jueves, 11 de enero de 2007

Fascinación por la nieve

Roberto Savino

La nieve no había empezado a caer pero su unánime silencio ya le precedía. Una moto que pasaba, los graznidos de una bandada de cuervos, cada sonido era absorbido por aquella premonición de que pronto comenzarían a descender los primeros copos. Kate no escuchaba nada y coqueteaba con la idea de encontarse lejos de todo, mucho más lejos de lo que la vista, ese sentido por el cual ponía las manos al fuego, le aseguraba. Sintió entonces el mismo escalofrío que se apoderaba de ella cuando dudada abiertamente de Dios o cuando pensaba en la trivialidad de la muerte. Miró de reojo su pecho y vió que la cruz seguía allí, lisa y plateada. Admitió su cobardía al reconocerse demasiado supersticiosa y, a la vez, agnóstica, pero decidió que la vida estaba plagada de contradicciones y que ésa suya era, en realidad, una de las más sanas. Tosió, en parte porque había descubierto que era una buena técnica para distraer la mente y regrasarla a la paz del blanco, cuando ésta se independizaba demasiado. Así se dio cuenta que de la tarde sólo quedaba una luz espesa, que no lograba levantar sombras y que le producía una repentina sensación de lástima, de desamparo. Pensó en Ensayo sobre la ceguera y trató de no pestañear mientras observaba los cambios del semáforo, pero la brisa le lastimaba. Fijó la mirada en la distancia, arrugando un poco la piel cerca de los ojos, juntó sus manos enguantandas sobre el vientre y se cuidó de no volver a mirar el reloj. No se había olvidado de la promesa que se había hecho cuando despegaba el avión: "Aunque me cueste (se obligó) voy a aprender a esperar". Y esperando estaba cuando vió que se aproximaba la camioneta gris, dos puertas, marca Ford, que le había descrito esa voz, a ratos misteriosa y atractiva, por teléfono. Se detuvo frente a ella, y en sus vidrios ahumados pudo Kate reconocerse una última vez antes de que se abriera la puerta y, sin dudar, se subiera al auto. Nadie escuchó el ruido del motor cuando se puso en marcha; la llegada de la nieve era inminente.

5 comentarios:

Alfredo Triff dijo...

Bella historia Savino.

jr dijo...

Sugestivo, Savino, y bien hilvanado. Lo disfruté mucho. Aunque confiesas el influjo de Pamuk, se pueden respirar otras proximidades del relato contemporáneo. Leer piezas como la tuya, me hace pensar que la historia de la cuentística vigente en Estados Unidos se nutre de muchos nombres que ya no son de origen anglo, aunque se sigan moviendo, reciclados y renovadores, dentro de un género que tiene cierta morfología local.

A.B dijo...

Las prisas no me permitieron ofrecerte un comentario en tu blog. Hoy... la prisa sigue, pero el honor obliga.Que bien. Narrar la percepción de la lluvia blanca antes de que descienda, la manera de entretener la emoción del lector con el silencio o simplemente hacer no sólo el honor a Pamuk sino también al Gamoneda de El libro del frío me satisface de ti. Me imagino que la soledad del noroeste y la cercanía a Alaska permiten emerger estos temas en tus escritos. Qué los disfrutes.
Un abrazo.

Bien blogueros-as ya estoy de vuelta
tengo un vinillo y unos turrones para compartir cuando quieran

Amílcar

Alfredo Triff dijo...

Querido Robertico tu relato flueye impecablemente cada vez que lo leo. Seatle es precioso, verdad? He visto las ballenas en el estrecho y los venados asustarse al borde de la carretera. He subido Mont Renier una tarde, peligrosamente bordeando la montanya nevada.
Como se llama Robert el pueblicito aleman que hay al otro lado del estrecho?
Todo el estado de Washington es espectacular por su solemne naturaleza salvaje. La nieve es otra cara de Dios. RI

La Mano Poderosa dijo...

Rob,
Aunque no tiene que ver directo con tu fabuloso escrito, me recurda hace unos años, mientras que hablaba con el Professor Menocal (Univ. of Wisconsin- Art History) sobre el exilio,"Chicho", como lo llaman sus amigos, me conto que a veces cuando la nieve cae y el aire se la lleva en Wisconsin, el se recuerda de la arena de la playa en Varadero, y como el aire tenia el mismo efecto, era tan blanca y fina como la recien caida nieve en su memoria... Tragi-comico, y tambien imaginativo.