miércoles, 30 de agosto de 2023

La dialéctica del humo

Ivan Cañás, Lezama con tabaco, 1969. 

alFredoTriFf

(Este post fue publicado en noviembre 2010, lo traigo de nuevo por una conversación anoche, entre amigos, con tapas, alcohol y humo). Abajo, lean el primer comentario a este artículo, del propio Iván, ahora en otras esferas.

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No se pierdan la exhibición Lezáma Inédito, de fotos de Iván Cañas en la Main Gallery del Miami Dade College, Wolfson Campus, salto directo a 1969 en la máquina del tiempo.

Acercarse a la intimidad de Lezama no era fácil. Se narraba la subida por la escalinata hacia el orbe  hermético, sanctum sanctorum de la matriz origenista, recóndita e íntima biblioteca de tomos arcaicos, urna sacra de la fumarada, pupila insomne del oráculo. Pero ni tanto, e Iván Cañas lo demuestra. El ojo curioso, invitador, intuitivo, aleatorio, buscando el esplín psicológico del sujeto. Pero este no es lógico, sino poético, y en este caso el lente resbala. Lo dicho no disminuye la labor del ojo que tira. Cañas conspira, su sujeto tiene otros planes. Lezama está cerca, demasiado. Cañas ha dado con lo fortuito, y eso es "potente oportunidad, don exquisito".* 

El punctum de la camera lucida.

Comprendase el límite que nos ocupa. Siempre habrá distancia uno-y-otro, él-y-yo, sujeto-y-objeto, para eso son dueto. El problema de la foto es otro, ¿su dilema?, no-ser innata. Ser es la cara redonda, frente de madrugada, de pelo cano rizo con brillantina, labios de película, patricia mirada, nariz gentilicia y bigote cuidado oliendo a café y tabaco. 

No-ser es el reverso del universo, osamenta del alfiler.

Reducir la separación entre Colón y Refugio a su mínima expresión, "espíritu en fronesis",  melao del limen. De la parábola poética el himen. Nada fácil. ¿El lente? Es invasión, pero estas imágenes cañeras presentan a Lógos guiando el retículo. Dixit, "ver como un buey" necesita un vehículo. O mejor, la presunta oposición tornándose sin trasdoblo de santos: 

Lezama se mira en sí diáfano desde la luneta de Cañas.

¿Cómo sabemos? Un cierto espíritu otro transmuta el humo del tabac en pluma bucal. De ahí emana el alma del fondo. El asunto radica en la esencia del puro, la dialéctica del humo. Cañas consigue entreabrir la vanidad espumosa envuelta en virutas "cual araña sonrosada que se traga el humo".

Hay una secuencia, mi preferida, de estos retratos deliberados fortuitos cañeros, en la que Lezama cala el foco. O mejor, seduce y estimula el ¡click!, justo en el montuno de la película. El poeta, empero, se defiende, tabaco en mano, contra el báculo del tuerto el imprescindible tabaco le sirve de escudo cilíndrico, de ejercicio patricio, de defensa Ruy López. 

¿De qué huye? Sin duda, de sí mismo, del an-sich acullá del objeto pululando las esquinas habaneras, la sospecha del no-ser del todo 69 tan solo 365 días, luego de la Gran ofensiva. Es entonces que el zumo nicotínico abre la llave y arranca del olvido la mirada inmanente y breviaria. Sonríe el poeta e improvisa a tropel, extemporáneo e incoativo, nervio en excurso, discurso del éter.

Cañas capta el mejor de los Lezamas, sin estruendo, sin estupor, sin frenesí. 

El Lezama absorto en la aléthëia de efímera bocanada, ligamento del tendón del verbo, la máscara de la fumada, batuta cromática de la mano orográfica. El Lezama libresco en su Castillo del Morro, en su estancia de los vivos/muertos, de su ecclesia mística, de su consulado de virtudes.

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*Las palabras entre comillas son tomadas de obras lezamianas diversas. 
Lezama inédito, muestra de Iván Cañas,
Centre Gallery (edificio 1, 3er piso, salón 1365)
Wolfson Campus, 300 NE Second Ave.
Hasta diciembre 17, 2010.

lunes, 28 de agosto de 2023

Noche de dandis en el salón de la Baronesa Almaury de Maistre




alFredoTriFf

Es noche invierno de 1855 en París. Asistimos al salón de la Baronesa Almaury de Maistre (née Henriette Marie de Sainte Marie). Amplia estancia de ventanales cubiertos por cortinas vaporosas de seda verde claro. Cuelga al centro la espléndida lámpara Louis XV de lágrimas de cristal, regalo matrimonial de Joseph. Hacia la pared adyacente al ante-chambre se destaca el biombo Louis XVI, repujado en oro mostrando paisajes bucólicos sobre tela.  Dos altos candelabros rusos de cinco velas gruesas a cada lado armonizan la estancia. Se luce la ampulosa mesa Jean Berain, emplacada en carey y paneles de laca azul. No lejos figura el estiloso gabinete neoegipcio Thierry du Bois, de nogal esmaltado, enchapado en madera de olmo. 

Se han dado cita cuatro dandis: el controvertido crítico Barbey d'Aurevilly, Émile Deschamps, poeta del cenáculo y Petrus Borel, poeta y ermita. Le hacen compañía el escritor y rusólogo Prosper Mérimée y Charles Augustin Sainte-Beuve, crítico de Le Constitutionnel y Revue de Paris. Los contertulios se acomodan alrededor de la espléndida mesa Pierre Lapautre, labrada con querubines grotescos y dentelle de encaje. 

La Baronesa toma asiento en el elegante canapé Primer imperio forrado de raso rosa, junto a Giulia Grisi, conocida soprano de la Ópera de París. La Grisi ha concluido un recital de encores de G. Battista Pergolesi, acompañada por la compositora y pianista Louise Farrenc.
           
(Sainte-Beuve a la Grisi): Madame, el Vidit Suum del Stabat de Pergolesi (juntas las manos)... ¡simplement sublime! 

(Grisi regala una reverencia a Sainte-Beuve a la manera italiana): Monsieur, soy admiradora de sus Charlas de lunes.    

Moi aussi replica la Baronesa con sonrisa estudiada.

(Sainte-Beuve se ladea risueño y presumido)

(D'Aurevilly rascándose la garganta): En effet, Sainte-Beuve es admirado y yo admiro su Norina... es increíble, la musicalidad, la agilidad del canto... la terribilità.  

(Grisi, las manos en el busto, haciendo prolongada reverencia): Merci, Monsieur D'Aurevilly.  

(D'Aurevilly a la carga): Volviendo a Pergolesi. El Stabat... es una estrella fugaz sin rastro en el firmamento. 
                                                                  
Pour l'amour de Dieu, Barbey. ¡Murió tuberculoso con tan solo veintiséis años! apura Mérimée.

(Borel, pipa en mano, exhala una larga fumarada serpenteante y odorífica palpitando napias y añoranzas):
El Stabat es un último sueño 
                    impedido por la tos sangrante del genio
                                                                justo antes de la ida...

Hélas, ¡tan solo veintiséis! insiste d'Aurevilly, acicalándose los bucles de la peluca. 
 
(Borel, lastimoso): Morir tan jóven, cuando la vida dice aún: "soy tuya".

Ay, no, comme c'est triste bisbisea Deschamps.                                                                       

(D'Aurevilly deja caer la bomba): Admito la belleza del Stabat, pero mucho de lo otro de Pergolesi es, come se dice, ¿mediocre?   
                 
(Mérimée como ensimismado): La música es así, remedio de males
                                                                        ... inagotable fuente a escanciar cada día.

(Borel, tomando la palabra di novo):
                                                                        ... placidez del alma, ¡armonizante guía!

¿No fue La serva padrona de Pergolesi la ópera favorita de nuestro Rousseau. 
interrumpe la Baronesa, compositora ella, jugando con su handkerchief de seda china brocado. 

¡No volvamos a La Querella de los bufones! 
indica la Grisi. 

¿Las querellas? Dejan huellas. 
¿De cuando acá Francia fue barroca? 
Mérimée altisonante.
                                                                                  
¡Era la época del panfleto! 
exclama Deschamps (aludiendo la Carta sobre la música francesa de  Rousseau).

Lo veo como una bronca entre tragedia y comedia añade Deschamps, enrollándose el bigote. 

Es un asunto político: la comedia es la izquierda; la tragedia, la derecha apura Sainte-Beuve, muy calmado. 

¡Y la Comédie Française al centro! profiere D'Aurevilly, con una palmada.

(Sainte-Beuve declamando a Rousseau):

"El sueño, la calma de la noche, 
la soledad y el propio silencio, 
entran en los cuadros de la música"

Fue tanto su embullo con Pergolesi que de filósofo pasó a operático. (Sainte-Beuve)
        Una sola compuso y no la hemos visto nunca. (D'Aurevilly)
                    El adivino de la aldea. Qué título tan aldeano. (Mérimée)
                                Aunque en su momento la obra tuvo éxito. ¿Y la carta? Es genial. (Deschamps)
                                        ¿Se imaginan que Louis XV se enamoró de ese panfleto? (Borel)
                                                   ¿Sabían que se la dedicó a La Pompadour? (Grisi)
                                                                                                                                         
(Sonando los tacones D'Aurevilly llega al centro del salón y declama):

¿Qué lengua, sino la francesa, es capaz de expresar, a la vez, 
ideas y sentimientos, imágenes y melodías?
Incluso tonterías.

(Aplauso unánime)

......

(Deschamps): Amigos, la música como la pintura y la poesía— es un asunto de gustos. 

Y hay gustos sin gusto alguno replica Mérimée. (Flota un sí, sí, sí aprobatorio)

(Sainte- Beuve): Chère ami, el deber del crítico es tonificar los gustos. 

(La Grisi): Hablando de críticos, la otra noche, cuando visitamos el Pabellón de Bellas Artes en el Campo de Marte, un crítico ebrio y muy emperifollado de negro, despotricó la obra de mon cher Millet
 
¿Quién era el susodicho? 

(Grisi): Se hace llamar Dufaÿs (La Grisi trata de ocultar la identidad del fulano, que no pasa inadvertida para algunos) ... leí un librito suyo de crítica de pintura y me decidí a comprar una Nature morte  de Delacroix. 

Qué rareza para un romántico, ¿no? agrega Borel.

Eugène adora las flores asegura Sainte-Beuve, halando el encaje de las mangas. 

(Borel, poseído a-lo-Otelo de Shakespeare, en el 3er acto): ¡No! La pintura romántica está hecha de...


(Aplausos)

(Sainte-Beuve): Ejem, volviendo al tema Millet... 

(D'Aurevilly): ¿Alias el campesino de la pintura francesa?

(Breve murmullo)

(Deschamps, algo medroso): ¡Qué maneras Barbey!

(Mérimée, algo respingado): Tratándose de paisajistas, prefiero a Daubigny.

(D'Aurevilly, casi abúlico): Para la crítica no hay peor enemigo que la hipocresía. 

(La Grisi, con cara de piedad): ¡Tan solo exhibió una pintura! Y era más que suficiente.    

(Deschamps, algo arrojado): Pocos conocen que Millet es un consumado del grabado. 

(Borel con la mano extendida): Millet me recuerda la campiña llana, rasa, yerma... 
los barrancales pedregosos; los terrazgos rojizos, donde aluviones torrenciales abren hondas mellas.

(La Baronesa interrumpe dulcemente): Merci, Borel.

(Borel, algo desabrido): Aunque debo confesar que para un ratón de cloaca parisino como yo, esa obsesión con la campiña francesa. ¡Bah!, es too much. 

¿Qué piensan del asunto? exclama Grisi pícara, ojeando a Barbey.

(D'Aurevilly, absorto en los frescos a-la-Fragonard del techo): Ah... el grabado. Ese arte anónimo ejecutado por un orfebre dedicado aunque desconocido, replicando el dibujo de un artista famoso al que no le importa en lo absoluto cómo se hace un grabado. 

(Irrumpen risas seguidas de un cotilleo desperdigado)  

(Sainte-Beuve alza la mano): Alberto Durero es la excepción de esa regla. 

(Borel interrumpe): Demasiado teutónico para mi gusto. 

(D'Aurevilly): Los desnudos de casi medievales Durero asemejan el tipofaz gótico y grosero de la Biblia de Gutenberg.  

(Sainte-Beuve); Si de serifa se trata me caso con Manucio. 

(Borel): Lo cual no le quita mérito a Millet, quien además es de nuestros mejores pintores de la campiña francesa.

(Deschamps, mientras prende la pipa): Barbey, ¿puedes decir algo que no sea amargo? 

(Barbey al grupo): Estimados... debo vuestra amistad a mis mejores páginas, las cuales no han demostrado sino el balance inalterable de mi bilis.  

(Risas como ecos de campanadas matutinas)

(Borel con una sonrisilla): ¡Típico d'Aurevilly! Cínico e imprescindible. 

(Sainte-Beuve, degustando un licor de anís): Será por eso que has hecho leña a Jules Goncourt en tu última pieza para Le Pays

"Vampiro de la historia" lo has llamado añade Deschamps seriamente, ciñéndose la chaqueta.

(D' Aurevilly) ¿Hablan de los sargentos Bertrand de la literatura francesa? 

(Sainte-Beuve con despecho): Barbey, el ad hominem distorsiona tu brillantez. 

(Mérimée): "La realidad no necesita de hipérboles"decía Edmund Burke.

(Borel, algo taciturno) Sin embargo, estimadísimo Mérimée, y con perdón de Diderot. Si de carácter se trata, ¿hay algo más raquítico que la realidad?

(D'Aurevilly): Aquí va mi lema, tratándose de hipérboles: ¡nunca menos, siempre más! 

(Conversan unos con otros) 

Respetaré la crítica mientras no se me critique.  

Digo como el empirista Hume: hay hechos, y después hay opiniones.

La mejor crítica es una forma de constipación mental.

(Risas y resuellos)

¡Atención! ¡Atención! (interrumpe el mayordomo con tres bastonazos en el piso) 

                                                                    ¡Monsieur Honoré Daumier!  

(La Grisi incorporándose): ¡Mesdames et Messieurs! Traga aire al diafragma y lanza una escala de do mayor hasta el sobreagudo dooooooooooooo, cerrándolo en sforzato, los brazos en perfecta sincronía. El grupo rompe en aplausos, Daumier se inclina extendiendo la diestra). 

                                                                                    (Borel, Mérimée y Deschamps se le acercan) 

¡Daumier ha traído un suntuoso ramo de flores a la Baronesa— espeta el mayordomo.

Émile, pon las flores en mi chambre.
                                                                           
(Continuará)