miércoles, 30 de noviembre de 2011

Presentación de La Práctica del Arte Concreto de Waldo Balart (fragmentos)



Jesús Rosado
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… el arte de Balart puede estar vinculado subliminalmente al de Carmen Herrera, Rafael Soriano o Sandú Darié, por citar algunos ejemplos del concretismo cubano, pero en verdad brota desde una filosofía muy personal y se surte de referencias universales e información histórica. A partir de ello, reimprime elementos innovadores y sorprendentes a la manera de desarticular y reconstruir el espacio sobre lienzos, papeles y volúmenes, experimentando con luz, colores y fosforescencias inéditas en los caminos del arte concreto en la contemporaneidad. Tal reformulación ha recorrido un camino de indagación y contemplación. Si bien hay un punto de partida instintivo hacia la idea, su traslación al planteamiento visual es filtrada por el discernimiento cognoscitivo. Esto ayuda a comprender por qué el arte de Waldo es un emisor de formas simultaneado con el procesamiento de conceptos.

Visto así, Balart se coloca junto a Enrique Riverón y Agustín Fernández como exponentes del tránsito de un pre-conceptualismo cubano hacia la postmodernidad, coincidiendo en que los tres han experimentado el influjo directo del mainstream.

Lo particular –y llamativo- en Balart es su condición de ión suelto. Por su fecha de nacimiento debía ubicarse entre las generaciones intermedias que siguieron a la vanguardia histórica del arte cubano, pero el momento, el lugar y la manera en que se inicia en la pintura, lo hace un caso atípico.

Además, aunque él mismo proclame su filiación raigal y su espectro cromático parezca portar genes de abolengo caribeño, su obra ha de aceptarse como el arte cubano más newyorkino, mediterráneo y berlinés que ojos humanos hayan visto.

Razones que descolocan la lógica del historiador obligado a reservarle un nicho aparte, sin obviar las conexiones inherentes a su contexto de origen.

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La otra faceta de Waldo que está visceralmente ligada a su pasión pictórica y explica lo que estamos haciendo esta noche es justamente el ejercicio teorético.

En el contexto cubano, las inquietudes intelectuales de Waldo llevadas a letra impresa lo asocian a un grupo muy selecto de artistas visuales cubanos que han ejercido la teoría, la crónica y la crítica públicamente…

… En el caso de Waldo Balart, el texto que presenta en la noche de hoy, si bien se puede afirmar que en el plano teórico viene a ser su capo laboro, en realidad, condensa una larga trayectoria como formulador de criterios; La práctica del arte concreto está precedida de una secuencia de reseñas periodísticas, artículos de ideas y conferencias iniciada a principios de los años ochenta. De manera coincidente, esa es la época en que se rebasa en el interior de la isla la etapa más gris del pensamiento visual y comienza a integrarse la propuesta conceptual a la obra de arte. Es un despertar estético que entraña confrontación y búsqueda de libertad.

Es mera coincidencia que Waldo entonces haya emprendido justo en esos años su participación más activa en el campo de la teoría. No hay conexión directa entre acontecer nacional y biografía exiliar. Ni remotamente ocurre algo semejante al caso de Ana Mendieta. Pero es inevitable pensar que hay algo metafísico en esta convergencia. Es como si se presintiera un eslabón invisible y metafórico.

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…el Waldo artista y teórico se insertan perfectamente en el criterio de que con el exilio forzoso la cultura cubana es compensada, sobre el escarpado desarraigo, por un desbordamiento. Las artes visuales junto a otras manifestaciones estéticas condenadas al destierro se integran al proceso de negociación de identidades que ha descrito tan acertadamente el ensayista Jorge Gracia.

Aquel artista cubano de la diáspora que ha logrado una obra vigente es porque ha sido capaz de sincretizar su identidad cultural con el contexto ajeno. Ha superado la división ficticia entre mainstream y periferia. Ha luchado por emanciparse de los estragos del colonialismo mental y fluye como partícipe de una cultura globalizada. Ha tomado y ha ofrecido. Y en ese intercambio la cultura cubana se ha enriquecido, expandido y sofisticado como complejo antropológico transterritorial.

“La libertad”, decía el escritor Manuel Azaña, no hace felices a los hombres; los hace sencillamente, hombres”. De la misma manera, la libertad hace artistas a los artistas. Los hace responsables, los destiraniza.

Eso fue lo que logró Waldo cuando llegó a New York y se redescubrió como ser humano y como artista. Su obra es resultado de una épica interior transgresora nacida en ese momento libertario. Una libertad que transitó de sensación y anchura de pensamiento a multiplicación de posibilidades en la estructura de colores y el juego con las formas.

El arte abstracto y, en particular, el arte concreto, en mi modesta opinión, es la expresión visual más disidente. Emerge y progresa radicalmente contrapuesto a la noción de poder y a las ideologías de control. Pero, lejos de enajenarse, viaja hacia el meollo de la vida. En el caso de Waldo viene a ser indagación sociológica traducida en lenguaje de proporciones y luz. Su taller es un laboratorio cerebral donde el experimento central versa sobre la existencialidad y el último noticiario político es definitivamente efímero.

En su ensayo trata de explicar ese camino hacia la libertad y los valores espirituales que subyacen en una propuesta que discurre por entre el uso riguroso de la geometría. Como Mondrian busca la esencia apostada tras la forma racional. Como Kandinsky hurga en la emocionalidad de los matices y colores. En su caso aporta un sistema alternativo de representación que le posibilite coherencia en medio de ese caos deslumbrante que es la creación.

Pero voy contradecir el mimetismo al que sucumbimos los cubanos. El modo de problematizar la composición denota en Waldo lo que Triff ha denominado concretismo balartiano, para personalizarlo como aporte. Si se quiere comprender la clave de ese fundamento estético hay que acudir al peregrinar expuesto en el libro. A interactuar con una intelectualidad original que está a medio camino entre transiciones generacionales e ideológicas y que pertenece más a los albores del siglo XXI que al curso del concretismo en el XX.

Olvidémoslo. Balart no es nuestro Kandinsky tropical, ni nuestro Mondrian caribeño. Waldo es Waldo. Es más: parece ser nuestro y, a la vez, no. Y es que lo he dicho, para los estudiosos sería más recomendable asumirlo con una lógica deslocalizada.