martes, 21 de agosto de 2012

Tautología y metáfora

Geandy Pavón

En un cuento de Jorge Luís Borges titulado “Parábola del Palacio” el autor describe de manera minuciosa, casi como una filigrana, el esplendor y la increíble belleza de cierto palacio. Laberinto-o lugar laberíntico-con patios, bibliotecas y varios ríos, o, como el propio autor ha dicho, “el mismo río varias veces”. Las descripciones continúan. El texto nos convierte en los turistas de su periegesis, hasta que aparecen el Poeta y el Emperador. El primero “recitó la breve composición que hoy vinculamos indisolublemente a su nombre y que según los historiadores más elegantes, le deparo, la inmortalidad y la muerte”.

En esta “breve composición”, el poeta describe “cada ilustre porcelana, cada dibujo en cada porcelana y las penumbras y las luces del crepúsculo”. Después reina el silencio por un instante, y entonces el emperador exclama: “Me has arrebatado el palacio”, y el hacha del verdugo le arrebató la vida al poeta. Como si todo esto no fuera lo suficientemente sugerente, el otro poeta, o sea, Borges, nos aclara que “algunos refieren de otro modo la historia. “En el mundo no pueden haber dos cosas iguales, bastó con que el poeta pronunciara el poema para que desapareciera el palacio como abolido y fulminado por la última silaba”.

¿Es acaso este cuento un apólogo? Y este apólogo ¿nos previene de lo mismo, de lo tautológico? ¿O es acaso lo contrario, solo metáfora y nada más?

Entiendo por metáfora aquella imposibilidad mediante la cual hablamos de las cosas de forma indirecta y dinámica. La metáfora está en las antípodas de la tautología. La primera nos aleja de las cosas para hacérnoslas más cercanas. Por eso a veces decimos, por ejemplo, que alguna mujer por su belleza es una flor. Sin duda es un misterio pues ¿por qué habría de ser bella como lo que no es? Sin embargo, la última, la tautología, vive de sí; es en si, y está detenida, porque es lo esencial del ser. Es el último recurso del poeta cuando se acaban las sinonimias y las combinaciones. Es el momento cuando la flor encuentra su eseidad, y entonces como alguien dijo: A rose is a rose is a rose…. Tal parece que el dilema no ha cambiado. Tanto es así que hasta me atrevería a decir que es esta la dialéctica de todo el pensamiento occidental, desde donde comienza, con Heráclito y Parménides hasta nuestros días.* Me refiero a ambos filósofos porque se me aparecen como los prototipos de lo metafórico y lo tautológico.

Heráclito por un lado nos dice que todo fluye, para el, la esencia del ser es el movimiento. Somos una mezcla de ser y no ser, o sea, somos un pasado que ya no es, un presente efímero, imposible de fijar, y un futuro que aún no es. “Nunca bajamos al mismo río, ni las aguas son las mismas, ni nosotros tampoco”. ¿No es esto pura metáfora?

En el otro extremo, su eterno rival, Parménides, nos dice lo contrario, para éste “Lo que es, es”, o sea que se afirma en un principio de no contradicción, el cual se expresaría de la siguiente manera: “Lo que es no puede no ser”. Con esta aserción antológica queda demostrada, al menos teóricamente, la inmovilidad del ser. Parménides es, por excelencia, un filósofo de lo tautológico.

Sin duda estas dos entelequias son una escisión no solo para toda la especulación óntica, ontológica y epistemológica, sino además, y he aquí lo que realmente nos concierne, es una dicotomía para el mundo de lo dicho y lo por decir, es una dificultad insoluble para el lenguaje.

Son varios los ejemplos con los que contamos para ilustrar esa dualidad . Uno de estos ejemplos lo encontraremos en el Antiguo Testamento. Cuando en el Cantar de los Cantares el poeta se refiere a la amada, habla de ésta como de “una yegua entre los cerros del faraón”. Para el amado “palomas son sus ojos”. Se echa mano a la sinécdoque, la metonimia, y no se cuántos tropos más. Cuando el hombre habla de sus avatares, siempre recurre a la metáfora; sin embargo, cuando es Dios quien habla de Si, recurre a la tautología, y dice que Él es el que Es. No puede haber metáforas en Su descripción pues nada Le es comparable. Él es la existencia capaz de existir en Su presencia. Su igualdad no lo fulmina, sólo Él puede mirarse al rostro. Los otros, los mortales que han intentado lo mismo, hoy son solo ruinas, véase a Narciso o a la Gorgona Medusa, por citar solo a dos.

He aquí la inmovilidad de la que hablaba Parménides. Dios se pliega y se repliega en Sí mismo, porque la infinitud carece de bordes, de fronteras. En el momento en que algo se mueve se presume un espacio, otro espacio que había sido inabarcable, y esto atenta contra la ubicuidad del ser. Por eso la única definición posible para el Dios bíblico está en Su esencia, Su realidad y Su nombre que son iguales. Es el conjuro de lo mismo. Es el lugar donde lo elocuente y lo tácito moran. Es la última sílaba que pronunció el poeta del cuento.

El palacio aparece, y se construye ante nuestros sentidos a base de metáforas a las que Borges recurre. La metáfora es el único recurso del mortal porque ésta alarga los tiempos y los espacios. El palacio es extenso, tiene cuerpo. Podemos pasear por esos laberintos porque la metáfora se extiende en sus referencias y pospone, no redondea, rodea, nunca define.

Pero el poeta, el del cuento, esa ficción cuya existencia no es más que una metáfora del poeta real, Borges, el de carne y hueso, ha decidido romper, desvalijarse del peso de lo finito, pero no exorcizando el tiempo con conjuros metafóricos, sino con la lengua de los dioses. Con ese recurso nominal el poeta ha nombrado el palacio, y eso ha bastado para fulminarlo. El poeta ha dejado de ser poeta para ser profeta, ha osado hablar el dialecto eterno, que no es la poesía sino la verdad. (“Definir es cenizar”, dijo E. Diego.) El poeta ha alcanzado la inmortalidad y la muerte. Hemos vuelto a Heráclito, inmortalidad y muerte, ser y no ser. Es como un aporema y yo no quisiera nombrarlo.

El nombre es el fin del discurso.
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*Es importante señalar que las construcciones teóricas de ambos filósofos, tanto Heráclito como Parmenides, fueron consebidas en verso a manera de grandes poemas.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo escrito, buenas referencias Geandy; me quedo siempre con la metáfora. Viene a la mente un relato en video de Marguerite Yourcenarque que comenté aquí:

http://www.tumiamiblog.com/2008/11/comment-wang-f-fut-sauv.html

RI

Alfredo Triff dijo...

bueno geandy. pero el viejo eleático tenía su mendó. a él le debemos q de lo q no existe nada puede decirse. nada es ex nihilo. empero, ante la aparente inmobilidad monista de parmenides me quedo con el río cambiante de heráclito.

Anónimo dijo...

DE QUE ESTAN HABLANDO????? TREMENDAS PAJAS QUE SE HACEN USTEDES!

Anónimo dijo...

Apologia vs metatranca

Alfredo Triff dijo...

mira ano. te traduzdo el post de geandy a nivel de tranca como tú entiendes.

a veces tienes deseos de s. solo entonces te pones meloso medio comemierdón. como eres ñame y tu labia es limitada, terminas rayando yuca. solo tú. ahí estás con parmenides, la identidad de la paja.

cuando tienes suerte y un pestillo se fija en ti, entonces se abre la posibilidad de dos. tú y ella (la pobre). ahí vas de la mano de heráclito.

Anónimo dijo...

jajajaj buena explicacion , cuando sera el dia que se hable asi en el ambiente academico?

JR dijo...

Admiro en Geandy sus profundas inquietudes más allá de la labor creativa. Revela al humanista y no al artista que se alimenta de la pose. Sigue tirando, amigo

Anónimo dijo...

Hey Geandy ya salio de la carcel tu padre el violador de menores?
trauma