jueves, 28 de mayo de 2020

Las 9 definiciones indefinidas de Byung-Chul Han sobre el covid19

alfredotriff

Eslinda Cifuentes me envía un artículo por email. Un artículo sobre Byung-Chul Han. Lo leo y no puedo creerlo. Siento un calor en la nuca que me dice: es hora de luchar una lucha muy desigual. Sé que perderé, no por no tener mejores argumentos. No, perderé porque Byung-Chul es profesor de la Universität der Künste, Berlin, perderé porque es un dios mediático, dios fofo, pero dios al fin.

El editor del artículo blande un título portentoso: Un filósofo surcoreano es tendencia por sus 9 definiciones sobre el Covid-19. 

¿Definiciones? Es una palabra muy dura. No puede haber definición de algo que no sea sinonímico. Dados Y y X, decimos que uno define al otro cuando podemos intercambiarlos sin contradicción alguna (lo que jamás será el caso en lo que sigue).

Vayamos por parte:

1. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad. Con la Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades.

Falso. Aquí la gráfica, vaya a la curva de "high income", tienen la mayor cantidad de muertos.

2. La pandemia no es solo un problema médico, sino social. Una razón por la que no han muerto tantas personas en Alemania es porque no hay problemas sociales tan graves como en otros países europeos y Estados Unidos.

Falsch! Alemania, aunque tiene menos índice de mortalidad, dista de los mejores países de Europa en salud publica, con el número 17 de acuerdo a esta fuente. Se le adelantan España, Francia, Austria y Dinamarca (comprendo a Byung-Chul, vive en el país que defiende).

Después de leer a Byung-Chul, me atrevo a escribir algo tan profundo como esto: "La adicción a las drogas no solo es un problema médico, sino sicológico".

3. El segundo problema es que la Covid-19 no sustenta a la democracia. Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas vuelven a buscar líderes. 

Definición 3. es el caso típico de non sequitur. La primera, la segunda y la tercera oración no tienen nada que ver una con la otra. ¿Será posible que Byung-Chul no coordine lógicamente un simple silogismo?

4. Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica.

Puede ser. Pero la posibilidad nunca podrá ser nada segura.

5. El virus es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente.

La primera y la segunda oración de 5. expresan nimiedades. ¿Otra metáfora blasé frente al espejo? Para comprobarlo, sustitúyase "virus" por otras harto conocidas:

La pobreza es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos.
El cambio climático es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos.
La explotación del hombre por el hombre es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos.
El pecado del mundo es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos.

¿Desde cuándo sobrevivir deviene valor absoluto? Ahí están los kamikazes nipones, los portabombas de ISIS, o los jóvenes en los clubes y las playas de Europa y EE.UU. durante esta semana (en Berlín los clubes son lo máximo de promiscuidad, Byung-Chul debe saberlo).

6. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido cuidadosamente. En nuestra histeria por la supervivencia olvidamos por completo lo que es la buena vida.

La muerte jamás podrá suprimirse, ni siquiera como artilugio, pues la fragilidad del cuerpo humano siempre se impondrá. Todo virus es ADN ancestral: "polvo eres y al polvo volverás". La segunda declaración me parece correcta, pero vale un detalle: la buena vida nada tiene que ver con un virus y  olvidarla es solo producto de nuestra ignorancia.

7. Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos. 

De acuerdo, lo estamos viviendo. ¿La religión? Es lo ancestral, precede al homínido; esencial, nos abre a lo espiritual. Primero caerán los políticos antes que la religión.

8. El pánico ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes mueren en Alemania por Covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media de vida es de 80,5 años. Lo que muestra nuestra reacción de pánico ante el virus es que algo anda mal en nuestra sociedad. 

Muy cierto, pero no hay nada de iluminado en realizar ese punto. Mejor haría en apuntar de dónde viene el pánico. Decirlo claro: los medios de comunicación son los responsables del pánico y la desinformación. Byung-Chul se abstiene en lo más importante: por qué nos bombardean comprendo por qué calla (shhh, Politische Korrektheit?)

9. China venderá su estado de vigilancia autocrática como modelo de éxito contra la epidemia. Exhibirá por todo el mundo aún con más orgullo la superioridad de su sistema.

De nuevo, es posible. O todo lo contrario. China saldrá bien jodida por la mierda que ha hecho. Está por verse.

Nota bene: Está claro que el asunto no consiste en mi estar o no de acuerdo con Byung-Chul. La verdad es independiente de cualquier punto de vista.

domingo, 17 de mayo de 2020

Diez días de actos de repudio en la Cuba castrista


Carlos Molina

Lo que describo a continuación es un hecho ignominioso. El gobierno castrista, valiéndose del Departamento de Seguridad del Estado y el CDR instigó y dirigió una serie de actos de repudio en contra mía y de mi familia. El móvil del crimen fue presentar legalmente la salida de Cuba. Los hechos narrados son ciertos, vividos y experimentados en carne propia.

El sábado 3 de mayo de 1980 salí a la terraza de la casa y advertí que Abelardo Domingo, vecino de enfrente en la calle Goss me hacía señas para que cruzara la calle y hablara con él. Así lo hice y en voz baja me dijo que nos iban a hacer un acto de repudio en mi casa. Yo le rebatí el asunto. Le expliqué nos íbamos legalmente por avión y que habíamos hecho los trámites requeridos. No nos íbamos por el Mariel, el cual había comenzado hacía unos días, luego de la avalancha de cubanos que se metieran en la Embajada del Perú. Me confesó que le habían mandado una orientación escrita del Comité de Defensa para que así se hiciera. Retorné a mi casa extrañado de lo que me había dicho y con preocupación.

Hacía pocos días me habían expulsado de mi posición de profesor del Instituto Superior de Arte (ISA) con un acto de repudio organizado por el Decano Carlos Fariñas y ordenado por la Seguridad del Estado. Me puse en alerta y comencé a notar las caras extrañas con que nos miraban los que pasaban frente a la casa. Esperábamos con paciencia la fecha de salida organizado por la Sección de Intereses para principios del mes de septiembre. El Cónsul Edwin Beffel nos había asegurado que no habría ningún problema para ese primer vuelo de repatriación como norteamericanos.

Aunque no tenía trabajo, me quedaba algo de dinero con lo que iba sobreviviendo. En el ínterin estuvimos llevando a mis hijas a recibir clases de inglés privadas todos los sábados con una americana de Pittsburg llamada Katherine, viuda residente en Cuba desde hacía años. Ese fin de semana les tocaba clases y estuve esperando a que Marisa preparara la salida con las tres niñas. Sentado en el portal de la casa me di cuenta que algo pasaría pronto por el pasa-pasa y las miradas de miembros del CDR y vecinos que pertenecían al mismo. Recuerdo apurar a Marisa para partir rápido. Entonces sucedió lo que temía.

De buenas a primeras aparece una turba de decenas de personas presidida por Gladys Sanchez, la presidenta del CDR y su marido Fernando Peón, quienes se lanzaron sobre la terraza de la casa donde me encontraba sentado meciendo a mi hija Roxana. A la vez que gritaban y vociferaban consignas, insultos e improperios, comenzaron a lanzar objetos de todo tipo contra los cristales de la terraza, rompiendo algunos de ellos. Mi suegra, quien era la dueña de la casa, salió a enfrentarse a la turba con mucho valor, diciéndoles su posición diametral contra el gobierno. La violencia e impunidad de la chusma era tal que nos vimos obligados a entrar a la casa. Inmediatamente nos rodearon por todas partes; por suerte las ventanas estaban cubiertas por barrotes que impedían la entrada. Por entre los barrotes comenzaron a golpear las ventanas de madera, tratando de romperlas. Mientras lanzaban huevos, piedras y todo tipo de basura no paraban de gritar improperios acompañados del consabido coro de las concentraciones: “Fidel, Fidel, Fidel, Fidel”. Basilio Rodríguez, quien vivía con su familia en el apartamento de los bajos del edificio, se atrevió a romper los cristales de las ventanas entre los barrotes que daban al comedor. Nunca habíamos visto algo así.

Fueron momentos de terror, en especial para mis hijas: Roxana de 3 años, Martizita de 7 y Lizzie de 9. Roxana solo atinaba a taparse los oídos con las manos para no oír los gritos. Maritzita entraba y salía del inodoro y Lizzie la mayor, estupefacta. Los gritos continuaron por horas, acompañados de golpes contra la puerta y ventanas y arrojos de basura. Desesperado, llamé por teléfono a mis padres para decirles que vinieran y luego a Pedro Cañas, mi alumno y amigo, a ver si podía rescatarnos de alguna forma. Pedro se arriesgó a buscarnos en el momento más álgido de ese repudio. Llamamos también a Robert Hagen, vice-cónsul de la Sección de Intereses y le dijimos lo que estaba pasando. Nos dijo que iría enseguida a buscarnos con un carro oficial. Hablando con Pedro me cortaron la comunicación telefónica. A esto le sucedió el corte de la electricidad y posteriormente el agua de la casa.

Al tiempo Hagen se apareció en una camioneta con chapa diplomática. Se bajó del vehículo y la turba lo cercó, gritándole “Fidel, Fidel” en la cara. Un hombre solo rodeado por miembros del CDR que aumentaban el nivel de sus amenazas, Hagen no tuvo otra opción que montarse en la camioneta y abandonar el cerco.

Caía la tarde y nosotros sin agua ni electricidad. En la noche llegaron mis padres. Escuchamos como se dirigían a Gladys y Peón, suplicándoles que les dejara sacar a las niñas de ese infierno. Luego de un tiempo lograron convencerlos. A oscuras, mis padres pudieron sacar a mis hijas por el pasillo que salía de la cocina. Lloraban y pensaban que no nos verían más. No tuvimos contacto hasta muchos días después.

Al cabo comenzaron de nuevo los gritos de la turba. Ahora procedieron a pintar letreros obscenos en la fachada de la casa. A mi auto le poncharon las gomas y pintorretearon el techo. En letra roja se leía: MARICÓN. El asedio continuó hasta altas horas de la noche. No podíamos comer, menos dormir, pero lo por era el desasosiego de no saber cuándo ni cómo terminaría el asedio. Marisa cubrió las ventanas de nuestro cuarto con sábanas para que no pudieran ver qué hacíamos. Muy entrada la madrugada los gritos fueron cesando. Así esperamos toda la madrugada hasta el otro día.

Qué inocentes, pensamos que con la luz de la mañana todo se acabaría. La turba regresó y se repitió la misma situación del día anterior. Eran como olas: cada cierto tiempo los gritos, insultos y amenazas se sucedían y arreciaban. Nunca esperábamos un estado de sitio, las pocas cosas que teníamos para comer las consumimos con el inconveniente de no tener electricidad. Nos gritaban todo tipo de improperios: “Marisa, lechuza, te vendiste por pitusa”. A mí increpándome QUE SALIERA SI ERA HOMBRE (lo cual estuve tentado a hacer varias veces, a no ser por mi esposa que me atajaba). Llegada la noche, los dos urdimos vestirnos de negro e intentar salir por el fondo de la casa brincando un muro. No podíamos. Nos dimos cuenta que Aurora, quien no había aplicado para irse, se quedaría sola a merced de la chusma.

Al pasar los días utilizaron nuevas estrategias. Construyeron una tarima con altavoces en frente a la casa. Ahora el repudio iba acompañado con himnos revolucionarios. Improvisaban discursos inflamatorios, trajeron pioneros a recitar poemas. La idea era quebrantar nuestra voluntad, hacernos sufrir al máximo.

Con el silencio de la noche y desde el cuarto de mi suegra en el segundo piso de la casa escuchábamos los planes de Gladys y Peón. Tramaban simular que estaban entretenidos esa noche para que tratáramos de salir y de pronto caernos arriba armados de machetes. Por mucho tiempo tuve en mente acusar a Peón de intento de asesinato ante un tribunal de justicia cuando el castrismo hubiera desaparecido.

Así pasamos diez días en las mismas condiciones. A escondidas salíamos a recoger agua de la cisterna del fondo de la casa para podernos bañar con una palangana y una latica. Ahorramos los pocos víveres que nos quedaban en la casa, dividiéndolos entre los tres. Por suerte, no habían cortado el gas de balón y cocinábamos algo. Una noche, durmiendo a retazos entre el agobiante calor y los pocos ratos de calma en la madrugada, nos dimos cuenta que podíamos encender el aire acondicionado tarde en la madrugada (el aire funcionaba con 220 voltios y no con 110, como el resto de la casa). Fue una suerte poder dormir por unas horas evadiendo el cerco de la horda repudiadora.

En los pocos momentos de calma me sentaba con mi guitarra. Fue entonces que comencé a estudiar Una Limosna por el Amor de Dios, de Agustín Barrios. Pocas sesiones breves bastaron para aprenderme la pieza, la cual toqué en muchos conciertos por el mundo.

Un buen día tocaron a la puerta unos funcionarios del Ministerio de Cultura. Venían con la encomienda de “decomisar“ la guitarra Kohno que Cultura me había otorgado hacía años para usarla en mis conciertos. Se la entregué y pude seguir estudiando con otra guitarra que tenía.

Teniamos un radiecito de pilas y oyéndolo nos enteramos de las noticias. Se comentaba lo del éxodo del Mariel, después de la avalancha de casi 11,000 que entraron en la Embajada del Perú. Arturo Fuerte, guitarrista y alumno del Amadeo Roldán, vivía a unas cuadras de distancia de nuestra casa y nos había venido a buscar pocos días antes de nuestro repudio para que nos metiéramos junto con su esposa Magdalena Lauret y su niñita. Allí pasaron 21 días en dicha Embajada y según sus relatos, tenían que dormir parados con Magdalena apoyada en él, ya que eran demasiado las personas en un patio de una casona. Patricia, la niña de meses de la pareja, se enfermó y al fin le dieron un salvoconducto para que la llevaran a un hospital. Arturo se extrañó mucho cuando la niña daba gritos al inyectarla. Fue entonces que la enfermera le confesó con lágrimas en los ojos que la habían mandado a inyectarla con una aguja sin punta. Todo eso está en el libro que Magdalena escribió sobre los sucesos del Mariel.

Nuestra odisea parecía no tener fin. Pasaban los días con las mismas condiciones: mítines con actos amplificados, los gritos e insultos, la tiradera de huevos y basura, los golpes en las puertas y en las ventanas. Así transcurrieron diez jornadas de horror. Un día advertimos silencio y calma y nos asomamos. No había ni un alma. Salimos afuera de la casa a ver los daños que habían ocasionado. Muchos de los vidrios de la terraza estaban rotos, la fachada de la casa llena de basura, de huevos rotos y piedras arrojados por las turbas, persianas rotas por las patadas entre los barrotes, etc. Mi automóvil ponchado y pintado de rojo.

Nuestro amigo Jorge Carlos Ruiz Cerdá pasó por la casa. Sabía que el gobierno había ordenado el cese de los repudios. Esto se debió a que hubo enfrentamientos, incluso muertos de miembros del gobierno que intentaron sacar a sus parientes de esta situación. Lo cierto fue que Jorge llegó a la casa, se llevó las gomas ponchadas y regresó con ellas listas para que pudiéramos salir de allí. Limpiamos el carro como pudimos y salimos de la casa no sin los gritos e insultos a que ya estábamos acostumbrados.

Aquí termina la primera parte de nuestro castigo, el 13 de mayo de 1980. Es la primera etapa de un suplicio que duró hasta el 17 de diciembre de 1982. Treinta y un meses de hostigamiento fue el precio que pagamos por lograr la libertad.

(Continuará)

martes, 12 de mayo de 2020

La obra maestra desconocida


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Le Chef-d'Oeuvre Inconnu de Balzac (c. 1837) se desarrolla en el Paris del siglo XVII, alrededor de la figura de un viejo pintor de nombre Frenhofer (quien fuera uno de los más notables de la época). Frenhofer tiene dos fervientes admiradores en el maestro flamenco Pourbus y el joven y aún desconocido Poussin. Ambos conocen que Frenhofer lleva años trabajado diligentemente en el cuadro de una mujer que mantiene en absoluto secreto. Es tanta la curiosidad de Pourbus y Poussin que éste ultimo le propone a Frenhofer un excéntrico canje: cederle a su amante Gilette para que le sirva como modelo a condición que Frenhofer los dejara ver su obra maestra. Para sorpresa de ambos, la misteriosa pintura no era más que “un caos de colores y sombras difusas en medio una neblina luminosa e incoherente”, algo que Pourbus y Poussin interpretaron como el trabajo de un loco delirante.

De los tres artistas, dos eran parias; el otro, potencialmente marginado. Porbus, había sido relegado a favor de Rubens por Marie de Médicis después del asesinato de Enrique IV, en 1610. Frenhofer era demasiado autárquico, su genio se salía del molde del artista en busca de fama. El joven Poussin estaba destinado, por su hipersensibilidad, a un papel similar.

Balzac escribió el relato en medio de un período de cambio entre el post-romanticismo francés y el realismo de Coubert, una generación anterior al arribo del impresionismo. ¿Pudo Balzac intuir la revolución que se avecinaba con Impression, soleil levant (c. 1872) de Monet?

Sabemos que el librito hechizó a Picasso, quien en 1937 alquiló la casa en la calle Grandes Augustin No. 7, donde supuestamente Frenhofer ejecutó su obra, para pintar Guernica. Más tarde, el relato de Balzac fue leído y atesorado por artistas del Nueva York de los años 40 y 50.

John Graham lo menciona en su Sistema dialéctico del arte como “ejemplo de la más perfecta ilustración”. Gracias al crítico Harold Rosenberg me enteré que las célebres mujeres de de Kooning fueron influenciadas por la obrita de Balzac. El historiador Meyer Shapiro provee otro ángulo: “La meta de Frenhofer fue descubrir la síntesis entre color puro y el dibujo.” En The Invisible Masterpiece, el crítico alemán Hans Belting comenta sagazmente la tragedia de Frenhofer: “El arte perfecto es una sombra, mero fantasma de los tiempos clásicos. Si alguien podía traerlo de vuelta era Orfeo, pero lo perdió cuando intentó mirarlo”.

En 1991 el realizador Jacques Rivette lanzó el largometraje La Belle Noiseuse, con Michel Piccoli, Jane Birkin y Emmanuelle Béart. Para agrado de Rivette y los admiradores de Frenhofer, el film se llevó el Gran Prix del Festival de Cannes.

viernes, 8 de mayo de 2020

No es fácil querer


Por el fantasma de Bas Jan Ader

No es que acepte una excusa cualquiera, ni para mí ni para nadie. Niego la buena intención, el error plausible, el paso equivocado, la circunstancia atenuante. No perdono, no hay porqué. Nací en 1942 en el pueblo de Winschoten, Holanda, y me esfumé 33 años después.

Soy el mismo Bas Jan, un fotógrafo colgado de la imagen, aventado en mi bicicleta, al borde de un canal y cayendo en el canal, colgado de un árbol buscando el equilibrio, a punto de caerme sin caerme aún, encaramado en la azotea de mi casa, caminando despacio por el arcén de la carretera 101 en Los Ángeles, llorando o riendo tristemente. Mi profesión es ser payaso y correr riesgos, o al revés, y, sí, a menudo tropiezo y me caigo. Así de sencillo. Acaso no sé lo que hago (un deseo no se celebra siempre con champán). No tengo tiempo para decidir si soy o no culpable. Con mi arrebato no es fácil querer.


¿Sabes qué soñé?

Con un amor de todo corazón, de día y de noche en un abrazo eterno. Después vendrá el silencio. Soy Bas Jan y mi héroe preferido es Buster Keaton. Buscaré una hazaña vacía e inusitada en la tierra plana e infinita.


Un día de verano de calma chicha de 1975 me embarcaré desde Massachussets en mi bote pequeño, navegando hacia el este con trayecto a Falmouth, Inglaterra. Son casi tres mil millas de travesía. Nunca llegaré. Mi botecito será encontrado a la deriva cerca de las costas de Irlanda. Después, mis amigos dirán que no, que no he muerto, que aún vivo, caminando por la fina y tibia arena de mi querida Venice Beach.

No dudes. Soy el mismo Bas Jan, artista, y ahora un personaje en las monografías del arte moderno occidental.