Alfredo Triff
En el año 2005 tuve el honor de presentar a Umberto Eco de paso por Miami, invitado por Florida Center of Literary Arts del Miami Dade College, en su gira promocional por Estados Unidos, con The Mysterious Flame of Queen Loana.
Llegué media hora antes, como había acordado con Mitch Kaplan y Cristina Nosti. La presentación tenía lugar en el amplio auditorio del Edificio 3 de MDC. Al llegar encontré al ídolo de juventud setentosa: algo calvo, grande, vestido de saco y corbata, portando espejuelos metálicos, ovalados, estilo 70. Estrechamos las manos y reparé en los dedos regordetes.
Eco tenía una voz pausada, profunda, de aliento pesado y rasposa. Traía conmigo dos de mis textos favoritos: Opera Aperta y El péndulo de Foucault. Pedí que los firmara. Me senté a su lado. Sirvieron café.
Actitud jovial sin sonrisas. La cara una máscara cuidadosamente estudiada.
— ¿A qué se dedica? —preguntó. Salió a relucir la filosofía.
Comenzó por confesar: el profesorado no era realmente su vocación:
— Escribir requiere la soledad. Los libros me acompañan y me alejan de la gente. ¿Cuál es su filósofo contemporáneo favorito? —inquirió, mientras apuraba un sorbo de café.
Lanzé un nombre: Nelson Goodman.
— Anglosajón —respondió.
— Sí — por otra parte muy europeo.
— ¿A qué se dedica? —preguntó. Salió a relucir la filosofía.
Comenzó por confesar: el profesorado no era realmente su vocación:
— Escribir requiere la soledad. Los libros me acompañan y me alejan de la gente. ¿Cuál es su filósofo contemporáneo favorito? —inquirió, mientras apuraba un sorbo de café.
Lanzé un nombre: Nelson Goodman.
— Anglosajón —respondió.
— Sí — por otra parte muy europeo.
— Fenomenalista y nominalista —continuó.
— Se refiere al Goodman temprano —añadí automáticamente, entrando al plano fértil.
— Y al tardío —objetó (y una chispa en la mirada).
— No sé si sabe que mi libro El nombre de la rosa le debe mucho al nominalismo.
— Lo he leído cuidadosamente —dije instintivamente. Eco parecía tener en mente un tema aledaño.
— El nominalismo es la metafísica herética de la Edad Media. Desafortundamente no tuvimos heréticos nominalistas en Italia.
— Pero tienen a Tomás de Aquino — (conocía que Eco había escrito su disertación doctoral sobre la estética en la obra del gran filósofo medieval).
Eco hizo raro gesto de incredulidad, mientras pluma de fuente dibujaba garabatos sobre un cuaderno de notas.
— ¿Cuál es su herético favorito de la Edad Media? —preguntó.
— Ockham, por supuesto.
— Y al tardío —objetó (y una chispa en la mirada).
— No sé si sabe que mi libro El nombre de la rosa le debe mucho al nominalismo.
— Lo he leído cuidadosamente —dije instintivamente. Eco parecía tener en mente un tema aledaño.
— El nominalismo es la metafísica herética de la Edad Media. Desafortundamente no tuvimos heréticos nominalistas en Italia.
— Pero tienen a Tomás de Aquino — (conocía que Eco había escrito su disertación doctoral sobre la estética en la obra del gran filósofo medieval).
Eco hizo raro gesto de incredulidad, mientras pluma de fuente dibujaba garabatos sobre un cuaderno de notas.
— ¿Cuál es su herético favorito de la Edad Media? —preguntó.
— Ockham, por supuesto.
— Ni Juan XXII ni la iglesia pudieron con él. Eco trató de acomodarse en la silla más pequeña que él.
— Le cuento: Traduje un par de ensayos de Nelson Goodman en mis años universitarios.
— ¡Qué coincidencia! —exclamé.
— Hay más —mirándome fíjamente—. El Péndulo de Foucault está dedicado a ese momento único de la Edad Media en que el nominalismo desplaza al neoplatonismo.
— La Edad Media alta —asentí.
— Exactamente.
— ¿Y cuál es su libro favorito de Goodman? —Atreví a indagar.
— Ways of Worldmaking: una obra maestra.
Otro sorbo de café y la gran humanidad buscó acotejo en la silla.
— Ese libro es el tema central de mi tesis de grado —dije enfáticamente, como esperando una explicación.
— Otra coincidencia —mirando de reojo—. Le cuento que... Goodman estuvo por la universidad de Turín a principios de los años 70. Era muy respetado en Italia.
— Vaya... qué sorpresa.
— ¿Ha leído The Island of The Day Before?
— Por supuesto.
Otra larga pausa.
— Pero ¿no lo trajo con usted para que se lo firmara?
Quedé atónito. No quería defraudarlo. Entonces pretendí ojear mis notas. Ojeada por encima de los marcos, a mitad de nariz.
— El capítulo 34 de la novela está dedicado a Nelson Goodman. —Enunció con cara circunspecta.
— Re-al-ly? —interpelé. No era posible que Eco estuviera gastándome una broma.
— Le cuento: Traduje un par de ensayos de Nelson Goodman en mis años universitarios.
— ¡Qué coincidencia! —exclamé.
— Hay más —mirándome fíjamente—. El Péndulo de Foucault está dedicado a ese momento único de la Edad Media en que el nominalismo desplaza al neoplatonismo.
— La Edad Media alta —asentí.
— Exactamente.
— ¿Y cuál es su libro favorito de Goodman? —Atreví a indagar.
— Ways of Worldmaking: una obra maestra.
Otro sorbo de café y la gran humanidad buscó acotejo en la silla.
— Ese libro es el tema central de mi tesis de grado —dije enfáticamente, como esperando una explicación.
— Otra coincidencia —mirando de reojo—. Le cuento que... Goodman estuvo por la universidad de Turín a principios de los años 70. Era muy respetado en Italia.
— Vaya... qué sorpresa.
— ¿Ha leído The Island of The Day Before?
— Por supuesto.
Otra larga pausa.
— Pero ¿no lo trajo con usted para que se lo firmara?
Quedé atónito. No quería defraudarlo. Entonces pretendí ojear mis notas. Ojeada por encima de los marcos, a mitad de nariz.
— El capítulo 34 de la novela está dedicado a Nelson Goodman. —Enunció con cara circunspecta.
— Re-al-ly? —interpelé. No era posible que Eco estuviera gastándome una broma.
— No explícitamente—añadió calmoso. Está titulado "Monologue on the Plurality of Worlds". Vuelta al vistazo condescendiente sobre la armadura.
— Y también le dedico una buena parte de un capítulo en mi Semiotics and the Philosophy of Language.
— Maestro — apuré algo nervioso. Tal parece que el experto en Goodman es usted.
Fue a este punto que Eco sonrió por primera vez. Hizo un ademán pausado de negación con la cabeza. Otro sorbo de café.
— Para nada. Me agrada que tengamos el mismo gusto.
Alguien llamó detrás de la cortina. La presentación estaba por comenzar. El público comenzaba a inquietarse.
— Ha sido un placer — dije petrificado, ojos como platos.
Eco se levantó protocolar y cordialmente.
— El placer es todo mío. Buena suerte.
— Y también le dedico una buena parte de un capítulo en mi Semiotics and the Philosophy of Language.
— Maestro — apuré algo nervioso. Tal parece que el experto en Goodman es usted.
Fue a este punto que Eco sonrió por primera vez. Hizo un ademán pausado de negación con la cabeza. Otro sorbo de café.
— Para nada. Me agrada que tengamos el mismo gusto.
Alguien llamó detrás de la cortina. La presentación estaba por comenzar. El público comenzaba a inquietarse.
— Ha sido un placer — dije petrificado, ojos como platos.
Eco se levantó protocolar y cordialmente.
— El placer es todo mío. Buena suerte.
1 comentario:
Yo estuve aquel día ...y fui testigo presencial en el auditorio....lo confirmo....lo comentamos. Abrazos
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