sábado, 18 de enero de 2014

Los otros, sus sombras fantasmales, sus pasos en la desdicha

Antonio Correa Iglesias

En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; (…) Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”
Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”

“(…) el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan…”
Borges, "Tlon, Uqbar, Orbis Tertius"

A diferencia de lo que Arthur Danto ha considerado, el arte contemporáneo goza de una gran vitalidad y en lo absoluto presagia “las agónicas convulsiones que preceden a la muerte”, y por mucho que nos esforcemos el arte contemporáneo no es una “mecánica de acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”. Por más que Danto se desdoble y trate de fundamentarlo, el arte no ha muerto, aunque su “fantasma” recorra de cierta manera el mundo. Y la razón de este equívoco hay que encontrarla en la mala lectura que este autor —recientemente fallecido— ha hecho de Hegel. Lo que sí ha muerto (y esto parece que Danto no lo logra entender) es el sentido autonómico del arte tal y como se concebía en el siglo XIX. Esto explica de cierta manera el feedback que se ha generado entre escritores, críticos y teóricos del arte establecido como cruce disciplinar.

Desde estos contextos, ¿cómo se escribe una crítica de arte después de que la puñetera post-crítica hiciera lo suyo en un genero tan escurridizo? No tengo la respuesta. Lo cierto es que los dominios de la crítica de arte se han expandido sobre todo después de la muy bien publicitada “muerte del arte”. Todo esto no es más que un pretexto para escribir, pero sobre todo para pensar en la más reciente exhibición que ha tenido a bien inaugurar Aluna Art Foundation.

Walking in Someone Else’s Shoes: Identities in Transit, hay que decirlo, sale de cierta golfa-coquetería usual al menos en las últimas ferias de arte que han tenido por cede a la ciudad de Miami. Insertada en el contexto de Art Basel y Art Miami —donde no todo guarda para si el decoro de la buena práctica— Walking in Someone Else’s Shoes es una muestra poco convencional, y lo es una vez que el objeto-escultural se redimensiona pues se piensa a sí mismo en lo fotográfico y lo instalativo.

Fue casi de golpe la sensación que me produjo el entrar a la galería, como quien revive un recuerdo que quiere sepultado. Ahí estaban depositados de otra manera aquellos objetos que fueron la causa de mis desvelos cuando en un deseo irrefrenable tomé un tren en Bonn Hauptbahnhof rumbo a Varsovia, pero cuyo destino final era el Museo del Campo de Concentración de Auschwitz. La difícil geografía de un conglomerado de enmohecidos zapatos daba la bienvenida y presagiaba lo que este espacio tiene reservado para quien, —en una visita necesaria— esté dispuesto a enfrentar el lado menos humano de lo humano. No, no piense el lector que estoy fantaseando ni inmiscuyendo elementos de tipo narrativos o ficcionales en este texto que se pretende de crítica, no, no pretendo que así sea, solo que al entrar en este espacio de arte, todos los recuerdos de aquella fría mañana de marzo, vinieron y revolvieron una parte de mí que quería olvidar a todas aquellas almas en pena que aún reinan en este espacio que sigue hoy disfrazado de museo.


Esa sensación regurgitante del recuerdo fue la que me provocó entrar en esta muestra de arte que por estos días –espero meses- tiene a bien exhibir Aluna Art Foundation. Sin dudas ni dilaciones lo primero que denota Walking in Someone Else’s es el acertado título a partir de la cual se agrupan las obras de artistas de procedencias y experiencias disímiles, una vez que el argumento textual establece los nodos conceptuales de la curaduría. Con dos años de trabajo y elaboración este espacio donde lo alternativo se hace posible y vive, es noticia. Cabeza erguida, muestra con “cierta vanidad” los certeros resultados de un forcejeo con el mundanal silencio siempre colmado de incertidumbre.

La aparentemente ingenua acción del caminar hilvana una poética que descubre una dimensión donde el zapato-objeto corporiza todas las gravitaciones, las más sublimes, las más perversas. Y es que la relaciones simbólicas que se traman en esta exposición quedan expresadas en las pautas de cada una de las obras que como desdeñosos reclamos cuelgan de sus blancas paredes. Objeto de adoración, de deseo, de status social, pero también objeto de ortopédica corrección por deformidades del tiempo, el zapato como objeto ha sido uno de los anatemas más recurrentes en la historia del arte abrigando acaloradas discusiones no solo en este ámbito. De Vincent van Gogh a Rene Magritte, de Heidegger con “The Origin of the Artwork” hasta Stephen Melville (quien también sucumbió a los nobles y cálidos pliegues de los zapatos de Van Gogh), podríamos tejer —sin dejar fuera, claro está al retorcido Lacan— una historicidad a partir de este objeto.


Y todo ello es posible una vez que el zapato como objeto estigmatiza una vocación donde quizás se pueda entrever una predisposición ontológica de lo que es, de lo que debe ser, de lo que esperamos que sea en una identidad que —a diferencia de lo que usualmente se asume— no es un constructo idéntico a sí mismo, sino que es un espacio donde el sentido de lo traumal (lo ortopédico porque no) y degenerativo no siempre tiene en la comisura de la boca, el tibio y propicio espacio para la gestación de lo necesario. Si observamos con detenimiento cada una de las obras que conforman esta exposición, encontraremos estos y otros centros de imantación, suerte de magnetismo que irrumpe e interfiere en nuestras encartonadas percepciones donde todo se parece a todo.

Walking in Someone Else’s quiebra ese fatuo, glamuroso y performático espacio que nos quieren imponer desde el arte, donde todo también se parece a todo y donde la mirada complaciente y plácida da paso al cólico de la desesperanza y el dar de sí. Y es que no se puede quebrantar por más que nos empecinemos ese territorio de convivencia y mutua fertilización que supone la identidad, cuando se es consciente de ello.


Es cierto, ya lo sé, cada posibilidad también implica necesariamente su negación, pero en este caso el zapato-objeto esboza en la húmeda y cómplice letanía de las pertenencias, una identidad que pre-ambulada la construcción de un camino, como ese Tao rizomático que metaforiza en clave incorregible aquella pretensión de reducir al empolvado e irregular sendero por donde tantos carentes de sentido depositan —en una despersonalización que desdibuja su propio ser— el cansado mecanismo que es su cuerpo y que será festín seguro para los devorados que habitan en la tierra. Por ello el zapato objeto manualiza la condición humana para negarla en el anverso de sí. Aglomerados en su inveterada ironía, los zapatos objetos que cubren esta exposición escrutan desde sus molduras y montículos el drama humano. Solo ellos sobreviven y de cierta manera son el repositorio que aderezado con el abono de sus cuerpos inexistentes, dan cuenta de una historia de vida, de un pasado que ya no es. Como quien asiste a la exhumación de un desvelo y descubre en el vértigo de unas pupilas, las oscuras y profundas órbitas que anticipan los abismos primordiales.

Como quien, en los dilatados objetos que visten la osamenta desvencijada, aún latiera una estructura ausente que rememora una instancia que ha dejado de ser pero que palpita en el recuerdo y la descomposición. El objeto que construye una identidad (objeto zapato) también construye su negación, que no es nada más que los residuos lacerantes que se descubren en el escarbado abismo de las ensoñaciones; como aquellos espacios donde la descomposición desfigura su propensión ontológica y gana para sí los tonos grises y enmohecidos por la humedad. Una humedad llena de rastrojos no consumidos por la orgánica descomposición que muestran el lado oneroso de la humana desesperación, amasada a los ligamentos de un ideal vaporizado. Como esos cuerpos que desprovistos de enseres y consumidos por las llamas de las hogueras inquisitoriales, de los que solo nos quedan sus raídas remembranzas y sus gritos de desesperación.

Al mismo tiempo, en Walking in Someone Else’s subyace una suerte de ritual no siempre declarado en el que resuena y se desafía a toda exégesis controladora. No es necesario entrar a declarar los móviles y deseos analíticos que se agrupan en este proyecto curatorial, este se sostiene desde la sensibilidad situacional y enfática que nos convida a salirnos de nuestros cómodos nichos y ponernos en el lugar del otro. Un lugar al que nunca hemos podido llegar precisamente por nuestra desfachatada y redundante condición yoica. Por eso “conceptos, realidades cuestionables y ficciones en la historia, definiendo la validez simbólica de la imagen y su inclusión o no, en los archivos pertinentes del conocimiento” (como afirma en uno de los pie de obra Willy Castellaños), es una de las materializaciones más felices una vez que logra establecer una dialogicidad (Bajtin) no necesariamente intrínseca en todo proceso y construcción de significiado.


Si es cierto que Walking in Someone Else’s carga y magnetizan el espacio del arte, al mismo tiempo enrostra, con la unidad a partir de la cual se concibe, todo el esfuerzo que desde el arte se fundamente desde un lirismo lacrimógeno y panfletario más ligado al culebrón que a la construcción de significados. A medida que este magnetismo carga sus polaridades, un deseo transgresor desborda el espacio simbólico, contrapunteando lentamente el atónito recorrido de los espectadores con la narratividad del desfallecimiento y la obsesión.

Como esa pieza donde los zapatos alados sintetizan el deseo de fuga de un Hermes o el escape metafísico de un Hermes Trismegisto, el mismo deseo de escape que abriga el ensortijado humear que resguardado en el aromático incienso de sándalo, despliega sus alas para conferir bendiciones a los hombres. La composición teatral de estas obras contrasta con el carácter documental de otras. Por ejemplo, en estos casos es más visible la asociación con las lógicas de la deriva y del perfil situacionista donde prevalece el carácter visceral de su argumento. Me estoy refiriendo concretamente a "La Herencia" y "The Baffled" donde el objeto zapato adquiere no solo una nueva dimensión física sino que entra en el espacio de la veneración, como aquellas reliquias humanas resguardadas en sordas campanas de cristal.

Para quien se desprende de estos objetos, un rictus de amargura lo estremece todo, también para ellos ha llegado la hora de partir. El agua será su elemento, sin embargo, el agua no será el vehículo de la purificación como cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos. Esta partida necesaria nos convida a ponernos en su lugar, en sus zapatos. Los otros que han dejado de ser en la partida (y que ahora viven en la memoria) se amontonan en torno nuestro para velar nuestros pasos que fueron los suyos. Como esos viejos zapatos que se resisten a sucumbir el paso del tiempo y una mañana de domingo los descubrimos en el estante donde acumulamos los recuerdos, y el vivido olor del cuero ennoblecido por los pasos del abuelo nos turba, y vuelven a la vida las filigranas del humo de tabaco, del abuelo balanceándose en un portal con jardín, de La Habana.

Ya sé, ya sé que muchas almas “piadosas” cuando lean este texto se sentirán embargados por una sensación incómoda, sé que muchos pensaran ¿de qué va todo esto? No me importa, el arte se hace para sentirlo, para construir y comunicar una experiencia, para entrar en el vórtice donde toda realidad se desvanece y comenzamos a develar niveles otros donde todo es posible. Quizás yo sea un crítico hedonista y heterodoxo —la definición me seduce— pero lo importante para mí en todos los casos es ser consecuente conmigo mismo, con lo que una exposición de arte me provoca y cómo puedo, en ese transitar, establecerme un dominio simbólico y sobre todo conceptual.


Walking in Someone Else’s es eso y es más; una vez que nos revela claves indispensables, elementos que ennoblecen el proceso creativo, sobre todo, cuando el vehículo es el ejercicio riguroso del pensamiento. Un ejercicio que se diluye cada vez más ante el irreverente paso del gesto complaciente y sardónico que se escamotea en el sin sentido de lo posible.

Saludo a Aluna Art Foundation por una exposición necesaria, una exposición que muestra y de-muestra que el ingenio y el talento siguen vivos en cierto arte contemporáneo. Y digo esto con todo propósito ante el creciente y ensordecedor ruido que hacen ciertos o inciertos “artistas” que se valen de patriarcas deshidratados y deshojados por el otoño y que claman a gritos por el protagonismo. El arte no ha muerto y de ello se encargan quienes ven en este medio no el giño cómplice, complaciente y socarrón que busca la legitimidad de un coleccionismo trazumado, sino aquellos que están dispuestos a saltar al vacío y descubrir con su acción un gesto poético que glorifica el alma.

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