lunes, 15 de febrero de 2016

La inmadurez política del cubano



Ignacio T. Granados Herrera

La inmadurez política no es invalidante para el criterio, pero definitivamente lo distorsiona al determinarlo desde su raíz; ese es el tipo de problema al que se enfrentaría la comunidad cubana en los Estados Unidos, desde su propia experiencia, políticamente traumática. Para el caso, una verdad de Perogrullo —nunca sobran— recordaría que el trauma explica la inmadurez pero no la soluciona; por lo que, por más legítima que sea la dificultad, más le vale al individuo sobreponerse a esos terrores de la infancia… y madurar al fin. Todo esto es a propósito de un paralelismo malévolo que se ha establecido entre las figuras de Fidel Castro y Bernie Sanders; que no deja de ser maligno aunque recurra a la propia filiación socialista de Sanders, sencillamente porque Fidel Castro fue de todo menos socialista. Lo peor es que la asociación no se detiene en el fantasma de Castro, que aún determina la vida de los cubanos hasta en el exilio; sino que se extiende a otras figuras no menos polémicas en su ambigüedad ideológica, como Hitler, Lenin, Mussolini y Franco.

Que Fidel Castro todavía determine la vida de los cubanos hasta en el exilio, es francamente lamentable; sobre todo expone esa dolorosa inmadurez, por la que no han sido capaces ni siquiera de resolver el problema cubano, y todavía pretenden comprender el norteamericano; por más que sea cierto que ese problema norteamericano también les es propio, como comunidad al fin y al cabo insertada en suelo norteamericano; pero lo que sólo añade complejidad al asunto, no lo aclara, y mucho menos ayuda en el discernimiento de una solución. Las diferencias entre Fidel Castro y Bernie Sanders son sencillamente tan abismales, que sólo se pueden negar desde la retórica; es de ahí de donde se concluye la malignidad, no por una cuestión moral, sino por ese pésimo hábito de la tozudez. Es en definitiva esa tozudez lo que denota el nivel de inmadurez, como una incapacidad para el razonamiento de buena fe; haciendo de toda discusión un ejercicio inútil, pues ya está claro que lo que va a ganar no es nunca la razón.

Más allá de esa obviedad conviene entonces enumerar siquiera algunas de esas diferencias; que siendo abismales sólo añaden perplejidad ante las dimensiones de esa inmadurez, que hace a los cubanos tan obstinados contra la realidad. La primera de estas diferencias no sería —como puede parecer— el concepto mismo de socialismo en uno y otro caso; ya que como principio, está claro que Fidel Castro no era socialista así lo creyera él mismo, porque era sólo un matón manipulador. La primera de estas diferencias sería el ascendiente de Sanders como un político con amplia experiencia en el Senado de los Estados Unidos; que no sólo no es el Senado de aquella Cuba de antes de 1959, al que ni tan siquiera llegó Fidel Castro en su personalísima gesta de violencia consuetudinaria; sino que además es la plataforma de negociación más eficiente que ha tenido la Modernidad, y en la que Sanders ha sobrevivido con no poca ganancia y sobre todo mucha dignidad.

Después de eso, sí tocaría discutir el sentido de esa filiación socialista, aunque habrá que dejar eso de lado por la comprensible incapacidad nacional para superar el trauma infantil; para llegar de cualquier modo al tenso equilibrio en que las fuerzas políticas forcejean en esa plaza pública que es el Congreso de los Estados Unidos, imposibilitando todo lo que no se atenga a un consenso siquiera mínimo. De eso se trata, del equilibrio de poderes en los Estados Unidos, que hasta llega a permitir la corrupción en ellos con tal de mantenerse; y en el que un individuo como Sanders puede influir, dando un sentido a la fuerza, pero sin que llegue a sobrepasar el nivel de tolerancia de la estructura total. Quien recaiga en la comparación maligna con el método avieso de Fidel Castro, habrá de recordar que ese Castro pudo hacerse con el poder en Cuba porque sí tuvo un gran poder de representación; aún si eso fuera para concentrar en sí lo peor del pueblo cubano, que eruptó como un grano en la lozanía adolescente de nuestra cultura nacional, para frustrarla en su adultez.

1 comentario:

Hugo dijo...

Excelente y diáfano como una cizalla.