miércoles, 27 de febrero de 2019

La noche más gris de los Oscares

Jesús Rosado


Salvo algún diseño o lentejuela que puede haber caminado sobre tacones espigados o tacones vaqueros la alfombra roja, la gala de los Oscares vivió su noche más gris. 
Carente de presentadores, de comentarios ácidos que arrancasen carcajadas o exclamaciones de perplejidad, y desprovista del activismo social que condimentaba las ediciones anteriores, la ceremonia ha sido una invitación al bostezo.

Muy a tono esa grisura con la mediocridad de nominaciones que decepcionan al crítico ante tanta propuesta mercantilizada. Si habían filmes cuya ingeniosidad salvaban al tradicional evento hollywoodense eran producciones como The Fauvorite, la más reciente obra de Yogos Lanthimos, cinta que aborda los complejos entramados políticos durante la monarquía de Ana de Gran Bretaña, y en el que Olivia Colman, ganadora del Oscar desempeña un rol histriónico excepcional. No es este el Lanthimos de la estatura que admiramos en The Lobster, pero sí conserva todavía su frescura transgresora en el planteamiento cinematográfico de los entresijos cortesanos de época. The Fauvorite es un proyecto tan demencial e insolente que difícilmente los académicos de Hollywood tomarían en serio o, al menos, entenderían.
De manera que Lanthimos se muestra como un realizador cimarrón en el protocolo hollywoodense y se anota un tanto importante fuera de arena. Nadie más.
Green Book, la mejor película, es un premio de carácter nacionalista otorgado de manera proteccionista contra el predominio de Roma de Alfonso Cuarón. La obra de un hispano que venía arrasando de festival en festival con película espléndida de corte autobiográfico. Y que se ve sometida a una represalia encubierta de la mentalidad hollywoodense, respaldada por los propósitos mercantiles de Netflix.
Ahora voy sobre esta pieza tan cacareada. Me refiero a Roma. Mi amigo, el reconocido crítico Roberto Madrigal, la califica como una obra artesanal bien construida. Y comparto ese criterio. Alfonso Cuarón es un ingenioso realizador, culto y bien informado. Cuenta con todas la herramientas para reabsorber, premeditadamente, el legado del Nuevo Cine Latinoamericano, fundado por Fernando Birri y secundado por el brasileño Nelson Pereira Dos Santos y los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa. Una corriente de la cinematografía latinoamericana que se involucraba de manera comprometida con los conflictos sociales y las tendencias ideológicas. Movimiento legatario del neorrealimo italiano, la nueva ola francesa y el free cinema inglés  en el que predominaba la mirada testimonial, el enfoque sociológico con matices clasistas y la utilización de actores no profesionales. Un cine que toma distancia de propósitos mercantiles y prioriza la visión estética e ideológica del autor.
Pero perdón, en este caso, ni lo uno ni lo otro. Cuarón incurre en una gran sutil estafa. Acude a las herramientas de esos precursores, produce un filme atractivamente visual, tanteando con los tempos que Tarkovsky defendía, aunque oprobiándolo  de una manera aburrida, sin llegar a emitir conceptualmente una declaración de intención social, ni denuncia, ni alternativa crítica alguna.
Roma es un pigmeo ante obras como Memorias del Subdesarrollo, La Historia Oficial, Hombre Mirando al Sudeste, La Noche de los Lápices, El Año del Conejo, Últimas Imágenes del Naufragio, La Hora de la Estrella, Yo sé que te voy a Amar, Suite Habana o Amores Perros. Piezas genuinas del cine avanzado latinoamericanista.

Es una película de pretensión y construcción preciosista, con el regalo de una fotografía de lujo al que Cuarón deberá vivir agradecido de por vida. Pero si se propone un filme de corte clasista, resulta en lo contrario. Los roles clasistas se confunden, se retraen y finalmente se derriten como plastilina al sol. O se disuelven como la mierda de perro ante la fuerza del agua.
Desahogado y dicho, voy al rito de cada ciclo en estas fechas oscarizadas. Relaciono mis filmes de interés en el curso del año y les añado un breve argumento a las preferencias:
-          El Autor, filme español de Manuel Martín Cuenca, inspirada en un escritor con aspiraciones, pero sin talento y en el que, ojo, el actor Antonio de la Torre despliega un performance relevante y sobre la consistencia de este profesional estaremos cerrando estos párrafos.
-          Verano 1993, dirigida por otra española, Carla Simón, que narra la conmovedora historia de una niña adoptada huérfana de padres muertos víctimas de SIDA. Una crónica de infancia narrada con ternura pero sin melodramatismo. Su objetividad es tan poética como convincente. Sin dudas, una de la mejores entregas del año.
-          Loveless. drama cinematográfico ruso de 2017 realizado por Andréi Zviáguintsev. El relato se refiere a dos padres que viven separados cuyos afectos están olvidados desde hace mucho tiempo y cuya relación se ha convertido en desamor. Se reúnen temporalmente después de que su único hijo pequeño desaparece e intentan encontrarlo. El realizador de la memorable Elena vuelve a validar un talento de evidentes deudas con la genialidad de Andrei Tarkovski.  

-          First Reformed, escrita y dirigida por Paul Schrader. Una película eximida de premios porque en su argumento hay una opción  de solución terrorista. La ética hollywoodense la excluyó de pretensiones. El filme es de 2018 pero su difusión se amplió en 2019. Exhibe una de las actuaciones más relevantes en la carrera artística  de Ethan Hawke. Y su guion es ejemplo de dramaturgia bien resuelta. Filme sólido y valiente que desafió el riesgo de la censura atrincherada.

-          Todos lo saben, dirigida y escrita por Asgahr Frahadi. El autor iraní emigra de su zona de confort y adapta su estilo narrativo a la realidad ibérica. El resultado es sorprendente. Primero, un thriller que captura al espectador y no lo suelta. Segundo, el ángel de Frahadi no respeta fronteras. Se mueve en el contexto español como pez en el agua y la soltura de su resultado lo prueba. Cuenta con un elenco que resuma talento actoral. Una Penélope Cruz desgarrada como madre que rinde uno de las mejores actuaciones protagónicas del año. Javier Bardem, clavado en su personaje. Ricardo Darín, profesional y elegante como siempre. Y la actuación de Eduard Fernández, posiblemente la mejor de su carrera. Un filme para disfrutar con todos los obsequios que brinda el buen cine de suspenso.

-          The Wife. Si alguna vez se hizo una elegía de los ojos de Betty Davis, atención no se pierdan en esta cautivante película los ojos de Glenn Close. Solo por la expresión de su mirada merece todos los galardones del año. Y aunque nos los gane (no los ganó) habrá que hablar de la intensidad de esos ojos por el resto de la historia del cine.

-          Carmen y Lola. Tema de amor lesbiano en medio tan adverso como es el mundo gitano que merece toda la atención del circuito crítico. La realización es mediana. Adolece de torpezas. Sin embargo, las actuaciones de las protagonistas son descollantes. Es una película de contrastes entre conservadurismo tribal y la indetenible apertura sexual contemporánea. Tantos anotados para el trabajo de las dos protagonistas. Suficientes como para no olvidarlas.

 

-          El Reino. Una de las mejores realizaciones del año. Dirigida por el joven talento español Rodrigo Sorogoyen, un thriller político acerca de la corrupción en España. Vigoroso. Impactante. Sorprendente. Un filme que secuestra el aliento del espectador durante todo su curso hasta llegar al desenlace. Acaparadora de premios de manera merecida, nos entrega el mejor desempeño de ese experimentado actor que es Antonio de la Torre, el mismo del cual les hablaba en  El Autor. Su primer Goya después de innumerables nominaciones. Una obra exquisitamente concebida. Cinematografía de un talento emergente que se coloca en la primera línea del cine europeo. Filme que, como aquel electrizante No habrá paz para los malvados (2011) de Enrique Urbizu, se consolida en el género.

-          Cold War. Pieza maestra.  Sí, esas solos dos palabras para definirla. Una historia de amor basado en un guion, que a diferencia de la Roma de Cuarón, trasunta vida pasión, ternura y tragedia. La dramaturgia plantea conflicto, antagonismos y momentos climáticos. La atmósfera rapta al espectador. El miedo, el olor del cigarrillo, el encuentro y desencuentro emocional, la embriaguez de la música, el erotismo delicado, el licor, las paranoias ante la persecución política, todo muestra la sangre de autor. La historia se basa parcialmente en la vida de los padres del director, el destacado realizador polaco, Pawel Paulikowsk quien rinde culto en esta realización a sus progenitores estéticos polacos Roman Polański, Krzysztof Kieślowski, Agnieszka Holland, Andrzej Wajda y Andrzej Żuławski, y a exponentes de la nueva ola checoeslovaca como Milos Forman, Vera Chytilová, Jiří Menzel, Jaromil Jires o Schorm. Con el concurso de la fotografía monumental de Lukasz Zal y las actuaciones magistrales de Joanna Kulig y Tomasz Kot, este drama se convierte  en la historia del cine polaco en una obra comparable a la Casablanca de Michael Curtiz, aunque, cuidado, con un final shakesperiano superior en metáfora y lirismo. Reitero, un clásico inusual a la altura de 2019.

  

Esa es mi elección. MI propuesta estética entre tanto bodrio comercial de marca convocado en este año por los “académicos” y las productoras de estreno. Es mi ofrenda espiritual humilde y legítima de cine de arte auténtico. Espero que la disfruten. Pero si no están preparados para ello, por favor escojan una película donde la mierda de perro no les gaste minutos de vida.

*Nota: No he visto Capernaum, aclamada por la critica. Si la excluyo es por ignorancia, pero si sus méritos la avalan, entrará en la selección del año que viene.

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