lunes, 6 de noviembre de 2017

La masacre como hábito



Jesús Rosado
El título de estas notas puede aparentar ser tendencioso o amarillista.  Pero ni lo uno ni lo otro, al contrario. El acontecer sanguinario que ya se repite una y otra vez logra superar toda expectativa sensacionalista al punto de generar, junto al estupor y el terror, una consecuencia tan disfuncional como las causas que la motivan. Me refiero a la gradual desensibilización en la percepción colectiva hacia el acto cruel del asesinato múltiple.
La reiteración de las siniestras matanzas ha hecho que estas comiencen a perder efecto como noticia para convertírsele al espectador lejano en referencias comparativas dentro de la cada vez más apretada cronología de sucesos brutales.  Entre los segmentos más desapegados emocionalmente, no solo se espera con morbo el próximo evento, sino que se revisan con toda frialdad las estadísticas, se cotejan cifras como si fuesen marcas deportivas y hasta corren las apuestas.
Esto es, si no se cambia abúlicamente el canal de TV o la estación de radio para dejar atrás una violencia que por reincidente ha dejado de merecer la atención prolongada a no ser que su ubicación geográfica se halle alarmantemente próxima.
Una y otra vez los cadáveres cubiertos, la fuerte presencia policial, los agentes del FBI, las conferencias de prensa, las declaraciones de las autoridades de gobierno, el llanto desgarrador de las familias, las vigilias, la competencia de los medios por cubrir la noticia, el rostro del asesino, las condolencias del jefe de estado…la tragedia que va dejando de ser novedosa. Que se va abriendo paso hacia la resignación y su aceptación como fenómeno cuasi cotidiano.
“No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma”, comentaba Krishnamurti. Por lo que cabe preguntarse ante la saga de hechos sangrientos que cada vez se repiten con más frecuencia, abatiendo el entorno, si el modelo norteamericano contemporáneo ha entrado en una etapa extrema de la disfuncionalidad social que Erick Fomm describía en su obra The Sane Society  en 1955, en la cual la inopia ante el crimen es parte del trastorno.

El Presidente Trump ha declarado que todo se trata de "un problema de salud mental de alto nivel". ¿Habrá querido decir de alta intensidad? ¿O se refería a la elite de los cabilderos de la NRA? 
Pareciera que la sociedad estadounidense estuviera irrumpiendo en una fase distópica, paradísiaca para el sicópata. La respuesta solamente la tiene la actitud de los miembros sanos del cuerpo social. Excluyo de ellas a los rifleros. El control irrestricto de las armas es también un síndrome sociópata. Por ello, refuerzo, y no creo pecar de tremendista, que el peligro radica, no sólo en la potencialidad de la masacre, sino en la aberración de asumirla como hábito. Eso nos toca a todos los que amamos la vida, aún con sus asperezas.

1 comentario:

Unknown dijo...

La masacre, efectivamente, se ha incorporado a la civilización del espectáculo y como tal queda sometida a sus leyes, incluido el aburrimiento por reiteración.