sábado, 20 de febrero de 2016

Mis 20 minutos con Umberto Eco


Alfredo Triff

En el año 2005 tuve el honor de presentar a Umberto Eco de paso por Miami, invitado por el Florida Center of Literary Arts del Miami Dade College, en su gira promocional por Estados Unidos, con The Mysterious Flame of Queen Loana.

Llegué media hora antes como había acordado con Mitch Kaplan y Cristina Nosti. La presentatción tenía lugar en el amplio auditorio del Edificio 3 de MDC. Al llegar encontré al famoso hombre de las fotos: algo calvo, grande, vestido de saco y corbata, portando esos espejuelos metálicos, ovalados, al estilo de los años 70. Nos estrechamos las manos y reparé en sus dedos regordetes.

Eco tenía una voz pausada, profunda, algo rasposa, de aliento pesado. Traía conmigo dos de mis textos favoritos suyos: Opera Aperta y El péndulo de Foucault, que pedí me firmara. Me senté a su lado y sirvieron café.
Aunque con actitud jovial Eco no sonreía. Su cara parecía una máscara cuidadosamente estudiada.
— ¿A qué se dedica? —me preguntó, y salió a relucir la filosofía.
Comenzó por confesarme que el profesorado no era realmente su vocación:   
— Escribir requiere profesión de soledad. Los libros me acompañan y me alejan de la gente. ¿Cuál es su filósofo contemporáneo favorito? —inquirió con tranquilidad, mientras tomaba un sorbo de café.
Confieso que ante una pregunta como esa mi pluralismo puede congelarse. Lanzé un nombre:
— Nelson Goodman.
— Anglosajón —respondió enseguida.
— Sí — dije— Por otra parte muy europeo. ¿Lo conoce?
— Fenomenalista y nominalista —continuó— sin responder mi pregunta. Asentí con un gesto.
— Bueno... se refiere al Goodman temprano —añadí automáticamente, como para entrar a un plano fértil.
— Y al tardío —objetó con cierta chispa en la mirada.
— No sé si sabe que mi libro El nombre de la rosa tiene mucho que ver con el nominalismo. 
— Lo he leído —dije instintivamente. Eco parecía tener en mente un tema aledaño.
— El nominalismo es la metafísica herética de la Edad Media. Desafortundamente no tuvimos heréticos nominalistas en Italia.
— Pero tienen a un Tomás de Aquino —sabía que Eco había escrito su disertación doctoral sobre la estética en la obra del gran filósofo medieval.  
Eco hizo raro gesto de incredulidad, mientras con su pluma de fuente dibujaba garabatos sobre un cuaderno de notas.     
— ¿Cuál es su herético favorito de la Edad Media? —pregunté.
— Ockham, por supuesto. Muy hábil. Ni el papa Juan XXII ni la iglesia pudieron con él.
Eco trató entonces de acomodartse en la silla más pequeña que él.
— Le cuento: Traduje un par de ensayos de Nelson Goodman en mis años universitarios.
— ¡Qué coincidencia! —exclamé.
— Hay más —mirándome fíjamente— El Péndulo de Foucault está dedicada a ese momento único de la Edad Media en que el nominalismo desplaza al neoplatonismo.
— La Edad Media alta —asentí.
— Exactamente.
— ¿Y cuál es su libro favorito de Goodman? —me atreví a indagar.
Ways of Worldmaking: una obra maestra.
Otro sorbo de café y otra vez esa gran humanidad trató de acotejarse en la silla.
— Ese libro es el tema central de mi tesis de grado —dije enfáticamente como esperando una explicación.
— Otra coincidencia —me miró de reojo—. Le cuento que Goodman estuvo por la universidad de Turín a principios de los años 70. Era muy respetado en Italia.
— No sabía.
— ¿Ha leído The Island of The Day Before?
— Por supuesto.
Ahora Eco hizo una pausa.
— Pero no lo trajo con usted para que se lo firmara.
Quedé atónito. No quería defraudarlo. Entonces pretendí ojear mis notas, sintiendo sus ojos negros escrutándome por encima de los espejuelos, que ahora le colgaban a la mitad de la nariz.
— El capítulo 34 de esa novela está dedicado a Nelson Goodman. —Enunció con cara circumspecta.
Re-al-ly? —interpelé enfáticamente. No era posible que Eco estuviera gastándome una broma.
— No explícitamente. Está titulado "Monologue on the Plurality of Worlds". Volvió a fijar la mirada por encima de los espejuelos.
— También le dedico una buena parte de un capítulo en mi Semiotics and the Philosophy of Language.
Maestro (apuré con un acento que pretendía algo de italiano), tal parece que el experto en Goodman es usted.
Fue a este punto que Eco sonrió por primera vez. Hizo un ademán pausado de negación con la cabeza. Otro sorbo de café.
— Para nada. Me agrada que tengamos el mismo gusto.
Alguien me llamó. La presentación estaba por comenzar. El público comenzaba a inquietarse.
— Ha sido un placer —dije.
Eco se levantó protocolar y cordialmente.
— El placer es mío. Buena suerte.  

1 comentario:

A.B dijo...

Yo estuve aquel día ...y fui testigo presencial en el auditorio....lo confirmo....lo comentamos. Abrazos