sábado, 30 de enero de 2016

El cazador solitario de la felicidad


Rosie Inguanzo

No es aguarle la fiesta a alguien (esperé hasta finales de enero para abordar el asunto), pero cada fin de año contemplo la escena con estoicismo y como quien ve una mala película infantilona y empalagosa, los ojos anegados de paroxismo felicitero que concuerda a la perfección con el clima consumista y el exhibicionismo posado en las redes sociales.

Desear "felicidades” es fácil. No discuto sino la manera y hasta el mal gusto con que cada año repetimos el chorro de felicitaciones. Detesto la chapucería de las felicitaciones genéricas, el facilismo de las felicitaciones colectivas. Desconcierta la mezcla de melcocha y ansiedad festiva, los regalos de cualquier cosa —cuando pudiéramos regalar “Ma Vlast” de Smetana por Alban Berg Quartet, un libro, una cena y no basura de mala calidad Made in China que termina como desperdicio. Detesto la felicidad ruidosa, hacia fuera, porque más bien me remite a lo muy frágil de la felicidad —la tranquila, la cierta—, por estas fechas amenazada por los fuegos de artilugio. Y es que ostentar ser feliz a toda costa es cosa de necios.

Por otro lado está bien que nos olvidemos por un rato de nuestras duras derrotas (el humano es un ser derrotado por la muerte). Felicidades (así, en plural), o sea, momentos felices, es más de razón y menos de bulla. La otra, la felicidad rimbombante y efectista le hace señales a lo que trata de ocultar: lo infeliz, lo triste, lo escindido de la condición humana. ¿El fin de un ciclo no debería inducirnos a estas meditaciones y a menos fanfarria? Tanto festejo sofoca el autoanálisis y sugiere la negrura final, raíz de todo el ruido. Ruido fatuo. Porque la felicidad cuando se tiene es cosa de hablar bajito sobre ella o ignorarla, dejarla hacer. Es que una posición enardecida de la felicidad no corresponde con su naturaleza elusiva y escurridiza.

Es como dispararle a un ciervo. Un ciervo hermoso que surge de la bruma del invierno en Washington State. Un ciervo quieto que nos mira e interroga. Un ciervo feliz porque no sabe que va morir. La felicidad es un ciervo que se pierde en la espesura del invierno. Querer poseer la felicidad a toda costa es como matar al ciervo hermoso en la bruma de su bosque —el corazón es un cazador solitario.

Mientras rugen los fundamentalismos, diariamente mueren de hambre millones de seres humanos, matan y violan a millones de mujeres y niños, y a otros tantos corderos y cerdos, mientras las ballenas están suicidándose y las tortugas no pueden reproducirse porque nuestro océano es un basurero, me parece de una frivolidad rampante que nos repartamos felicitaciones irreflexivas, como si no nos arañara la uña sucia de la infelicidad de nuestro mundo azul. Quiero decir que mis deseos de ser feliz (momentáneamente, claro), necesito que sean conscientes y sensibles a la desgracia humana, animal y planetaria. Me pregunto hasta qué punto bautizar el fin de año con la lluvia de felicitaciones es concitar los augurios más sombríos, los temores más punzantes. Qué decir, que hay mucho más en el lapso de felicidad de va de diciembre a nuevo año.

De manera que me adhiero a rituales más profundos, a la tranquilidad de alguna dicha. A la felicidad (póngase a prueba), del aceite de oliva y el ajo en el sartén; agréguense champiñones, una pizca de pimienta negra y un chorro de vino blanco. Surgen aromas que se escapan y saboreamos el misterio. La cierva es libre, en parte invencible en el candor de su existencia —felicidad que nos he negada a los humanos, a menos que usted crea en la vida después de la muerte. Nuestra ansia de felicidad es conmovedora y terca. Atraparla aunque siempre nos esquiva. Y en el corazón el cazador.

lunes, 25 de enero de 2016

La Plaça


Eduard Reboll

Nací con el olor del tomate podrido en el delantal de mi madre. La leche de sus pechos a veces llevaban alguna pepita de este fruto mientras me amamantaba en pleno día en el mercado de Hostafranchs. Con sus manos secas y llenas de tierra negra, mi padre organizaba el puesto de venta para que el cliente apreciara el valor fresco de la cosecha de hongos y setas del día anterior. Unos cuantos metros más lejos mi abuela colocaba, a la vista del público, la uva moscatel, las naranjas navel de la zona agrícola de Valencia y, a finales de agosto, el melocotón adorado por el cineasta Luís Buñuel: el durazno de las tierras de Calanda.

Mientras se tomaba un café con coñac en el bar de la zona, mi abuelo hacía sumas y sumas kilométricas con un lápiz bicolor en la mano, para saber si las ganancias daban para pagar el alquiler de su negocio. Rojas las pérdidas y en azul los beneficios.

En otro mercado de la ciudad de Barcelona, La Boquería, mi tío Pepito, lleno de escamas en su delantal de plástico blanco, agrupaba las langostas, bogavantes, centollos, mejillones, cigalas, almejas, calamares, navajas,...y todo el pescado fresco de la zona del Mediterráneo y de la costa cántabra, para que mi tía Antonia, al grito de “Nena..peix fresc carinyo” (¡Señora…pescado fresco cariño!), atrajera a sus clientes.

En este espacio convivían Juanita-la-dels ous (la de los huevos) que, dividía los mismos, en cuatro categorías: huevos de granja blancos y huevos de corral blancos, huevos de granja rossos (dorados) y huevos rossos de gallinas alimentadas con maíz y libres en la casa de campo. Al lado y con focos directos, se desplegaba una tienda de despojos: el olor del hígado de ternera fresco, los intestinos de cordero limpios de heces y en sal marina, los riñones, la panza de res,…el corazón del lechal, la cabeza del cerdo degollado.

Casi todos los sábados, mi padre, iba con su propietario a desayunar higadillos frescos de gallina salteados con cebolla en el bar de al lado. En el tiempo de rovellons (níscalos, setas mediterráneas) mi padre aportaba estos ingredientes y Cristobal, el dueño de la tienda de embutidos, traía un chorizo ibérico recién llegado de Extremadura o a veces un lomo de caña o unas aceitunas negras de Aragòn.

Junto al mármol y el dinero, un vasito corto con la espuma de un café con leche condensada de la vendedora de quesos de cabra, de oveja, brie, gruyère, cabrales, manchegos, idiazábal, de la zona del Parmiggiano, o los blancos frescos de la provincia de Burgos.

En frente, el olor a tomillo de la señora Inés de Carranza, la pimienta negra en grano, los piñones con sabor a resina, la albahaca fresca de huerta, el pimentón ahumado y rojo de La Vera, la trufa negra, las hebras rojizas del azafrán, la nuez moscada, el comino para el gazpacho, el chile, el romero andaluz.

He desayunado un hueso de jamón serrano a mordidas y en bruto, con mis amigos de infancia. Con pan-tomate y mojado en aceite de Jaén en las escaleras del mercado, mientras observábamos a la gente de la calle. La horchata de chufa la he degustado mientras veía a las niñas saltar la cuerda en el mes de julio.

No erizábamos con el chirrido del metal en la ruedas de las carretillas cuando entraba la mercancía por la puerta Norte. Y he visto al afilador de cuchillos deleitarse con la música del filo junto a la piedra de lima.

He sentido el hedor de la pobreza de hombres y mujeres que bajo la dictadura apenas tenían poca plata para comprar alimentos. Darles a veces de más mercancías en sus compras. O a escondidas de mi familia darles algún dinero de la máquina de cambios.

Y desde la contradicción y el asombro, ver a ciertos personajes de la alta sociedad distinguir, por el olor, los meses que tenía el lechón que compraban. Comerse allí mismo media docena de ostras gallegas con un carísimo vino -un Vega Sicilia, por ejemplo. O dar una propina muy alta al carnicero para reservar las turmas (los testículos del toro), una vez el Viti o Chamaco -toreros famosos de la época- hubieran matado el animal en la arena del ruedo.

Allá donde voy, tengo un mantra que no me abandona: “Jo sóc fill de plaça” …Yo soy hijo nacido en un mercado popular. Una señal de identidad de la cual nunca me avergüenzo y que, desde la confesión, he manifestado siempre a quién he querido o ha salido distintas veces en las tertulias impartidas.

¡Eso sì! …nunca me gustó que me dijeran que soy “El hijo de la verdulera”. Grrrrr. Más que nada, porque va asociado a las personas que hablan demasiado o que nunca paran de hacerlo desde el bla bla bla. Repito “Jo sóc fill de plaça” …aunque no puedo obviar lo segundo; solo, en ciertas ocasiones.


domingo, 24 de enero de 2016

Popol Vuh: In den Gärten Pharaos 1971 (album completo)



Este segundo LP de Vuh es, quizás, el ejemplo más prominente de la llamada Kosmische Musik, precursor del ambient music. Considerado el quinto álbum más importante de la década de los 70 por la revista FACT, el fonograma fue grabado en un órgano de la catedral medieval en Stiftskirche Baumberg (Altenmarkt) en el sur de Alemania.

Déjate llevar. 

miércoles, 20 de enero de 2016

juansí-pixelación en la Farside Gallery Art@Work

 La ceremonia

aLfrEdotRifF

Alterations: Mental Model Series (2009-2015) es el título de la última exhibición del artista cubano Juansí en la Farside Gallery Art@Work del Dr. Arturo Mosquera. Una serie de fotos que lleva seis años en desarrollo (2009-2015) y responde a programas que pueden verse en cualquier televisión del estado de Ohio donde reside el artista.

Juansí ha dicho:
Las fotografías ... registran fallos repentinos en la transmisión digital...  anuncios de televisión en que la señal emitida se rompe. Lo que queda es un rastro de datos digitales, una estela a la deriva de vestigios de imágenes...
Pixelación (que viene de "elemento pictórico") es una manera de romperse la imagen digital. La "rotura" revela ese componente "pixel" de la imagen, es decir,

punto de luz + unidad de memoria.

El número de posibles píxeles dependen de la memoria de la computadora -o de la señal. Con el fenómeno de stream media la interrumpción o empobrecimiento de la imagen se hacen una constante.  

El evangelista

La pixelación data desde los años 70 del siglo pasado, con el programa SuperPaint de Richard Soup. Podemos ir atrás y encontrar ese mismo efecto en el mosaico greco-romano y bizantino, el tejido antiguo punto-de-cruz indoeuropeo y el puntillismo de Seurat. La revolución digital ha llevado la pixelación al cine, la pintura, la escultura, la fotografía, incluso al diseño.

La autopsia

Se diría que Juansí "manipula" un cierto entorno de la foto, imagen, etc. De una manera sí, pero el asunto se complica, ya que toda distorsión pixelada expresa un "vacío" en el flujo de la señal o información.

Ahora bien, no puede haber vacío en el espacio.

Entonces lo que llamamos "vacío" es la distorsión misma inmanente a la forma. De ser así, avanzo que toda foto oculta una distorsión implícita. Distorsión no es más que una condición de posibilidad del streaming de la realidad.

Mujer hablando con Dios

Existe otro aspecto informativo del mensaje mismo. Deseo sugerir que la pixelación es una forma de redundancia.    

La pesadilla

Si la foto, como se dice "reproduce" la realidad, la pixelación de Juansí nos muestra un "almacén informativo" (recuérdese: "píxel" es un átomo de memoria, ahora átomo de realidad).

Resumo lo anterior:  La meta de toda memoria es anclarse en la realidad (sabemos que no es siempre así), pero ahora resulta que la memoria es afín a la pixelación. Luego, Juansí irrumpe en la esencia misma de la memoria. ¡Qué sorpresa! Cualquier realidad [ya] nos llega pixelada.

El hombre mofeta

Lo que propongo parecerá sorprendente:

#1- la información nos llega "en falta" (no lo notamos).
#2- la realidad (en tanto que streaming del fenómeno mismo) viene pre-pixelada.
#3- el vacío de la realidad resulta la realidad del vacío.

Alterations de Juansí sugiere #1-3 como atributos de una futura semiótica de la realidad:  

la realpixelación.

martes, 19 de enero de 2016

mauricio vicent: el periodista mercenario

turismo en la habana (en auto-pre-revolucionario)   

tumiamiblog

"periodista mercenario" es quien publica una parte de la historia --y la otra la calla por beneficio propio. el "periodista mercenario" conoce la labor imparcial del periodista pero prefiere hacer alianza con el status quo. 

esta portada de elpaís de mauricio vicent es partidaria porque evita la dura realidad.

el artículo ni siquiera se atreve a hablar del "malecón rosa". y vicent sabe que los pingueros habaneros son fuente importante de turismo y divisas.



señores: no discriminemos la información.  

¿qué hay de la otra "prostitución", la de la tercera edad?
aquí otra reseña de una tal begoña huertas, con título de telenovela cincuentosa: la habana, objeto de deseo.  

este colorido de ruinas no lo cubriría vicent.

el país parece un órgano del MINTUR.



nuestro ánimo no es aguarle la fiesta a vicent (et. al.)


hay asuntos "menores" que no deberán distraer jamás la impresión positiva del turista:  


esta es la habana que debe permanecer oculta.