lunes, 15 de marzo de 2010

hambruna

om ulloa
prev. publicado en revista contratiempo, n. 38, p. 32 (2006)  y Vocesueltas: Cuatro cuentistas de Chicago (2007)

quien no sabe lo que es pasar hambre con el estómago lleno ni se lo puede imaginar. hasta que se sienten las tripas estrujarse e inflarse en su interior mientras la cabeza da vueltas y escucha la mente soltar eructos de pena. mientras, como él, se camina bajo un sol aniquilador y ve cómo caen los mangos y los aguacates de la mata, olorosos, maduros, saciando el hambre de todos menos la suya propia. eso no es hambre, lo que se dice hambre, le dicen todos. es mas bien una sed inmensa. pero tampoco. había ríos mansos tocándole los pies. había arroyuelos frescos en la campiña de todos los lugares. él nunca había oído hablar de triglicéridos y calorías. pero sí de silencio en medio de aullidos de jaurías. toda su vida había tenido hambre, y como resultado siempre lo sentaban delante de un plato de arroz y frijoles.

con el tenedor en la mano, después de arañar el plato de latón esmaltado, él siempre seguía sintiendo hambre. no importaba si se escondía en el cañaveral a chupar trozos de caña, él seguía teniendo hambre. en la calle siempre se encontraba algo, hamburguesas de patas de pollo molidas, pizzas de queso de soya, pan con bistec hechos de trapos de limpiar el piso que un astuto había aliñado durante días en vinagre y sal, sazonados con salsa de tomate enlatada y oscurecidos con infusiones de hojas de guayaba. después de tragar el último bocado, seguía sintiendo hambre. y mucha sed, aunque se bebiera todo el guarapo, todo el jugo de mango, todo el mar que lo rodeaba. hambre, hambre constante, ése era su estado natural. no le importaban las mujeres, ni las canciones de moda, ni los discursos del jefe supremo. su hambre desbocada ya no se merecía el nombre. era ya hambruna de haberse pasado toda una vida aniquilado. de una vida parqueado en el medio del caribe, esperando.

aquí la espera desespera, le decían, y a él le daba por sentir hambre. cada día la gente le pasaba por el lado y él ya ni se daba cuenta. todos iban apurados, corriendo de aquí para allá, igual que él, buscando algo que comer. sudaban, hablaban, uno a otro se preguntaban que dónde había cola. que qué estaban repartiendo hoy. y para allá iban, a coger boniatos, chícharos, lo que hubiera. contentos volaban a sus casas jaba en mano, satisfechos de haber conseguido algo, por mínimo que fuera. después se saciaban y se sentaban a ver las novelas brasileñas en calzoncillos y sin camisa. o se iban a la playa a enjuagarse el hambre con un aderezo de salitre. salían a las discotecas a bailar la música del enemigo. a gozar la vida, decían. y no dejaban de singar con sus mujeres, con sus maridos. y tenían más y más hijos. más bocas y almas que alimentar y prostituir en medio de la hambruna. qué horror, pensaba él, que no podía pensar en esas cosas. él que ya no podía hacer otra cosa que comer para saciar el insaciable llanto de hambruna. y volver a sentir hambre después de descargar el inodoro. y la sed. la sed era delirante.

a veces hasta le faltaba el aire y entonces gritaba, escondido en algún lugar para que nadie lo oyera. no era prudente que lo oyeran decir que tenía hambre, porque comer, lo que se dice comer, él comía todos los días. y como todos los días, se acercaba al mar, que siempre estaba en alguna parte, sin importar en qué dirección caminara. y lo maldecía, al mar. siempre repetía las mismas palabras. maldito mar. por qué me envuelves aquí, sofocado. por qué tengo tanta hambre. por qué no me conformo con la comida masticada que me escupen a diario. y gesticulaba en silencio mientras vociferaba reproches que nadie escuchaba. quiero llenarme la boca de aire que no tenga salitre. de aire que no me pique los pulmones. quiero salir de esta fonda obrera y comer fuera. en restaurantes sin ojos chivatos y vestido de luz. quiero comer libros. masticar a borges vargas llosa sontag cabrera infante piñera. y de postre quiero los de arenas espolvoreados sobre el pudín y después del café quiero sorber boleros de celia cruz. quiero desayunarme parís, almorzarme roma y cenarme madrid. quiero merendar nueva york. comer, comer donde yo quiera. beberme ríos contaminados de historia como el siena. quiero flotar en ríos que no sean tan cautos que no me lleven a los grandes océanos. mearme en el hudson, a plena vista del mundo. tomar té en china, buenos aires y londres, y luego colgarme de la aguja del big ben y suicidarme de un empacho de té. quiero volar más allá de ti, mar. flotar y hasta ahogarme en tu fondo para dejar de tener hambre, mar. maldito mar eres.

el inmenso carcelero azul siempre le respondía con el silencio de su belleza, con el susurro de sus olas tibias y transparentes. y como siempre, ya el sol se ponía, espléndido, inmenso. entonces, los negritos que se bañaban en la playa se veían más oscuros aún, maravillosas sombras felices salpicándose de salitre. sus madres los llamaban. a comer, que salieran del agua, que era hora de comer. hora de comer y él con tanta hambre. y los negritos salían disparados, hambrientos, corriendo, saltando, mojándolo a él, que estaba sentado en el muro del malecón gesticulando al horizonte, pateando el mar. al pasar por su lado los negritos le sacaban la lengua, la misma con la que luego iban a suavizar el arroz y los frijoles ayudada por la saliva hasta digerir el alimento, la masa húmeda que les iba a caer en el estómago y se iba a quedar allí mientras dormían, haciéndolos sentir satisfechos mientras el hambre de él aumentaba, en la noche. hambre con humedad y oscuridad, peor aún. aquella sensación de hambre nocturna era inaguantable bajo las estrellas y entre las callejuelas oscuras, porque un día más y no había luz. en la oscuridad nada se ve, ni siquiera el hambre, deben pensar los que mandan.

los mandamás que comen garcía márquez, tan fácil de digerir. y mientras, él camina y toda la habana huele a frijoles y carne frita en manteca de cerdo. huele a sopa de pollo. huele a café molido con chícharos. la gente grita y no dice nada. grita en silencio que la vida es así, qué le vamos a hacer. conversan. cantan. eso sí, mucha música para facilitar la digestión de la bola de mentiras. de vez en cuando un susurro. alguien se le queda mirando, lo observa mientras él camina y murmura “hambre, tengo hambre, tengo hambre”. los ojos lo siguen. una mujer en chancletas choca con él y le dice: “ay mijo, aquí el hambre hace ola”. y se ríe, dentadura blanca y perfecta, antes de añadir: “ …y sobre todo cola, aquí el hambre hace mucha cola”. la mujer se va, atacada de la risa, y él la maldice por la felicidad que su hambre le provoca. ella también tiene hambre, pero se conforma, hace cola y ya, se acabó el hambre. él no, él no puede, por eso sigue caminando, perdido entre adoquines desgastados. un oficial de la policía lo para en una esquina y le pide el carnet: “a ver, compañero” “… del alma, compañero”, contesta él y añade, “tengo hambre, le juro que tengo mucha hambre”. el policía lo apunta con su linterna. “déjese de jueguitos”, le responde y le entrega el carnet. antes de irse, el policía le agarra el brazo para atraerlo cerca. “vete para tu casa y no te busques una jodienda en la calle, mi hermano”, le sopla al oído. él menea la cabeza, sin oírlo. “de verdad que tengo hambre”, repite, pero el policía se ha ido alejando, observándolo de reojo.

la ciudad oscura lo envuelve y el hambre lo asfixia entre brisas marinas. desesperado toca a una puerta. se abre y se asoma una mulata jovencita, bonita. “tengo hambre”, dice él ya llorando de desespero. la muchacha lo mira, desconfiada, interrogante, sin atreverse a abrir la puerta del todo. “chica, que tengo hambre”, repite él, sollozando impaciente entre lagrimones, pero pasivo. “oye, mami, aquí hay tremendo loco”, grita la muchacha. se asoma otra mulata, mayor, seria. “qué te pasa”, le pregunta al hombre que llora. “tengo hambre”, responde él, ya casi hipando del llanto, como un niño. “entra”, dice la mujer, y mira hacia ambos lados de la acera a ver quién ha visto al hombre. la persiana de la casa de enfrente se cierra despacio. entran a un cuarto alumbrado por una vela. “dale un poco de arroz y frijoles”, le indica la madre a la hija. “no, no”, grita él, “yo lo que tengo es hambre… hambre de verdad”. la mujer se le queda mirando. se le acerca y lo abraza. sshh, le murmura. el hombre se aferra a la mujer, desconsolado. “aquí todos tenemos hambre de verdad, mi amor”, le dice bajito y le pasa la mano por la cabeza. él llora, abrazando más fuerte a la mujer. la mulatica se ha quedado mirándolos mientras murmura, huraña: “mami, a este tipo le faltan todas las tejas, no te metas en líos”. con un gesto la madre la manda para la cocina a traerle un plato de comida al desconocido abrazado a ella. cuando la hija regresa, lo echa a un lado con cuidado. “mira, mi cielo, come esto”, le dice con voz calmada, musical y tierna. “come esto mientras tanto, hasta que puedas comer… de verdad. anda, mi vida, come esto mientras tanto”. el hombre la mira y la ve borrosa, oscura. una masa abstracta que le habla con ternura como si él fuera un loco. la mujer sonríe y lo mira con tristeza, acercándole el plato. la llama de la vela tiembla mientras él mastica con ansia, inhalando y exhalando el vaho de la comida porque sabe que aquí nunca va a haber suficiente alimento para su hambre. para su hambre de verdad.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso, verdaderamente soberbio..yo también quisiera desayunar lo mismo, comer y cenar lo mismo que tu!! enhorabuena por la forma que tienes de escribir me gusto mucho..saludos.

El babalao dijo...

Muy bueno Om.

Ache pa ti.

Alfredo Triff dijo...

Poetic, intensely barroque, raw. Nice job Ulloa.

Pedro F. Báez dijo...

Desgarradoramente visceral y asombrosamente metafórico, lírico; cubanamente magistral. La alucinación creativa de un genio intelectualmente privilegiado y emocionalmente, amputado. Me sobrecogió, me impresionó; me recordó el hambre insular de mi entonces y la pregunta de orden, inevitable y terrible, se impone: ¿hemos saciado esa hambre ahora que 'manjamos' "libertad" y "verdad" desde que nos fuimos?

Anónimo dijo...

Mira q hay personas como esta en la isla maldita, eso allá es común, pero lo q más hay es la q se conforma con eso hacer una cola, comerse lo q sea y callarse la boca.

Anónimo dijo...

¡Bravo om! ...como en un remolino. Y Pedro Báez espeta en su comentario la interrogante ineludible.

Saludos,

MI

Anónimo dijo...

DE PINGA

RI dijo...

Muy bueno omu: "quiero comer libros. masticar a borges vargas llosa sontag cabrera infante piñera. y de postre quiero los de arenas espolvoreados sobre el pudín y después del café quiero sorber boleros de celia cruz. quiero desayunarme parís, almorzarme roma y cenarme madrid. quiero merendar nueva york. comer, comer donde yo quiera."-hambre de todos los libros censurados...
Aquí, el hambre es metáfora de otras carencias fundamentales.

JR dijo...

Muy bueno. Hay madera de cuentista con vetas entrecruzadas de Piñera, Carpentier temprano, Feijó y la joven cuentística cubana. Ahora, el texto se me deslinda en los dos primeros párrafos cargados de poesía y los dos últimos que se separan del realismo mágico para apoyarse en una narrativa ideologizada. Había que batir en mezcladora lo de metáfora y lo de crónica. Una revisada en aras de la consistencia armoniosa lo hubiese hecho perfecto. Felicidades, Om.

Fafkiano mirando al SW dijo...

El hambre, como tal, no existe, es una metáfora del cuerpo para llevarnos al intercambio de materia con lo otro.
El hombre tampoco existe, es una metáfora de dios para encontrarse a sí mismo.
La materia tampoco existe, es una ilusión de un hambre central tal como ser.
Om escribe...nada como Om. Redondas sus aristas del hambre

El artista del hambre

sonora y matancera dijo...

se agradecen sinceramente todos los comentarios...saludos