domingo, 12 de agosto de 2012

Mariah Brown, la lavandera

Primeros pobladores bahamenses, Coconut Grove, Miami


María Cristina Fernández

“The dancing motion of the towers will create a new landmark in the community”, eso dice el arquitecto a cargo de un nuevo proyecto de condominios que darán la ilusión de ser movidos por el suave viento de la bahía. También pretenden “re-grove the heart of Coconut Grove, and create a landscape in tune with the surroundings”. Suena bien.

Pero si te deslizas un domingo por Grand Avenue rumbo a la Avenida 37, bajo un sol propio del mes de agosto, como una neófita que quiere iniciarse en el Goombay Festival , esperando que el milagro de la música y ese disfrute de sacar el cuerpo a la calle a reunirlo con otros cuerpos sin prisa, te contagie con esa presencia amorfa pero viva que llaman la tradición, puede que termines rumiando en soledad la terrible conjura de las evidencias. Primero adviertes que bajo los cordeles de banderitas amarillas y azules, los kioscos que venden comida ligera, bebida y artesanías sin gracia, parecen bostezar. La gente, descendiente de afro-bahamenses en su mayoría, se sientan en las aceras, al borde de esos edificios a punto del colapso que esperan por apetecibles ofertas para “reanimar” la ciudad. Una niña levanta pompas de jabón al aire,. Un hombre joven, con oro en los dientes y camiseta blanca canta un monótono “Pick it up, pick it up”. Por asociación recuerdo la proliferación de carteles amarillos con el lema “Give it back”, pidiendo a los cuatro vientos que el Coconut Grove Playhouse Theater vuelva a la vida. Pero, ¿dónde está la campaña, me pregunto, para salvar este vecindario fundado por gente hábil que enseñaba a los colonos blancos a sembrar entre la piedra, que sabía tallar, construir, abrir caminos…? Diríase que estas gentes fueron la mano dura en la fundación de una ciudad que los olvida.

No hubo mucho que mostrar a la calle esta vez del arte del junkanoo, ni de las mascaradas donde un hombre es a la vez dragón, pez y pavorreal. Tampoco del sonido de los tambores invitando al corazón a asumir el mando del cuerpo mientras dura la fiesta. El desfile, que no vi, fue más bien breve y apagado. Faltan patrocinadores, me dice una mujer junto a la mesa que exhibe fotos de los fundadores. Entre ellos está Mariah Brown, la lavandera. Se sabe que los dueños del hotel Peacock la contrataron para trabajar en su hotel, y estuvo siempre junto a los que levantaron las primeras escuelas y bibliotecas del vecindario.

Luego, en casa, sigo acopiando datos a ver si logro entender qué ocurrió después en un lugar donde una comunidad de mayoría negra coexistió en relativa proximidad con otra comunidad de escritores y artistas de mayoría blanca, muchos de ellos amantes del jazz y de la multiplicidad cultural. ¿Qué pudo ocurrir para que Coconut Grove ya no fuera más el que fue en la Era de la Bahía, o en los años 20, 50 o 60 del siglo pasado? En un blog llamado Headly Winterfield encuentro una reflexión que entronca con esta, donde su autor propone que a la campaña por salvar el Playhouse Theater se le una la de salvar el distrito histórico que zozobra. Idea sensata que permitiría, entre otros lugares de interés, abrir las puertas del Museo de la memoria afro-bahamense en la casa de la lavandera.

Mientras, (no somos ingenuos), el ambicioso proyecto de las Dancing Towers, se completará probablemente mucho antes de que eso ocurra. A la espera de su momento, cerrada a cal y canto y con un cartel indicando “Not Trespassing”, las termitas continuarán su afanoso trabajo de comerse palmo a palmo, la casa de la lavandera Mariah Brown.

4 comentarios:

omu dijo...

Bahamiamian coco nut y grave ese grove que insiste en su negrura rodeado tan pobre de espejitos que aumentan el brillo de lo artificial. Miami entero es así. Buen texto.

Anónimo dijo...

precisamente, cristi, es ese contraste entre lo autEntico y original, y lo otro, lo impostado, cartOn piedra, lumInico y desabrido, donde parece que que gana lo segundo. quE bonito escrito, loaudable intenciOn. RI

JR dijo...

Sensible texto, María Cristina. Y que hermoso que defiendas la idea de la fundación de un museo. Un centro de memoria, documentación y enseñanza. Depósitos de cultura y reflexión. Algo tan deplorado hoy día por mentes que dicen ser de vanguardia.

Anónimo dijo...

Jesús, aunque hay museos y museos, en general, creo lo mismo que tú sobre lo necesarios que son. Yo debo gran parte de las alegrías de mi infancia a ellos. Sí creo en que deben estar cerca de la vida, de lo real, pero no dejar de existir. Gracias a los tres por dejar su impresión.
Cristy