jueves, 25 de junio de 2020

Irse o venirse

alFredoTriFf

Mi generación fue una generación inmoral. La promiscuidad barata y la hipocresía reinaban en la Cuba de los 70. El tiempo transcurría pegajoso entre nimias necesidades, transgresiones nocturnas y sueños de libertad.

Se cultivaba la escolástica de la mentira. La Habana estaba azotada por una escoliosis moral: en la cuadra, en la escuela, en el trabajo, en la Plaza, todo el mundo mentía. ¿Qué quedaba? Recurrir al sexo.

Íbamos al sexo como ganado. La promiscuidad era una manera de escapar. El sexo era una forma de hedonismo liberador. Era la moda y nosotros, burgueses al fin, adoptamos el lema: Sin patria pero singamos.

No digo esto con ánimo de moralizar. Por el contrario. Disfrutamos nuestras orgías (no había que ser pincho para eso), sexo playero (la Playita de 16, preferida por los músicos), sexo pluralista en la Escuela al campo, sexo de posada centrohabanera, sexo telefónico. Sobre todo mucho sánuich de jamón y queso con la carne fémina en las guaguas atestadas y mejor razón para montarlas.

Una hazaña sociológica era acostarte con la mujer de tus amigos (la amistad se hacía más íntima). Los varones desarrollamos la técnica antropológica de caerle atrás a una mujer desconocida (en mi caso, Galiano abajo), darle muela hasta convencerla y llevarla a la cama esa misma tarde.

En aquella Habana apuntalada de concentraciones multitudinarias no había mucho que hacer. La VOZ tronaba, el calor rajaba las piedras y la lluvia tumbaba las paredes de los solares. Chivateo y singueta a la orden del día. Queríamos irnos y aprendimos a venirnos.

Me pregunto si Cuba es una isla proterva, si somos recónditamente sexuales, si nuestra sangre se aviene mejor a la cochambre que al respeto ajeno. No quiero decir NISININO (campeón del juego de damas de la época, con el que siempre perdí).