Judith Ghashghaie
Guajolote  de Thanksgiving nunca fue  indocumentado, pero como su pasaporte decía "Turkey" los agentes de inmigración lo dejaban varado en el aeropuerto por semanas. En una oportunidad lo llevaron  encadenado y encapuchado para torturarlo en Guantánamo, un artista colombiano pintó al gallináceo con una corona de alambre de púas y  desangrándose en una barraca. Enseguida los medios de comunicación difundieron la noticia de  que Guajolote  era descendiente de los mismos emplumados que divertían tanto a  Moctezuma en su palacio. En las reseñas periodísticas también  apareció una foto de un escudo de armas que mostraba la cara  de Sir Guajolote I, un aristócrata quien vivió en Gran Bretaña, había cruzado el Atlántico montado en un barco de piratas sefarditas. Se trataba del mismísimo tatarabuelo de nuestro actual pavo.  
Sea por la nobleza de su sangre, por el cuadro del pintor, la prensa amarillista  o las varias organizaciones de los derechos guajolotenses que protestaron  frente a las puertas del Capitolio, el caso es que El Guajolote de Thanksgiving dejó de ser atacado brutalmente por   las fuerzas de seguridad del estado, y comenzó a  entrar y salir del país  por aire, mar y tierra cada vez que le daba su regalada gana.
Después de un tiempo se cansó de tanto corretear de una frontera a otra, decidió quedarse de este lado. Presentó un examen en  inglés, español y  turkys que automáticamente lo convirtió en ciudadano. Se mudó aquí a Miami e hizo diligencias para montar su propia fábrica de rosadas salchichas de moco de pavo. Guajolote concertó una cita con el alcalde del condado para presentarle su plan de negocios. El Alcalde quiso inmediatamente ser su socio, y creo una ley para que en los comedores de las escuelas públicas solo sirvieran salchichas de moco de pavo. La empresa fue un gran éxito, ambos partners hicieron dinero de todos colores.
Como reconocimiento el alcalde  llevó a nuestro personaje   al Convention Center en su propia limosina; en un acto público le entregó las llaves de la ciudad y una placa que decía “ Al Pajarraco  del año.  We love you too ”. A Guajolote de Thanksgiving se le hizo un nudo en la garganta, pasado unos minutos se paró frente al micrófono y pronunció su conocida expresión bilingüe:  gordo, gordo, gordo, gobble, gobble, gobble. Todos nos emocionamos con los onomatopéyicos sonidos; nos hizo recordar la niñez.
A este evento organizado por la alcaldía en el Convention Center  llegamos muchas personas de la Saguezera y Doralzuela,   hicimos una larga caravana,  llevamos a Guajolote de Thanksgiving  en hombros hasta el Distrito Financiero. El conglomerado estaba desenfrenado. Existe un fenómeno aún inexplicable para los analistas de la sicología de masas, es el hecho de que  en algún momento de concentración multitudinaria, y sin que el fenómeno tenga explicación  racional, las mentes individuales nos subordinamos a las decisiones de la  multitud, perdemos nuestra autonomía e identidad, nos fundimos en la muchedumbre, dejamos de ser responsable de nuestras acciones personales y encontramos   un chivo expiatorio que purifique nuestras culpas y nos libere  del  miedo a vivir y morir (pero en este cuento no existe un chivo, sino un pavo…).
Todos los presentes escupimos la cara de Guajolote de Thanksginving; le gritamos que era revolucionario y reaccionario;  espía y contra-espía;  chavista y castrista; liberal y conservador,  demócrata y republicano. Por representar el  todo y la nada, y  a pesar que simboliza  histórica gratitud pero es un bípedo  muy  grande y grasoso  de  aspecto, lo declaramos el más hormonal, colesteroso  y engañoso  de los alimentos humanos.   Sacrificamos al plumífero: le torcimos el pescuezo tal como los poetas vanguardistas latinoamericanos de principios del siglo XX lo hicieron con un cisne criollo. 
Hicimos picadillo con el vistoso bípedo: molimos pico, cresta, moco, plumas y patas. Adobamos las blancas y babosas presas con ajo, comino,  culantro. Para eliminar cualquier vestigio de Salmonella o del virus H1N1 lo sumergimos en vino californiano  que compramos en la Farmacia Navarro y lo cocinamos por varias horas.
Al desabrido bicho lo comimos   con caraotas negras, arroz blanco, yuca frita, tostones y hasta arepa. Con las alas hicimos buffalo wings, fue un insignificante milagro santurrón  o un acto de magia panteística  porque alcanzó para todos.  El espinazo los deshuesamos,  preparamos hallacas y tamales de olla que guardamos en las heladeras que nos prestaron algunos pibes de los vecindarios aledaños. La gran fogata no podía faltar, ni la yerba, ni el aguardiente, celebramos el crimen del animal hasta bien entrada la noche. 
Amanecimos aquí,   sobre las blancas arenas de South Beach, aquí vamos a estar, aquí vamos a esperar hasta que  llegué nadando o en balsa uno de los tres cochinitos. Ojala que no haya pleitos por monopolizar el  apetito colectivo, porque  una gran cantidad de venezolanos vamos a preferir hacer pan de jamón que asar al lechón para el día de navidad.

4 comentarios:
Guajolote de Thanksgiving nunca fue indocumentado, pero como su pasaporte decía "Turkey" los agentes de inmigración lo dejaban varado en el aeropuerto por semanas. En una oportunidad lo llevaron encadenado y encapuchado para torturarlo en Guantánamo, un artista colombiano pintó al gallináceo con una corona de alambre de púas y desangrándose en una barraca.
El comienzo es para morirse de la risa. Gracias Judith!
"A este evento organizado por la alcaldía en el Convention Center llegamos muchas personas de la Saguezera y Doralzuela, hicimos una larga caravana, llevamos a Guajolote de Thanksgiving en hombros hasta el Distrito Financiero"
Yo me quedo con este que es más concreto...However ....si Bretón levantar la cabeza: otro pavo cantaría. Happy Thanksgiving a todos
Amílcar Barca.
una delicia, judith! quiero asistir al prOximo motivito! y brindo por los venezolanos miameros!
Entre frase y frase, Judith, abrióse un ancho y hondo recipiente en mi panza.
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