miércoles, 5 de junio de 2013

El miedo al negro, un arma de la Revolución

Jesús Rosado

Son múltiples los factores que han intensificado el reciclaje del racismo en Cuba. Si bien con la llegada al poder de la revolución castrista de 1959 se emprendió desde el estado un proceso de eliminación de las barreras categóricas de segregación, los efectos de la separación implícita nunca serían superados por dos razones. La primera, porque la nueva administración se apoyó en los argumentos de la lucha de clases para maniobrar políticamente relegando la cuestión racial por considerarla “resuelta” con la movilidad de las minorías a través del espacio social, albedrío que no incluyó jamás escalar los niveles de jerarquía. ¿Acaso esta posposición de una integración plena fue negligencia política o resultado del acuerdo tácito en el seno de la franja mayoritariamente blanca del poder?

Lo acontecido desde entonces deja traslucir –y esta sería la segunda razón para que no envejezca la invisible división racial- que el dirigente blanco “revolucionario” adoptó solapadamente una estrategia de antirracismo utilitario a partir de las disposiciones y leyes emitidas que supuestamente eliminarían de modo radical la discriminación. Había que aprovechar la gratitud del negro hacia el abolicionismo cordial de aquella mambícracia de siglo XX cuando, en realidad, la mentalidad étnica de los gorras verdes nunca se despojó de la herencia del supremacismo blanco que se erigiera en la identidad insular desde el genocidio de los primitivos moradores, pasando por la plantación esclavista, hasta convertirse en filosofía doméstica con los aportes de la ilustración eurocubana decimonónica y la eugenesia republicana.
Al establecerse como máxima autoridad, la generación Castro estrena la trata ideológica del negro, una modalidad de negociación que convoca a la prostitución política de la raza subvalorada a cambio de educación dogmática pero gratuita, ofertas de trabajo improductivo, medallas deportivas más pacotilla convoyada, carnaval sin restricciones, alguna sobra del banquete autocrático y un hipócrita “compañerismo”. La modalidad no es nueva en la trayectoria de la gestión castrista. El propio dictador ha admitido en alguna ocasión la “utilidad” de reclutar elementos marginados en la consecución de fines políticos.
A cambio, el sector negro encontrará en la ausencia de la desplazada aristocracia la apariencia de una equidad conquistada, ofreciendo su apoyo irrestricto a la intención totalitaria sin caer en cuenta que, tras el discurso populista, el pináculo de la política territorial no ha hecho más que mutar a un grupo oportunista que lo suma como base de apoyo. Pero en la conversación de muro adentro para el blanquito fidelista el “compañero nichardo” seguirá siendo el ágil ladrón de gallinas o de bases en un juego de pelota, el pendeciero al que hay que aliarse para eliminar al rival, la carne de presidio, o de cañón si de campañas africanas se trata, el colector de trofeos en podios deportivos, el que mejor toca el bongó ante los auditorios europeos o el mayor consumidor de pergas en un quiosco de cervezas.

Con los testimonios ya palpables de que ha sido víctima de una empresa de consumada demagogia, con la partida forzosa de amplias porciones de población blanca desafecta, y tras el envilecimiento material y ético que ha representado el castrismo luego de medio siglo, el sector negro se halla atrapado en una trampa etnopolítica, viviendo en su mayoría en condiciones de extrema pobreza debido al escaso acceso a las remesas del exterior y la consabida incapacidad del régimen para resolver sus necesidades primarias habitacionales y de ingresos. Dicha incapacidad de solvencia sabemos que es, a escala de sistema, más funcional que racista, sin embargo ello no desdice para nada el favoritismo silencioso que disfrutan los estratos blancos en cuanto a posibilidades de empleo en el circuito donde fluye moneda dura.
Con el recrudecimiento de la distopia criolla se han acentuado las diferencias de estatus entre grupos étnicos, al punto de que se hace cada vez más común para los analistas relacionar la precariedad cubana con la noción de “haitianización”, asociación dolorosa porque alude a las condiciones de miseria del negro insular comparable a las de sus semejantes en Haití.  Cuando a estas alturas se suponía que por “bondades” del castro-leninismo la sociedad hubiese entrado en una fase post-racial he aquí que nos encaminamos en marcha de gigantes hacia las márgenes del Níger colonial. Un retrorracismo abocado a la violencia. Constatable en los índices poblacionales de la comisión de delitos o en la demografía carcelaria.  Verificable al presenciar el castigo despiadado que recibe un disidente negro o mestizo de parte de turbas y esbirros o el que irracionalmente el negro procastrista propina al opositor de tez clara. Un punto de incivilización donde la tiranía aparenta ignorar pero sabe lo que hace.

Si bien los teóricos castristas remiten toda esta recidiva discriminatoria al debate de élite en los recintos académicos, la cúpula del apparátchik no desdeña sus ventajas y la usa de manera disfrazada como recurso guerrillero a su favor. La retórica contra la división de razas se delega a los medios de difusión y a las instituciones, pero la confrontación interracial se necesita para prorrogar el sometimiento manipulando temores ancestrales. Los dos viejos pánicos sociales en el escenario vernáculo: el miedo recíproco entre negro y blanco, los miedos de ambas razas al represor. Ni qué decir que para los declives totalitarios el racismo instintivo es antídoto ideal contra la amenaza de transformaciones pluralistas. No puede haber democracia ni justicia social con racismo. Ni se erradica el racismo sin posibilidad de apertura política. Por tanto, razones hay suficientes para que la Revolución mantenga el miedo al negro en su arsenal indispensable.

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Ilustraciones: obras de Alexis Esquivel

- Mitochondrial Democracy, acrílico sobre tela 114 cm x 146 cm, 2009
- Carlos Manuel de Céspedes y la libertad de los negros, óleo sobre cartulina. 72 x 48 cm, 19
- Ciudadano del futuro, acrílico sobre tela, 146 x 195 cm, 2009

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Verificable sin duda: "Verificable al presenciar el castigo despiadado que recibe un disidente negro o mestizo de parte de turbas y esbirros o el que irracionalmente el negro procastrista propina al opositor de tez clara. Un punto de incivilización donde la tiranía aparenta ignorar pero sabe lo que hace."
Bien dicho JR. RI

Anónimo dijo...

Primer acto:
-Se abre el telón, y se ve una negrita embarazada.
Se cierra el telón.
¿Cómo se llama la obra?
...
...
...
Un negro por-venir

Anónimo dijo...

Fuerte,demasiado fuerte, Rosado

Octavio Guerra Royo dijo...

Me cuadró esa onda de la "trata ideológica del negro". La cuestión racial en Cuba es un ajiaco difícil de despejar. Los demagogos de todos los bandos han desportilladlo hasta la saciedad sobre la misma. Hoy día, con la marginación de la aplastante mayoría de los cubanos, esto ha pasado completamente a un segundo lugar. Tras más de medio siglo de represión totalitaria, la dictadura ha convertido a la población de la Isla en una inmensa masa homogénea de miserables desclasados, pudiendo alcanzar así la utópica igualdad soñada por los ideólogos más trasnochados o/y oportunistas del mundo. Es cierto que la casta gobernante en Cuba son mayoritariamente hombres, machistas, homofóbicos y, por demás, más "claritos". Sin embargo, el resto de los 11 millones de cubanos de todos los colores y sexos son totalmente iguales en su miseria, ostracismo, falta de oportunidades y desesperanza. Para ellos, la ideología ha muerto y ya no importa ser blanco, negro, mulato o marciano. La cuestión es cómo enfrentar el dilema diario de desayunar, almorzar, comer, vestir y huir del gulag en que el castrismo ha convertido la Isla.

Alfredo Triff dijo...

JR: Muy buen post. Muy buena también tu pregunta anoche en el panel. Fueron saliendo los tópicos poco a poco. Es un tema lleno de complejidades: identidad, nación, racismo (sea o no "cordial"), democracia, etc. Tiempo y madurez política.

Anónimo dijo...

Buen post. omu

JR dijo...

Gracias, RI. Ese párrafo que citas ilustra la trampa al negro.

Muy buenos tus puntos, Octavio. Pero hasta dentro de la marginación general hay marginación racial. No podemos taparnos los ojos ante eso.

Gracias, atRifF. Mi pregunta estaba redondeando el planteamiento de quien me antecedió, el Dr. Darsi Ferrer, un valiente activista que arribó al exilio hace poco tiempo. Esta misma pregunta ya la hice cuando Rodiles, porque no se puede restringir la aspiración de cambio a la teorización o a la discusión ideológica, el problema estriba en conectar con todas las capas de la población, hacer ejercicio de alfabetización política. Generar opinión, ejercer liderazgo, comienza por establecer amistad cívica con el ciudadano de a pie. De cualquier color. Hay que caminar, escuchar, intercambiar, aceptar o interpelar, compartir, convencer, sumar, siempre sumar. No es reunir firmitas o recursos para el proyecto ideado por un individuo. Es motivar y fomentar el despertar del ser pensante en muchos individuos. Lo otro es oficio de magisterio, pedagogía, lo cual es bueno y formativo, pero ello solo no moviliza conciencias. Al régimen cubano le conviene el debate académico porque le hace juego a su monopolio de ideas. Se siente resguardado, ese es su comodín. Otra cosa es la calle. Tienes razón: es tema y complejidad antes de llegar a la adultez política.

machetico dijo...

Si siguen con esa muela cimarrona, en el futuro el deporte nacional va a ser el tiro al blanco. Déjenlos tranquilos. No los cuqueen.

Anónimo dijo...

Volaisimo!!!