mire hacia arriba […] En el vapor de la orina, en el vacío, en el espanto, estaba la felicidad. Es sin duda que así debo decirlo: esa noche era hermosa.
Un libro esclarecedor para quienes tienden a pensar que la racionalidad, la conciencia, la compasión y la sensibilidad a la belleza son los rasgos que determinan a nuestra especie.

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