domingo, 14 de agosto de 2005


Por Rafael Fornés

La faena de la arquitectura en Cuba no es fácil. Hay decenas de profesionales que a duras penas, mantienen una labor de restauración y documentación encomiable. Conviven, literalmente, en medio de las ruinas (como salidos de un grabado de Piranesi). Ese es el caso del veneciano Roberto Gottardi, quien se empeña --contra viento y marea-- en terminar su escuela de artes dramáticas (por más de cuarenta años sigue elaborando cientos de bocetos y maquetas). A propósito del billboard "Revolucion es construir", quería mostrar el estado una obra maestra, producida después del 1959: me refiero a las escuelas nacionales de arte en Cubanacán. De acuerdo con la anécdota, la idea surge cuando Fidel y el Ché fueron a jugar golf al Havana Country Club. Maravillados ante esos jardines, decidieron el proyecto de cinco escuelas de arte: danza moderna, ballet, artes plásticas, música y artes dramáticas. Tres arquitectos se encargaron del diseño. El camagüeyano Ricardo Porro (exiliado en Venezuela) invita a sus amigos italianos Vittorio Garatti y Roberto Gottardi a unirse en la aventura tropical. Como pasa en Cuba, sólo se terminó la escuela de artes plásticas y danza. El resto del proyecto fue censurado y abandonado; las escuelas condenadas a las ruinas. Los italianos corrieron la peor suerte. Aún en ruinas, se destaca la abundancia de detalles y espacios barrocos borrominescos. Sorprende la organicidad, nos invade esa teatralidad medieval de las artes dramáticas. Obras de importancia arquitectónica como esta, merecen ser protegidas.
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