sábado, 9 de mayo de 2009

Retrato del coleccionista como maniático


Eliseo Cardona (publicado en Bluemonk)

Una colección es una historia de exclusiones.
La reflexión pertenece al argentino Jorge Luis Borges, que no hablaba de discos sino de libros. Pero sus palabras, al menos para mí, adquieren mayor peso al hablar de una discografía. En verdad, ¿quién puede dudarlo? Sólo aquellos que no han sido picados por el bicho de coleccionar: Oficio gratificante que, ay, concierne a la fragilidad del ego. A las buenas bibliotecas, por mucho que muestren diferencias en sus contenidos, raras veces se las critica. En cambio las discografías dicen mucho más sobre el gusto de quien colecciona. Hablan sobre todo de su pasión. Porque aún entre gentes que coleccionan los mismos discos el gusto se siente con disparejo fervor. Hay un tipo de coleccionista que se parte el alma imponiendo límites a su reino musical. No exagero: sus criterios operan como dogmas de una santa inquisición. Mi padre, que es dueño de una exquisita colección de discos de salsa neoyorquina, cerró la puerta y extravió la llave al morir el fenómeno de la Fania. Comenzó coleccionando en Nueva York para fortalecer su amenazada identidad puertorriqueña en la ciudad. Con la música, un negro boricua se buscaba a sí mismo en una selva donde el mestizaje aún no imponía su ética. Así coleccionó música de la llamada época pre-Fania, charangas, boogaloo, soul latino y, por supuesto, todo lo editado por el sello de Jerry Masucci. Pero he aquí que nadie puede hablarle de Gilberto Santa Rosa, por ejemplo, porque arquea las cejas y por lo bajo tilda al atrevido de soberano comemierda. Mi hermano heredó su pasión de coleccionista. Y él también tiene lo suyo. Por ejemplo, no lo haga escuchar timba cubana porque al brother esa música le parece que tiene un golpe demás en la clave (dicho sea de paso, mi amigo Aurelio Moreno piensa exactamente lo mismo). Para él, la música cubana de carácter bailable que no pasó por Nueva York se muestra en exagerados trazos como caricatura chillona, estética charra (que para los cubanos equivale a "lo cheo"). Yo no le recrimino sus prejuicios porque se trata de un hombre que vive atornillado en una nostalgia que sabe separar el grano de la paja. Y en ese grano se descubren cosas extraordinarias, como el «Camel Walk» de los maravillosos Latinaires, un grupo que a mí se me antoja a gloria. Pero prejuicios aparte, tanto a mi padre como a mi hermano los distingue un amor profundo por el disco como objeto. Un amor que se expresa en el mimo con que limpian los vinilos, conservan las portadas, evitan rayar los surcos... No han sido varias sino miles las veces que mi padre ha sacado de donde no tiene para comprar una aguja especial que "le da cariño a la pasta" de sus discos al ponerlos a sonar en el equipo de música. En esa colección suya están los años más felices de su vida. Es decir, en esos discos está escrita su biografía. Yo no voy a decir que no tengo prejuicios ni manías de coleccionista. Pero digamos que mis gustos son más eclécticos. Es cierto que no escucho de todo, pero no escucho poco ni soy selectivo. Por mucho que trato, soy incapaz de escuchar solamente jazz, que es la música que al arrebatarme, paradójicamente, me da un norte espiritual. Al hacerlo, comienzo a echar de menos las músicas de mi país brasileño, las músicas africanas, la trova, el tango, la música mexicana, colombiana, rock, folk, country... No colecciono de todo. Y ese es el problema. O tal vez la bendición. En todo caso necesito tener discos en la casa como otros necesitan tener plantas, una mascota o un ser querido. Los discos son organismos vivos. Son además indispensables. He sabido privarme de comer en un restaurante, de una compra en el mercado, pero los muchachos de la tienda Uncle Sam en mi barrio de South Beach saben que no me tiembla el pulso para pagar una costosísima serie de Ornette Coleman grabada en Japón. Sin mis discos soy menos yo que yo. Por lo demás, coleccionar me ha enseñado el arte de justificar las preferencias. Que es la base del ejercicio de la crítica. Hace tres lustros, mi amigo Néstor Díaz de Villegas, extraordinario poeta cubano, me hizo echar a la basura una colección de los discos de The Police al decirme que se trataba de "bubblegum rock". Hoy lo mandaría a la mierda ipso facto si me critica mi pequeña colección de música ranchera. Tanto amo esos discos que se me hace difícil juntar a José Alfredo Jiménez con Pepe Aguilar. Nada, cosas mías.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Eliseo Cardona: Excelente!

Anónimo dijo...

Muy interesante lo de Ivan de la Nuez.

Anónimo dijo...

Todo tiene vida,un aura,el universo holografico de la tercera dimencion,todo lo que vemos en este mundo tridimensional...

Anti-Oficial

Anónimo dijo...

Nada. Cosas de él.

Feminista dijo...

Muy bien por Eliseo. He visitado su blog y disfrutado mucho sus páginas. Me parece una joya de la crítica del jazz en la ciudad.

En Cuba mi padre se dedicó a coleccionar discos. Clásicos y de la la música popular de la época. Lo ponía en su querido tocadiscos Phillips que tenía. Me transportaba ese sonido de la aguja en la superficie del disco y el olor a bombillos saliendo de la consola. Lo recuerdo sentado en su sillón, disfrutando la música y fumando su pipa. Yo desde un rincón admirándolo y viviendo la eternidad del momento.

A.B dijo...

Que buen artículo Eliseo. La relación familiar con tu actualidad sostienen a la perfección tu concupiscencia con la elección de tu música.
Yo descubrí a la Fania que promocionaba Jerry Massuci en un bar de putas en Barcelona cuando los marineros portorriqueños acudían con sus LP a que sus concubinas se los pusieran junto a la coca-cola y el ron bacardí.
Después la bossa nova bajo la voz irreverente y sutil de Vinicious da Moraes.
Y después tuve la suerte de conocerte a ti en persona en una de estas fiestas que el "flaco" monta en su casa para unir lo más ecuménico e impensable de este barrio que se llama Miami.
Aún recuerdo el día que le dijiste a Alfredo " YO pensaba que no querías que escribiera en tu blog"
Por favor no dudes en hacerlo más a menudo para mostrarnos aquel toque gourmet que ofreces cada vez que deseamos conocer a un nuevo o viejo autor.

Un abrazo

Amílcar

Alfredo Triff dijo...

Como cambian las cosas. Imagino a Eliseo diciéndole a un T.A. Edison desde la máquina del tiempo: ¡El objeto, maestro, el objeto!

Anónimo dijo...

Musica ranchera!!!??? Ah que asco!!

RI dijo...

Qué delicia de lectura querido Eliseo…
Aprendo de tu sensibilidad musical y de tus mañas desde la afinidad que nos une. ☺

william Rios dijo...

que placer poner la aguja sobre el vinil y escuchar ese scrach preambulo de la musica....a veces en la musica , sin dudas es una experiencia muy diferente a escuchar cd , Eliseo es especial yo siempre paso por su blog y es una suerte tenerlo por aca , atesoro una coleccion de casi 3500 lps y sigo comprando

Anónimo dijo...

Eliseo, brother te pasaste!

JR dijo...

Exquisito texto. Con elegancia así se explica la sensibilidad de un apasionado que no le sobra clave, algo que afirmamos de Eliseo, diciéndolo a la propia manera de Eliseo.

Teresa Dovalpage dijo...

He aprendido de música leyendo este artículo más que si fuera uno " de crítica",. Awesome, ELiseo...