viernes, 2 de octubre de 2009

Sobre Nina Simone



Ernesto González

La piel es la frontera, sitio de reposo y comienzo. Es la puerta, la encarnación de la paradoja, la disolución al alcance de ciertos bendecidos. Por eso suele ser engaño deseado para quienes intuyen que morir es la mayor bendición. Dejar de ser para que el amado sea, es uno de los caminos para alcanzar la verdad, y su puerta es la piel. La piel es todo. Es donde Nina Simone sintió que en uno de sus crónicos momentos de crisis, un hombre, con un toque leve en el hombro, la apoyaba. Agotada, sin tiempo para hacer lo que quiere o para no hacer nada en absoluto, de pronto, la piel de un hombre le ordenaba su mundo, le hacía olvidar los consecutivos asesinatos de sus amigos, la fiera arrogancia y prepotencia de tanta gente, el engaño con cara de sonrisa, la codicia, la envidia. En esos momentos, cuánto añoraba ser una mujer común y no poseer nada. Ser un don nadie o ser un don todo, porque madre y esposa eran éxitos suficientes. ¿Conocerá esa felicidad simple algún día? No está segura. Sólo lo está de perseguirla, no le bastan las dos horas de infinitas bendiciones que pasa frente a su público. La magia se esfuma con la disolución lenta de los aplausos, y regresa a la realidad de la lucha constante, las ansiedades y la esperanza de la piel del hombre que borre su soledad. ¿Es tan horrible dormir sola, Nina? ¿No será que te habrás olvidado de ti misma? Tienes tanto en común con Josephine. Un hombre siempre será un complemento, les hubiera dicho a ambas, no puede habitar contigo bajo la piel ni puede acompañarte tan bien como lo pueden hacer ustedes mismas. Dos mujeres que saturaron de emociones a multitudes, y sin embargo, no saben cómo lidiar con la apariencia de la soledad, que es sólo una emoción trastocada.

Los dedos de Nina son el punto de fusión con las teclas de un piano que nadie toca como ella; su piel, no su voz, es la que está pidiendo en susurros y a veces a gritos, que no la abandonen. Su epidermis negra habla con más fluidez que nunca a través de en un idioma que adora y apenas canta, y la hace interrumpir su concierto en uno de esos tórridos veranos parisinos, a finales de los setenta, para pedirle al utilero que coloque el ventilador fijo en dirección a ella. Thank you, babe, thanks, you're so cute, thanks. Se ahoga en esta sala de tercera clase en que ha tenido que cantar, sus fans no creen en el anuncio de la entrada, es que no puede ser ella, se repiten. La cantante no tiene nada y tampoco es feliz, a no ser mientras canta y toca.

Nina interrumpe su canción, se palpa el pecho sudado y mira con odio al ventilador. Corre a pararse al borde del escenario, a decirle al público que ha llegado de pasar una temporada en África: Estaba en Liberia, with my old man, you know. ¿Nunca han estado en África?, pregunta sorprendida. No puedo creerlo, están tan cerca de esas tierras. Corre a sentarse al piano. Luego achacarán esos cambios de estado de la cantante, a un desorden bipolar, siempre tendrán que juzgar y clasificar, ponerle nombre a lo que no entienden. No pueden explicarse por qué esta mujer no se calla nada, ni la comunicación que mantiene con su audiencia tanto en este sitio de mala muerte como en el Olimpia. Por eso dejó su tierra, donde siempre le esperaban malas noticias. Nunca habría compuesto, como hizo Josephine, una canción sobre sus dos amores: su país y París. Nina gritaba su amor por África.

El amor, el sexo, no es poseer, es posesión. Nuestra obsesión por poseer convierte al amado en cosa. Estoy segura de que Nina lo sabía. La piel de su old man liberiano, de seguro que compartida, era su horizonte perennemente alejado. La piel y la música era lo que le importaban a Nina. Por eso fue que se desnudó en el aristocrático club The Maze, recién llegada a Liberia. Miriam Makeba había arrastrado a Nina y a su hija hacia Monrovia, luego de saber todos los problemas que habían perseguido a la cantante, separada de un marido-manager que no le permitía descansar, obsesionado con garantizar un retiro cómodo en el futuro. Una pizarra colgada en la cocina de la casa de Mount Vernon, dejaba constancia de los años que faltaban para el retiro de la estrella y de él, que había acabado por dejar su empleo de detective para ser manager de su mujer. Quizás ambos hubieran envejecido juntos, si Andy hubiera entendido mejor a su esposa. La condenada pizarra colgada en la cocina de la casa de Mount Vernon, con los calendarios de conciertos que él planeaba y los años que quedaban para el retiro de ambos, terminó por el enfriar la piel de Nina, tan mujer como diva. La mujer necesitaba vivir en vez de soñar con un futuro que no existe ni va a existir, porque se vuelve presente. Una mañana se levantó con las pasas viradas, le escribió una nota a Andy, le pidió que cancelara conciertos porque deseaba descansar y partió hacia Barbados.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica nota. Tiene un solo defecto: me quedé con ganas de seguir leyendo. Gracias por recordar a esta gran diva, que como todas las divas, es inmortal.

Anónimo dijo...

Muy motivador el ensayo,impecable, lindo. Apenas llegue esta tarde voy a leerlo otra vez con calma y celebrarlo con cafe y cigarrito, como corresponde.... Judith G.

JR dijo...

Sí, en verdad el texto vale una copa de malbec

Manny Lopez dijo...

Muy bueno! Gracias! Adoro a Nina Simone.. Saludos, Manny

Anónimo dijo...

very delicious
http://cubainglesa.blogspot.com/2009/10/reconciliacion-de-los-extremos.html

Anónimo dijo...

Empezar por la piel ha sido acabar con la mía. En este momento de "gallina" y atento al objetivo me sigo fascinando con el artículo. A diferencia de JR quiero brindar como en "Sideways" con un Pinoit Noir de California. Nina siempre representa para mi: la noche bohemmia.

Amílcar

Anónimo dijo...

Almicar, estoy contigo, algunos de mis preferidos son, Nina Simone y Pinot Noir de California...los dos hacen tremenda liga. Ahora, el ensayo de Ernesto Gonzalez, wow...me dejo sin palabras, breathless... Gracias Ernesto, you made my night.

Lina

Anónimo dijo...

yes, la piel es el organo mas grande del cuerpo.