miércoles, 6 de enero de 2010

La obra de Alessandro Vulcano



Ramón Alejandro
(a Alighiero Boetti)

Me desperté con la certidumbre de haber entrado en un sueño de Jorge Luis Borges, de haber comprendido intuitivamente la síntesis del arte de nuestro tiempo. Por puro escepticismo me había negado a interesarme en la obra de Alessandro Vulcano, que con insistencia anteriormente numerosos amigos me habían recomendado. Estando con algunos de ellos se dió al fin la ocasión de hacerlo, y pude así entrar en el fascinante mundo de este artista genial. Al inicio quedé fascinado por la variedad de materiales utilizados con exquisito gusto, al punto de sentir vértigo ante la diabólica versatilidad con la cual eran empleados. Las manipulaciones digitales a las que los sometía creaban un infinito número de combinaciones y efectos variados. Era como si la ingeniosidad de los antiguos fabricantes de tapices persas se hubiera elevado a la enésima potencia.

Comprendí que Vulcano había logrado relacionar los recursos de la sensualidad a aquellos de la inteligencia y que había multiplicado ambos por una hábil utilización de un extraordinario sentido del marketing. Me encontraba en la antesala de lo que me di cuenta era un inmenso edificio que cual tienda por departamentos desplegaba todo el abanico de posibilidades de distribución, explotada admirablemente por un equipo de bien preparados empleados motivadísimos en vender los diversos productos inventados por el creador. Me pareció que Vulcano pudiera ser de origen judío, o quizás persa o al menos árabe para haber podido tan hábilmente sintetizar las diversas facetas con las que resplandecían sus bien acabadas obras. Abordando una conversación mitad en inglés, mitad en italiano, con uno de ellos que pensó que yo era un posible cliente le tuve que confiar que no era tanta perfección formal lo que yo buscaba en el arte. Me bastan menos sabores, no necesito pimentón y granada, canela, sal y miel en un mismo plato. Y concluí diciéndole: "Déjame con Miguel Angel y la capilla Sixtina".

Porque en este comercio cualquiera podía hacerse un retrato a bajo precio poniéndose durante algunos instantes ante un aparato digital que le fabricaba su imagen en pocos instantes, aliaba el arte óptico y el de la jardinería a todas las posibilidades que ofrece la tecnología de la cual hoy disponemos. No fue sino después de haberme paseado por los inmensos pasillos de éste supermercado que me desperté con la impresión de haber entendido el sentido del arte contemporáneo y con la necesidad de escribir esta breve nota.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

y quien es el tal Vulcano? porque el de la fragua no es.

Anónimo dijo...

me piacee este ramonceti alejandretti! Me gusta el muchoooo! Ven pa ca bajo ale vennn... dale embullate. Community work in la comuda'. Te espero

Anónimo dijo...

Cuando digo trabajo comunitario es ayudando a los muchachos a subirse la camisa y eso... pa que no se encueren tanto, cuando bailan. Hay mucha pincha en eso aqui abajo. Te cuadra eso, Alejo? Beso

LopezRamos dijo...

El bazaar de Vulcano o la fragua del mercado del arte?
El personaje reencarnó en nuestros días bajo el nombre de Vulcano Brito.

Anónimo dijo...

QUE TRISTE... TANTO TALENTO PERDIDO.

Payaso

Anónimo dijo...

NO ESTAMOS ACOSTUMBRADOS A TANTO FRIO!

Anónimo dijo...

estamos son mucha gente, mira que yo soy Siberiana. (y Aparte)