domingo, 27 de marzo de 2005

Misántropo

Pot Alfredo Triff

Todo misántropo es alguien que amó demasiado. Inocente herido, Gulliver en retirada a vivir con los potros. Zanjado, con la promesa de no morar con el ficticio homínido. Y como ser humano, lleva en su piel el hedor de la mendicidad y el corrupto aroma de la vanidad. ¿Quién podría reprocharle su amargura?

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Para odiar el mundo hay que abrir bien los ojos en los lugares públicos. Mirar a la gente por detrás es entender su pequeñez: sus espaldas ciegas, los lóbulos –torpes-- de las orejas, la nuca inútil, la cabeza ignorante de lo que pasa por la vida. Pobres diablos los humanos. Somos felices con nuestros pequeños sueños: el televisor nuevo, el microondas, los pagos a plazos, el nuevo trabajo con buena gita. El mayor viaje de mi vida será mi luna de miel. Cancún con sus tres días y dos noches me llevará al éxtasis de la aventura, a los confines del universo: gozar con mi mujer en la misma cama requeteusada por otras miles de parejas.
El vampiro del SW

Anónimo dijo...

La amargura es lo que nos queda despues del desengano. La vanidad de sentirme superior puede que me salve. Me gusta sentirme superior en el sentido en que soy mejor persona que algunos por ahi. Superior aunque hermanado. Bastante pequeno me siento mientras sufro a algunos. Para que guardar esta forma desde el anonimato. Si soy un cinico pues que lo sea. "soliloquio de boniatillo acido"

La Mano Poderosa dijo...

"VANITAS VANITATUM, OMNIA VANITAS"

Ecclesiasticus

La Mano Poderosa

La Mano Poderosa dijo...

Sera que el Diablo por amar tanto a Dios, odia a la humanidad, y en si a Dios?

Anónimo dijo...

Humano, muy humano. Por vez primera en sus 26 años de pontificado, Juan Pablo II no pudo presidir la misa del Domingo de Ramos. Pero estuvo con los suyos en jornada tan señalada sin importarle lo más mínimo las duras resacas de sus males. Impartió la bendición y derramó la gracia del árbol de la salud, la paz y la sabiduría por entre sus incondicionales seguidores, que, en día como el de ayer, pudieron ver en los padecimientos continuos del Pontífice la cruz que la vida suele colocarnos sobre los hombros. No obstante tanta fortaleza moral sobre los padecimientos físicos, Juan Pablo II nos reveló, en el breve pasaje de su aparición vaticana, que el hombre va por dentro de su procesión más visible. Fue un gesto. Sólo un gesto. Juan Pablo golpeó con su mano el atril que lo acompañaba y, a partir de ahí, se multiplicaron las nterpretaciones. ¿Era un gesto de rabia o de impotencia? ¿La ira dominando al Papa? ¿La frustración de no poder responder como el quisiera a los suyos? Uno lo vio tan profundamente humano que, más que nunca, me pareció ese hombre indomable, rocoso y terco capaz de enfrentarse no sólo a los nazis o a los comunistas que amenazaron su juventud, sino al mismo peso de la vida que, como una cruz penitencial de Domingo de Ramos, sobrelleva con mayor o menor resignación. Es humano. Tan profundamente humano que parece, en el último tramo del trayecto, tocado por la mano de... la fuerza de su carácter.

Mario dijo...

Si se juntan un misántropo y un misógino, encontrarán el amor que tanto miedo tienen?

Anónimo dijo...

Este post de Triff me ha hecho pensar cuando joven, siguiendo un poco la filosofía de Gasset, especulaba yo que no podría encontrar un solo hombre que pensara por sí mismo. Me aburría la uniformidad de pensamiento acción y sentimiento de mi sociedad. Me culpé y los culpé como la causa de mi desdicha. Esa uniformidad que conduce a la muerte. Inexorable extinción de la especie... pensar y actuar de manera autónoma. La sociedad nuestra fue una comedia. En mi juventud busqué mi identidad en íconos prefabricados por las cúspides del empresariado local e internacional. ¿Había algo mío, nuestro? Lo parecía, pero vivíamos en un mito colectivo. Después me di cuenta. Discriminábamos al sexo opuesto, éramos racistas, maltratamos al medioambiente, odiábamos al extranjero... Vivíamos como zombies. A mis treinta llegué a construir una panoplia contra lo que me rodeaba, contra los míos... En la universidad lo contradije todo: viví con la cerveza, el carnaval y el discurso de barricada. Quería ser el mejor. Nuestro sentimiento isleño era una pastilla. La droga. Hoy, después de cuarenta años, mis ojos se humedecen y mi corazón se llena de desesperanza. Juventud que no se arriesga no llega. Por lo tanto decido mirar al cielo callada y solitariamente y rezo con el poeta: "Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver..."
Un ignorante de pacotilla

Anónimo dijo...

Waoooo! El comentario de "ignorante de pacotilla" es tan bellamente humano que me quedo rumiando sus inteligentes pensamientos (de ignorante no tiene nada). Gracias por compartirlos con el blog. Isabelita

La Mano Poderosa dijo...
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La Mano Poderosa dijo...

Triff,
En el segundo viaje de Gulliver, se encuentra en un nuevo mundo, de gigantes. El hombre puede cambiar, solo tiene que ver lo que es y no culpar a otros.

La Mano Poderosa dijo...

Merluza,
Todos tenemos el poder de cambiar. Si estamos consciente y tenemos el deseo, se puede hacer. La fuerza de lograrlo y habilidad de seguir el "propio camino", esta disponible a quien lo busque."Seek and ye shall find".

La Mano Poderosa