lunes, 15 de octubre de 2012

Trazas de sangre


Antonio Correa Iglesias (Cuba)

Cuanta fascinación hubiese sentido Marguerite Yourcenar al descubrir que todo el esfuerzo condensado en Opus Nigrum no ha quedado constreñido a las páginas de este libro. Y ello es razonable, una vez que la vocación de alquimista transgresor, queda horadada por el redescubrimiento y resignificación de uno de sus elementos fundantes.

La sangre ha estado asociada a muy diversos procesos y significaciones en el pensamiento continental europeo y en la cultura occidental. La sangre no solo está inscrita en los procesos generadores de la vida, sino también en los procesos de descomposición que la muerte propicia. La sangre delata la perdida de la virginidad en la mujer. La sangre como ofrenda de sacrificio en algunas de las culturas indo-americanas y afrocubanas. El vino que se metaforiza en sangre en el ritual católico, el cáliz que resguarda el vino, símbolo de la sangre de Cristo. La sangre como manjar que persigue a la saciedad Nosferartus, en su afán de perpetuar su “vida” en la muerte. Ironía de la vida. La sangre como identidad, como código que registra la pertenencia a un grupo u otro. La sangre como densidad en el suicidio, como brote que pigmenta el desgarramiento en el dejar de ser. La sangre en las manos de los asesino, aun cuando sus manos no sea perceptible la sangre. La sangre como ingrediente en el festín de los resguardos, que con sangre guardan los futuros previsibles. La sangre que en su torrente inunda los recintos de tortura. La sangre que sella un pacto de amistad o que se derrama por causas innombrables. Los duelos a primera sangre. La sangre que brota en el alumbramiento como quien, solo con sangre, puede dar cuenta de este acto mayéutico. O sencillamente, la sangre que cura el asma de Cemí una vez que este, “orina un agua anaranjada, sanguinolenta casi, donde parecía que flotasen escamas”.

La sangre, una y otra vez pero nunca la sangre asociada a los misterios del revelado, a la química que hace aflorar las imágenes fantasmales que habitan el papel fotográfico. Y es que quizás Reinaldo Echemendia Cid sea una suerte de hechicero griego y alquimista adorador de deidades primigenias. Nadie sabe si en estos andares cultive para sí, la flor moly que con sangre del gigante Picolo, ayudó a Odiseo a vencer a Circe. No podemos asegurar si su encierro fotográfico, no sea más que un pretexto para descender al Hades y retornar a la luz cargando consigo tantas campanas enmudecidas por la inmovilidad y la desidia.

Avistando el desasosiego que inunda el mundo con la imagen digital, mundo de lo posible, Reinaldo, regresa en un empecinado ejercicio de genuflexión a los procedimientos primordiales, no para reproducirlos, no para ennoblecerse como el felino que nos asedia en el ímpetu de la ternura, sino para repensarlos. Aquí subyace una de las agudezas conceptuales y formales de las obras que hoy presento. Y la agudeza viene dada por ese diálogo con una tradición fotográfica una vez que subvierte la discursividad y causalidad que, al decir de José Lezama Lima “se vuelve monótona y empobrecida”.


El socorrido argumento entorno a lo “post-fotográfico” suscitado por la imagen digital, ha recuperado -paradójicamente- géneros que padecían de cierta mudez temporal. Esa es una de las razones por las cuales, pensar lo fotográfico se constituye, no sé si a fuerza de golpes o gritos, en un ejercicio que pretende descubrir una estructura inaparente detrás de lo visible. Las obras que hoy presento, operan una violencia simbólica inusitada en la “aparente” inmovilidad de sus objetos. Las obras que aquí se reúnen, no solo suponen una exploración sanguínea, una exploración rupestre sino también una violencia somática.
Feromonas es una serie que viene a discursar sobre la ideología como fenómeno intrínseco al individuo en tanto sus formas manifiestan una transfiguración en el sujeto. Feromonas, parte de realizar un censo fotográfico de todas las campanas que actualmente son tañidas en la isla. El registro no establece distinciones entre los emplazamientos de éstas o los principios a los que responden, las fotografías se limitan a mostrar las campanas tal y como aparecen en sus sitios. Work in progress, la serie propone una suerte de inversión en términos de procedimiento. Luego de ser revelados los negativos y positivados, las imágenes son sometidas a un proceso experimental donde se produce un cambio «sustancial». Del tradicional viraje fotográfico; donde se sustituyen óxidos metálicos por otros a través de químicos elaborados industrialmente para este fin, (óxido de plata contenido en la emulsión de papel por medio de un blanqueador) la copia es sumergida en sangre humana durante aproximadamente 24 horas. Finalizado este periodo, la copia es extraída y sometida a varios ciclos de lavado y secado. El resultado consiste en la re-aparición de una nueva imagen, pero esta vez a través de la absorción del hierro contenido en la sangre.

Pero no es cualquier sangre la que aquí se está utilizando, es aquella que por razones no siempre declaradas (SIDA, cáncer, muertes violentas, tuberculosis) es desechada por su inutilidad. La ritualidad de este procedimiento conecta con la sabiduría ancestral una vez que: La sangre crea sangre, dando como resultado una alarmante imagen que, desde la inmovilidad de la campana, hace un llamado de alerta sobre la violencia como fenómenos social.

Estela es también un ritual, una suerte de exorcismo que ha acompañado un proceso de maduración visual y conceptual en este novel artista. Indagando en los estados de transfiguración de lo humano, ya sea a partir de las relaciones con determinadas estructuras de poder, como desde los discursos culturales acerca de la vida y la muerte. Estela “cierra” la cinta de moeblio que es, en última instancia la vida. Tomando como soporte los cristales de los precarios ataúdes cubanos, Reinaldo recicla estos vidrios impregnados con un código tan individual en su descomposición como la individualidad misma. Las trazas de sangre que en ellos confluyen, generan una suerte de patrón que metaforizado se transubstancia en la identidad de un sujeto que ha dejado de ser. El juego simbólico vida-muerte queda establecido en la obra a partir de la propia manipulación del soporte en los términos “tradicionales” de la fotografía. Moviéndose en un plano tremendamente críptico, Reinaldo Echemendia Cid regurgita su fascinación por procedimientos nada convencionales en el terreno del arte. Y es precisamente esta capacidad lo que lo hace indagar en esas zonas limítrofes donde lo simbólico aflora en eso que Lezama llamaba la obsesión que nunca destruye las cosas, sino que, buscando en lo manifiesto, lo oculto, en lo secreto, lo que asciende para que la luz lo configure.
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De la serie Feromonas 1, hierro sobre gelatina. Viraje, sustitución del óxido de plata en la emulsión del papel por el hierro contenido en la sangre extraída a donantes. (9 x 9 cm, 2011).

8 comentarios:

Anónimo dijo...

'ta bonito.

Anónimo dijo...

porque los cubanos son tan rebuscados cuando escriben?

Anónimo dijo...

por que ha corrido mucha sangre

Anónimo dijo...

No se porque seran tan rebuscados. Marti no era asi. Esto estara bonito y politicamente correcto. Razon x la cual sera tan aburrido llegar hasta el fin.

Alfredo Triff dijo...

ano: no hay nada "rebuscado". hay simplemente distintas maneras de decir las cosas. considerar algo rebuscado puede no preguntarse el por qué... sin lo rebuscado no habría que buscar de nuevo. parece superfluo, pero a veces es necesario.

JR dijo...

Happening-magia-fotografía. La imagen convertida en acto ritual. El origen de la sangre como cualidad transgesora. Me viene a la mente Ana Mendieta, Juan Francisco Elso y otros nigrománticos. Pero ¿por qué los campanarios? ¿hacia dónde apunta la metáfora? ¿hacia qué pústulas de nuestra piel nacional? Poética y sociología y, de paso, uno de los tantos exorcismos necesarios.

Anónimo dijo...

si, alfre ya se, hablo x mi, que me pierdo el bosque por sus arboles.

Anónimo dijo...

rebuscado o sea , no tiene mucho que decir y trata de decir mucho