miércoles, 17 de agosto de 2016

Larry Villanueva y el juego serio del teatro

Larry Villanueva. Foto: Barb Barissa

Larry Villanueva is a force to be reckoned with as Tío Vania. He layers his character’s disillusionment and apathy with a form of buffoonery that borders on madness –a way of making his existential despair all the more marked.-- Mia Leonin (ARTBurst)
 
Rosie Inguanzo

Larry Villanueva nació en La Habana, Cuba y llegó a Estados Unidos por el puente marítimo del Mariel, en 1980. En Miami, donde reside, ha desarrollado una impecable carrera como actor y director, haciéndose querer y respetar por un público que lo sigue. En privado Larry es risueño y juguetón y hasta un poco infantil —lo que resulta conveniente para desempeñarse en la actuación; en público es respetuoso y reservado aunque asequible. Se inició en el teatro en el año 1984 de la mano Teresa María Rojas en su taller Prometeo, del Miami Dade Community College. Allí estrenó Persecución de Reinaldo Arenas, dirigida por Nilo Cruz. Ahora ha vuelto a trabajar con Nilo en Tío Vania de Chéjov, que acaba de concluir temporada en el Miami-Dade County Auditorium. Sus respuestas son un manual del actor.

¿Cuáles personajes de la vida o cuáles experiencias enriquecen particularmente tu trabajo? ¿Y cuál fue la primera semilla en tu camino de actor? 

Mi familia es el pilar de personajes que enriquecieron mis primeras observaciones del ser humano. Han sido todos ellos grandes musas para la creación de mis personajes. Para mi siempre fueron un teatro. Sus grandes emociones o sus respuestas inesperadamente campechanas me dejaban mirándolos hacia arriba y con la boca abierta. Mi abuela era una mujer simple con dicharachos que me dejaban riendo incluso momentos antes de quedarme dormido. Mi madre hace cuentos como si fuera una actriz y mi padre se parece a todos los personajes que he interpretado. Su sarcasmo doloroso y cínico ante todo momento en la vida es de tal delirio que no hay otra salida que la de entregarse a la carcajada. Siempre hubo inclinación por el drama en el hogar ya que del melodrama se amamantaron toda la vida. Prueba de esto son sus halagadoras citas del cine mexicano y norteamericano de los años cuarenta y cincuenta. Pero las primeras semillas en el arte escénico por supuesto fueron sembradas y fertilizadas por Teresa María Rojas. Con ella aprendimos, partiendo del método de Konstantin Stanislavski, que el teatro es un templo y se respeta como tal. Esa búsqueda por el buen texto, por encontrar la poesía en todas partes y por el amor al ser humano fueron cimientos internalizados y aceptados responsablemente por nosotros desde el principio.

¿Cómo incorporas a un personaje?, ¿cuáles técnicas específicas, manías o disciplinas te impones para abordar a un personaje; a tío Vania, por ejemplo?

La técnica que uso para crear un personaje varía dependiendo del rol. Lo primero que hago es vencer la letra mientras estudio los objetivos del personaje. También busco música, pinturas, fotografías, frases, simbolismos, etc., con los que acercarme al personaje y a la obra. Voy de adentro hacia fuera y de afuera hacia dentro como el latir de la respiración. Suelto y recojo, recojo y suelto. Después me entrego en el espacio escénico del ensayo con la letra casi vencida y dejo que me hable el personaje. Todo va moldeándose en la interacción con el compañero de escena y cómo va respondiendo. El actor no debe crear su personaje solo en casa y testarudamente llevarlo al ensayo como si él tuviera viseras a cada lado de la cara. Todo lo que se ha estudiado en privado debe exponerse a la química de ese compañero de escena a ver qué pasa. Un actor no es un ente aislado. El personaje debe responder como en la vida, sin ensayo. Soy amigo de la espontaneidad y no me impongo una sola manera de acercarme a un personaje; todas las noches busco un elemento nuevo respetando siempre el montaje del director. Hay un sinfín de maneras de actuar como hay infinidad de planetas y estrellas en el universo. Creo que la clave es fluir como el río. Un actor no debe imponerle al otro actor un movimiento o una forma para justificarse aunque piense que “está muy bueno” lo que se le ocurrió. Uno debe confiar en la inteligencia actoral interna, donde hay elementos mejores por explorar. De modo que uno tiene que estar listo al sacrificio de las ideas para abrir paso y acercarse a algo superior. Y digo acercarse porque nunca se llega al fin, como tampoco se llega al límite del universo. La temporada teatral se acaba y uno se queda con asuntos pendientes por resolver para el personaje.

 Villanueva como tío Vania. Foto: Julio de la Nuez

Es la segunda vez que encarnas a un ruso. ¿Cómo te acercas a esa cultura, qué entiendes de ella y que significa para ti?

Las obras de tema ruso que he interpretado tienen una universalidad que une cualquier continente. El drama humano está en todas partes sólo que a veces está escrito en ruso, en alemán o en francés. La buena literatura no tiene fronteras de idiomas. Después de haber visto Azúcar Amarga, una brillante amiga, Griselda Ortiz, me dijo que el tormento mío en Boby se acercaba a los personajes rusos. Como la cultura rusa siempre despertó interés en mí, leí Crimen y Castigo de Dostoievski, y me identifiqué mucho con la historia y con la vida interna de los personajes. Me propuse investigar por ahí y me cayó Cartas de amor a Stalin, de Juan Mayorga dirigida por Alberto Sarraín. El Stalin que me tocó interpretar aparece en la mente de otro personaje. Por tanto, eso me dio libertad de creación para el juego del teatro. Estudié su físico, manera de moverse, la frialdad detrás de su máscara y usé esos elementos llevándolos un poco a la parodia del dictador. Después me tocó el Pío Miranda en El día que me quieras de José Ignacio Cabrujas, también dirigida por Sarraín, y aunque este personaje no era ruso, tenía tanta admiración por Stalin y los bolcheviques que él mismo ya parecía ruso en su comportamiento. Habiendo vivido de pequeño en una Cuba invadida por los soviéticos pude llegar al corazón de Pío: un lagarto seco, resentido y con un discurso comunista caduco lleno de mentiras que él quería creer y hacer creer.

Larry Villanueva como Vania y Alexa Kuve como Elena. Fotos: Julio de la Nuez

Ahora ARCA me ofreció Tío Vania y es un honor poder acercarme a Chejóv, un lujo poco visto en nuestra ciudad. Me he propuesto darme el gusto de hacer papeles del gran teatro y todo va cayendo poco a poco. Yo creo que la carrera de un actor la define el tipo de trabajo que escoge hacer y aunque a veces tengamos que exponernos a otro tipo de producciones más ligeras y bordeadas de cursilerías, uno debe compensar esa falta con el buen texto y el teatro de envergadura.   

Cuéntame cronológicamente tu carrera de actor.

Mi labor como actor ya suma tres décadas de vida. He tenido la suerte de ampliarme en todos los medios comunicativos: Teatro, Televisión, radio y Cine. En breve, la cronología de mi trabajo actoral encabeza con Teresa (como ya te dije). Con ella comencé desarrollando mi potencial artístico y participé en muchas obras de diferentes géneros: desde el teatro de la crueldad y el absurdo hasta los clásicos del Siglo de Oro español, además de otras piezas contemporáneas: Los Melindres de Belisa de Lope de Vega, Álbum Familiar de José Antonio Santos, Persecución de Reynaldo Arenas, etc. A la par que trabajaba en el taller y me desarrollaba en la televisión, Teatro Avante nos daba oportunidades por las que siempre estaré agradecido a su director Mario Ernesto Sánchez. Allí fui dirigido por Alberto Sarraín, Rolando Moreno y el propio Mario Ernesto. Tres de las obras que destaco en mi memoria son La Chunga de Vargas Llosa, dirigida por Sarraín, Jesús de Virgilio Piñeira, dirigida por Moreno y Mirando al tendido de Rodolfo Santana, dirigida por Mario Ernesto. Además allí hacíamos talleres de dramaturgia de donde salió Madre Nuestra, coescrita por Rosie Inguanzo y Joaquín Baquero y dirigida por Rosie, producción de la que tengo un recuerdo profundo por su nivel experimental-expresionista y lúdico. A principio de los 90 tuve la oportunidad de ejercitarme frente a las cámaras en las telenovelas El Magnate, Marielena y Guadalupe; tres producciones de Capital Vision que abrieron la puerta a las telenovelas en Miami. Mientras ensayaba a diario por cuatro años frente a las cámaras, y fui seleccionado en una audición para hacer el papel de Boby en Azúcar amarga de León Ichazo. Después de otras producciones cinematográficas me di cuenta que me gustaba el trabajo detrás de las cámaras e ingresé en la Universidad de Miami en donde me gradué con una licenciatura en Comunicaciones con especialización en Cine y Artes Visuales, y una concentración en fotografía. Mi labor como cineasta todavía no ha pasado del intento. Tengo muchos guiones escritos pero aún no he encontrado el que merece ser realizado. Definitivamente mi fuerte es la actuación. Me dedico a la docencia desde el año 2006 en el taller Prometeo de Teresa María cuando ella me deja como heredero de su trabajo en el MDCC después de su retiro. Las cosas ahí no funcionaron y continué la llama ardiente del teatro con estudiantes más jóvenes en una escuela de arte en Coconut Grove fundada por Lili Rentería y Manuel Alonso Posch. Desde el año 2007 hasta hoy ahí he dirigido y formado a muchos adolescentes. Me alejé de las tablas y las cámaras por un tiempo hasta que tuve que prestarle atención al duende de la actuación dentro de mí. Los veranos me doy el lujo de vivir como un actor; llevo un compromiso conmigo mismo de continuar mi labor actoral.    

¿Qué personaje(s) te resulta(n) más entrañable?

Los últimos personajes casi siempre resultan entrañables porque en ellos hay una acumulación de madurez escénica. He disfrutado muchísimo a Vania, Stalin, Pío Miranda, la Madre (Madre Nuestra), Boby, Lituma, Don Juan. Escoger entre ellos sería como preguntarle a un padre cuál es su hijo favorito.  

Cuéntame de los inicios de ARCA con Alexa.

Fundé con Alexa Kuve ARCA Images a principio del 2000 con obras infantiles y algún atrevimiento mío como escritor en Allá Afuera Hay Fresco, pieza influenciada por el absurdo, el surrealismo y la tragicomedia, que presentamos en el Centro Cultural Latin Quarter que dirigía Tony Wagner y Miguel Angel Abadía. Después se sumó Nilo Cruz a la compañía empujado al grupo en una dirección con más constancia de producciones.    

¿Cómo trabajas con Nilo?

Trabajar con Nilo en Tío Vania fue un rencuentro muy grato. Es un artista diferente con puntos de vista sobre el arte muy propios. El proceso de ensayo fue muy armónico y a sus propuestas siempre le saqué provecho. Creo que él también me sacó partido en ese dar y recibir entre el actor y el director. Fui un instrumento de su visión porque me entregué en el acto a sus ideas de una manera muy juguetona. Esa fue la clave para entendernos. A él le gusta mucho el juego y el teatro es jugar seriamente.   

¿Qué nutre a un actor?

A un actor lo nutre la vida y la búsqueda por lo sublime en ella. Creo que eso hace a un artista. Siempre hay que elevarse por encima de lo mundano, buscar la metáfora en todo, flotar como una flor de loto en un estanque sucio. Hay una palabra en inglés para la que no hallo traducción exacta aunque exista en castellano: “choice” tiene más fuerza que elección. Lo que uno elije en la vida como actor determina quién es uno como artista. De modo que si elegimos la educación, eso enriquecerá más nuestro trabajo porque tendremos mejor arsenal de donde sacar a la hora de crear un personaje.    

¿Comedia o tragedia?

Definitivamente la tragicomedia porque ella encierra a la vida de una manera más fiel.    

Te dedicas a la enseñanza dramática, ¿qué significa para ti y cómo la compaginas con tu trabajo de actor?
  
Mi vida como educador me ha enriquecido muchísimo como actor. Creo que había un plan divino en todo esto. Tenía que hacer este servicio con los más jóvenes para adquirir madurez. A través de mis estudiantes he visto la vida de otro modo y se afincan mis convicciones en el arte. He madurado un poco parándome a diario frente a una clase y tomando las riendas como el capitán de un barco. Ahí cumplo una responsabilidad conmigo, con ellos y con el teatro.

sábado, 13 de agosto de 2016

Los jugadores olímpicos de dictaduras presentan variante expresiva

 Rostros de los Juegos Olímpicos De Río De Janeiro

Rosie Inguanzo

En las olimpiadas los jugadores compiten a capacidades físicas y psicológicas extremas donde demuestran su resistencia. Para los que seguimos los juegos olímpicos es muy emocionante y para los psicólogos como el profesor David Matsumoto, resulta cónclave fascinante analizar los patrones expresivos de las emociones de los mejores atletas del mundo.

Según Matsumoto, quien además de profesor es entrenador de yudo, cuando los jugadores ganan o pierden al final de una competencia todos enseguida hacen algo con el rostro automáticamente y no tienen control sobre ello; ya un segundo después toman consciencia de que están en un escenario a la vista de millones y entonces controlan el rostro. ¿Qué nos enseña esto del comportamiento humano?

En 2004 en Atenas, Matsumoto fotografío a 84 jugadores de 34 países, durante los tres primeros segundos que siguen al dictamen del triunfo o la derrota, justo en el momento en que ganaban o perdían sus respectivos competencias y comprobó que todos los jugadores del mundo muestran "las mismas expresiones" dependiendo de si ganan o pierden. Los que ganan muestran una sonrisa feliz; los que pierden quedan generalmente inexpresivos, aunque algunos manifiestan tristeza, disgusto y otros angustia. Su trabajo es el primer estudio en un “ ambiente ecológicamente válido” como los juegos olimpicos. Según el estudio, incluso en las paraolimpiadas , los competidores ciegos (invidentes congénitos que no se ven a sí mismos), se expresan de igual manera. O sea, el estudio arroja la evidencia de que éstas reacciones son también biológicamente innatas.

Como he dicho, Matsumoto toma 8 fotografías por segundo del rostro de los atletas durante los tres primeros segundos de concluida la competencia; luego las cataloga de acuerdo a la expresión y la progresión del gesto.

El estudio nos dice que ante el triunfo el cuerpo responde con expansión del pecho, un puño en alto, miedo en el rostro, y algunas veces rostros congelados, como piedras. Luego del primer segundo, entre los segundos 2 y 3, se da la segunda expresión ya controlada y es ahí donde ya afloran las diferencias culturales. Algunos atletas empiezan a llorar otros hacen otra variante emocional. Ahí es cuando los “neutralizadores culturales” les caen encima. Según el estudio destacan los jugadores del antiguo bloque soviético de Europa del Este porque tienen una historia en común y ¡los cubanos! Éstos muestran algo sincero en el primer segundo pero para los segundos 2 y 3 ya está vedada la emoción, se hielan. Otro comportamiento inusual es el de los chinos, que tienden a sonreír incluso cuando pierden. Y durante los juegos en curso hemos visto cómo el norcoreano Om Yun-Chol se ha disculpado con el gobierno de su país por haber obtenido plata.  

Sospecho por qué los jugadores olímpicos cubanos, los de países del antiguo bloque socialista, los norcoreanos y los chinos presentan variaciones a la norma. ¿Será el miedo? Estos atletas compiten con una carga tenebrosa para ganar por su país y por sus respectivos gobiernos conflictuados. Productos de sistemas totalitarios y sus secuelas, estos atletas están entrenados a no expresar sus verdaderos sentimientos y ahí se explican las variantes que nota el profesor yudoka.

Así que no se llame a engaño, detrás del elegante uniforme de gala del equipo cubano diseñado por Christian Louboutin para Los Juegos Olímpicos De Río De Janeiro, detrás de los triunfos y las derrotas, la lágrima y las sonrisas, los himnos y los desfiles, la verdad del rostro que muestra lo que hay se hace evidencia y se convierte en dato para el lente de Matsumoto.

Atletas cubanos en Juegos Olímpicos 2016

Los datos nos dicen más sobre la sana competencia. Por ejemplo, todos en el podio recibiendo medallas sonríen, pero Matsumoto se las arregla para medir los músculos de la cara durante cada sonrisa o cada rostro helado, y la mayoría de los que reciben medalla de plata muestran una sonrisa miserable: el pestañazo nervioso y el temblor en el labio denotan que están ejerciendo un control sobre los sentimientos negativos, sentimientos encontrados de que por unos segundos pudieron llevarse el oro. Los que obtienen bronce también sonríen pero menos tensos porque tienen más razones para estar contentos cuando la alternativa siguiente era no ganar nada.

 Yulia Efimova sonríe miserablemente por su plata en Río 2016

Jugadoras del equipo de boleibol brasileñas 

Un ritmo cardiaco normal es 60 y 72 si estamos quietos; corriendo sube a 130 a 140. En los juegos, algunos de estos atletas llegan a 200 latidos por minuto y con esta pulsación deben mantener la claridad mental, la concentación, el ritmo físico. El desplome concluye en victoria o en derrota luego de años de rigor y esfuerzos para llegar a este nivel de performatividad. Como toma años e incontables ejercicios de control y autocensura ocultar los verdaderos sentimientos al que vive en una dictadura totalitaria.

 Raúl Castro saluda a los atletas cubanos

Otra variante del engendro totalitario es la cubana Glenhis Hernández sacando el dedo

jueves, 4 de agosto de 2016

Pupy y la soledad


La soledad es una sed que la ilusión no satisface. Kobo Abe, La mujer en la arena

Ernesto González (tomado de la novela Todas las ausencias)

Pupy es la única hermana de Nena y, es el caso, también mi única tía. Es un bebé que no quiere ser destetado y está pagando caro ese capricho suyo con la infancia. Para Nena, había mucho de holgazanería en esa inmovilidad de Pupy, en su rigidez, su ignorancia para bañarse o su incapacidad para freír un par de huevos y no morirse de hambre.

Yo sigo creyendo en su compromiso firmado con la niñez, en ese dejarse arrastrar por la ternura para preocuparse por un extraño, por la familia y por la gente de Bauta. Sigo creyendo en su mirada y en su vocación para el bien. Para mi tía, gobernar era repartir lo poco entre muchos. Lo oyó hacía años y era una de las escasas rocas sin requiebros de su memoria.

Por eso lo sigo creyendo: Pupy tiene un pacto con la infancia tan inderogable como el que yo tenía con mi padre. ¿Cómo, si no, iba a comprender un requerimiento de cualquiera? Un vaso de agua, un carretel de hilo o un plato de comida solicitado por un desgraciado en la puerta de casa, sacaban a Pupy de su inmovilismo del butacón con pasitos de ternura para registrar los espacios donde creía poder hallar una respuesta para cada carencia. Pasitos que se hundían ahogados por la marea de confusiones de su mente.

Si Nena estaba presente, se le envilecía el colon. Es que con sus pasitos de ternura, Pupy pasaba del cuarto a la cocina, de ésta al baño, de allí a la sala, para volver a comenzar su ciclo errático en el apartamento, sin poder recordar una sílaba del nombre de la imperiosa necesidad que deseaba llenar. La industria de amor instalada en Pupy por sabios colonizadores galácticos, había sustituido el papeleo oficial, el correveidile y la inmutable verticalidad, por una cadena de producción de ternuras obstinadas en servir al corazón de la gente, sin cálculos ni anuncios. Nena contemplaba los desplazamientos erráticos por la casa, contraía su colon y gritaba: ¡Pupy, Pupy, unas porque te mueres tirada ahí y unas porque te desbocas! No sé qué voy a hacer contigo, la verdad. No sé qué voy a hacer.

Creo que Nena sí lo sabía, aunque se abstuvo de decirlo hasta lo de Galiano. Ahí sí me importaba poco que su colon la asesinara con diarreas.

Nena fraguaba el internamiento de mi tía desde hacía años. Lo sé. Esa idea de internar a Pupy, era vieja colega de aquéllas concebidas por una primogenitura malograda que le seguía doliendo. La idea de internar a mi tía era irreconciliable con el olvido, y descargaba su rencor en el sistema nervioso de Nena, haciendo su colon mórbido y sin contención para las heces.

El detonador fue el desastre de la calle San José, el mayor disparate cometido por Pupy en toda su vida. Al morir abuela, Pupy heredó una casa pletórica del buen gusto de una española cuyo lenguaje nunca sobreseyó sus orígenes en Trujillo, un pueblo al centro de Extremadura. El refinamiento de mis abuelos, que no olvidaban su condición de bodegueros en la calle San José, los empujaría, ya dueños de dos bodegas, a regresar a Europa con el fin de darse los gustos impensables para dos campesinos de Extremadura. Le Moulin Rouge y Montmatre estaban entre los lugares que fui descubriendo por boca de mi abuela. Y mi afición a las chinerías y a los budas de porcelana, es fruto de su corta estancia en mi niñez.

La dichosa casa de San José estaba abarrotada de esos ecos caros de mis abuelos. Entre el mobiliario de la sala, la saleta y el comedor, comprado a famosas firmas importadoras que no recuerdo cómo se llamaban, en el juego de cuarto imperial hecho a mano, en los de soltera de Nena y Pupy, entre esos lujos pagados con el desarraigo de Extremadura, proliferaban satisfechas panzas de Budas, jarrones inmensos y adornos de jade y porcelana, que adornaban las habitaciones con ese barroquismo tardío y desenfrenado de los emigrantes.

Mi tía Pupy heredó la casona y así dio el paso inicial para perder su libertad. De pronto vimos que a Pupy ya no le atraía estar con nosotros en Bauta. Una visita sorpresa nos descorrió el misterio: un hombre de su edad, albañil, la visitaba. En cada viaje nuestro a La Habana, a pasear y saber de Pupy, allí estaba el hombre o llegaba siguiéndonos los pasos.

De esos meses no puedo decir nada malo de él y, es cierto, arregló la cocina y repelló paredes. Hasta pensamos que Pupy había encontrado compañía. Un sábado, yo no había querido ir a La Habana. Me fui con mis amigas para el cine y, al entrar a casa, me asaltó el timbre agudo de la voz de Nena cuando descubría un infectado en su sistema del absurdo. ¿Qué le pasa?, le pregunté a Pipo. Imagínate lo peor, ¿te acuerdas del hombre que estaba con Pupy? ¿El albañil? Sí. ¿Qué le pasó? Nada, ¿qué le hubiera podido pasar a él?, chilló Nena. Vieja, por favor, y Pipo pudo articular una explicación, el tipo la hizo permutar la casa de San José por un apartamento de un cuarto. ¡No, mentira! ¿Y ahora?

Con una mirada, Pipo calló la boca de Nena que ya se abría en el siguiente relámpago de salamandras, arañas, serpientes, escorpiones y sapos que me lanzaba a la cara. ¿Ahora?, dijo Pipo, no se puede hacer nada.

Yo sí hice. Y me gané una ojeada de Nena y una caterva de bichos entre sus gritos, que no quiero ni recordar. Es que me pareció tan patético lo de Pupy, tan pintoresco y por último tan simpático. Ahora se nos llenará la casa de bichos repugnantes, pensé, ahora sí que Nena se nos queda sin colon, esfínter ni nada, Pipo va a tener que certificar la primera muerte de fondillo de la medicina cubana.

Olvidando las frases y el ejército de animalejos que yo veía desbordando las fauces de Nena, la casa perdida, los muebles perdidos, (¡qué vieja estúpida, Dios mío!, ¡qué vergüenza, con cincuenta años y dejarse engatusar por un delincuente!), olvidando la mayor hemorragia de odio que he presenciado, olvidándome hasta de la pobre Pupy, me senté y me empecé a reír. Estigmatizada por Nena a las dos iniciales carcajadas que se me salieron como gases inaguantables, las veinte o cien que le siguieron me resultaron consoladoras, y allá fui, encima de mi cama, a celebrar las diarreas de Nena doblándome de risa.

Pupy era una niña de cincuenta años cuando nos dijimos adiós una madrugada, en casa, expresamente invitada a la fiestecita de despedida por mi salida definitiva. Y aún me envía sus palabras cálidas en los sobres que también traen desde La Habana posdatas de mis padres. La carta de Pupy es un solecito que sale del sobre con una piromanía bendita y vuelve cenizas el recuerdo de las frases de mi madre, sus galimatías y sus sombras. Esos profanadores del pacto con la ternura que Pupy había sellado.

Me reconforta haber conocido un solo ser para el cual la vejez jamás será una intrusa persistente, desdentada y triunfadora. Pupy y el amor por mi padre son mis dos quimeras, dos maravillas desintoxicadas de tiempo. Son dos monumentos a dos ternuras, una de ellas quizás algo inconsciente, aunque ambas forman parte de ese rayo escaso y de milagro vivo que centellea por ahí.