jueves, 13 de junio de 2013

¿Estetización o vaciamiento? En torno al ícono Martí en la cultura popular cubana

Martí Antiimperialista del escultor Andrés González

Antonio Correa Iglesias

Recordar una vez más de Martí, puede resultar un gesto agotado ante tanta manipulación política, literaria y cívica. Lo cierto es que, las imágenes que hoy quiero compartir no dejan de perseguirme. ¿Qué forma ha venido adquiriendo el icono Marti en la cultura popular cubana? ¿Cómo se ha modelado esta figura en el imaginario de las últimas cinco décadas?

I

La presencia y la figuración del ícono Martí en la cultura cubana, no ha dejado morfología incólume en tanto esfuerzo por resaltar los valores y la presencia del prócer de la independencia de Cuba. La teodicea representacional que cubre estas morfologías, estuvo muy tempranamente signada por la ambigüedad propia que supuso este esfuerzo simbólico. ¿Cómo representar al hombre que al amparo de la República iba a tener un espacio de veneración? La primera República (1902-1933) es el espacio donde el carácter cívico de la representación martiana va a revestir un romanticismo que colinda con una primera, pero justa idealización. En muchas ocasiones Martí aparece estilizado, con una mirada perdida, como quien ve, “como se distancia un esfuerzo colectivo”. Los bustos comienzan a proliferar y Martí adquiere una pose de arcano, matizado por una frente amplia y una mirada “caída por la vergüenza de tanta energía dilapidada”.

La temprana presencia de Martí en el imaginario popular, lo demuestra los resultados dados a conocer por el periódico El Fígaro el 28 de mayo de 1899. Lo cierto es que, a la memoria de José Martí se le consagra la primera estatua, razón que resume las aspiraciones nacionalistas de la República independiente. Esta primera apropiación simbólica está inscrita en la necesidad constitutiva de un discurso histórico, discurso que comienza a establecerse desde el reconocimiento del panteón nacional. De aquí el carácter mítico pero también genésico y oficial que cifra el nacimiento de la República y toda la épica asociada.

El hexagrama simbólico que gravitó en torno al pedestal que ocupaba la reina de España quedó resuelto el 24 de febrero de 1905 cuando Máximo Gómez deja inaugurada la obra del escultor José Vilalta Saavedra. José Martí, ahora de mármol y con gesto epígonal pero noble, vino a corroborar su primera existencia en la esfera simbólica y semiológica de la República. Una existencia que viene marcada por una heroicidad política pero que también conjetura un discurso integrador ante la necesidad de superar las antinomias de la racionalidad moderna .

La voluntad de exégesis y apología que se comienza a vivir la República a partir de la incorporación «oficial» del ícono Martí en la cultura nacional, ratificó el carácter epifenoménico que alcanzaría esta entidad simbólica. De aquí que el temprano emplazamiento de la escultura de José Martí sea un recordatorio del drama épico de un hombre de vida ejemplar ante el nacimiento de nuestra primera república.

El manejo simbólico a que ha sido sometido el ícono Martí, ya sea en un imaginario u en otro ha sido una de las zonas menos exploradas en la cultura cubana de la isla. Paradójicamente, pues Martí es el fundamento de todas las cosas. Para Jorge Mañach, Martí fue el Apóstol, apóstol de un martirologio prematuro, un martirologio atrapado en la disyuntiva que traza una disquisición geográfica: Yara o Madrid. Un martirologio prisionero de su pasión, una pasión expresada en el sentido poético de su vía cruxis. Para otros, Martí fue el autor intelectual de sus actos, deseo irrefrenable por vindicar, una aspiración personal de protagonismo y puja histórica, que muy a desmedro, tenía en Martí posibilidad real de vindicación. La responsabilidad moral de esta hipostasia, ha quedado evidenciada en un discurso que, como escarnio, rememora una y otra vez un pasaje cuyo único objetivo es subrayar el carácter mesiánico y teleológico de un proceso político. Razón tenía entonces Lichi Alberto cuando asegura que –de cierta manera- estas son las “personalidades redentoras de nuestro destino” encarnadas en el drama raigal de la historia de Cuba, una historia expresada desde una nación “inventada a la medida de sus convicciones”. Al mismo tiempo, para Cintio Vitier Martí ha sido “Ese sol del mundo moral” que asume desde el patíbulo a la cultura cubana, para Don José Lezama Lima Martí es “el misterio que nos acompaña” y el “dios fecundante, un preñador de la imagen de lo cubano. Llegó por la imagen a crear una realidad, en nuestra fundamentación está esa imagen como sustentáculo del contrapunteo de nuestro pueblo”.

En una u otra zona del discurso o del imaginario, Martí ha sido objeto de adoración, reliquia, resguardo, punta de lanza, tablero de Ifa señalizando los cuatro puntos cardinales, argumento socorrido y frase maltrecha. Una de las razones de este proceso debe encontrarse en el sentido de iconización que fue cobrando cuerpo tempranamente. Recordemos que el albacea de José Martí, Gonzalo de Quesada, trabajo para editar los primeros volúmenes de las Obras Completas entre 1900 y 1915 y ya en este primer esfuerzo sistematizador, vamos a encontrar los rasgos que van a prevalecer en el “entendimiento” común y político. Si este primer imaginario proviene de una vida ejemplar como habíamos dicho, la primera recepción textual opera en el orden simbólico una comprensión que va a reforzar el aspecto mítico del entendimiento. Sin embargo, la prevalencia en torno a este imaginario no siempre está asociada al acceso y comprensión del texto martiano . De aquí que su apostolado, su santidad, su calvario, su inmolación, su magisterio, el martirologio, la soledad, son solo algunas de las condiciones de necesidad que comienzan a ser visible en el entendimiento epifenoménico de este hombre ahora esculturado.

Si en la primera Republica (1902-1933), va a prevalecer este modo de entendimiento, en la segunda República (1940-1952), es el temprano conocimiento de su obra el que comienza a “sustituir” este sentido de adoración casi mesiánico por una comprensión más orgánica y secular de su narrativa y su pensamiento. Pensamos sino en toda la obra desarrollada por Orígenes, Jorge Machach, Felix Lisazo etc. Pensemos en la secularidad que los Origenistas reclaman en el entendimiento de Marti:
(…) Comprender no es bastante; amar y admirar son peligrosos. Hay que ir con tiento, a freno tenso, para que los caballos no se lancen a la carrera del entusiasmo. Y al mismo tiempo el ardor y el ímpetu deben estar presentes, porque no se trata de estudiar o dísecar un cuerpo muerto sino de ver las palpitantes entrañas del ser vivo y las trémulas alas del espíritu.*
(continuará)
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*Eugenio Florit. “Mi Martí”. Pág. 47-48. Revista Orígenes, No 33, 1953.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

quE relajito con el apOstol.

Wilfredo Ramos dijo...

Muy cierto. Desgraciadamente la figura de Jose Marti a servido para manipular posturas antagonicas, ideologias irreconciliables. Marti apostol, Marti pensador, filosofo, escritor, politico, pero tambien humano, amante de la belleza, amador de las mujeres.