martes, 7 de diciembre de 2010

La Habana en puntas

Ernesto González

He bailado en una conga santiaguera con el mismo gusto que me ha conmovido la ordalía de Aída y Radamés cada vez que los escucho; he disfrutado de los blancos silencios del invierno de Chicago, un sábado por la mañana, y a las diez de la noche me he estado moviendo con Los Van Van en el House of Blues; he gozado, a la vez, del brillo, de los colores, de Miami (y de su tráfico) y de La Habana (y de sus calles con baches). Uno está donde coloca su atención, “enyoya” (como dice una amiga mía mayamense), aquello en lo que se posa, y la elección es solo nuestra. Aquí prefiero ignorar a quienes ignoran mis “Buenos Días”, y enfocarme en las negras guagueras, por ejemplo, que sonríen aun en medio de un enero congelante.

Entonces, de vuelta en La Habana, “enyoyé”, entre otras cosas (muchas, como por ejemplo, los aguacates grandes y dulzones que no se consiguen en esta ciudad), de tres inolvidables funciones del Festival de Ballet. En la primera de ellas confirmé una vez más, con la adolescente presencia de Yanela Piñera, que bailó un memorable pas de deux de Don Quijote, cómo sigue creciendo el talento en la Isla, expandiéndose como la buena hierba rodeada de pleno sol. Ese miércoles tuve función doble porque del Mella me fui a ver el American Ballet Theater, que ya había conocido aquí. Inolvidable desempeño en Tema y Variaciones, aunque nunca como aquellas funciones “de la época”, derrochadoras de esas técnicas y sabores con las que la Escuela Cubana de Ballet retocó lo clásico.

El plato fuerte, sin embargo, fue el Tercer Acto de El Lago, por Viengsay Valdés. Y no es que yo tenga un gusto cirquero precisamente, pero la técnica es a mi modo de ver la manera más elocuente de hablar en el ballet, y la coloco al mismo nivel de las posibilidades dramáticas del bailarín. Como andaba con jóvenes, tuve que recordarles, QUE YO HABIA VISTO a las grandes. Recordé las funciones en que, por ejemplo, si Aurora Bosh era protagonista, las solistas eran nada menos que Rosario, o Amparo. Recordé haber visto la última Carmen de Alicia Alonso.

La magia del Segundo Acto de El Lago de Josefina Méndez (aunque sabíamos que de giros nada). O la hermosa figura de Mirta Pla, al estilo del ABT, todo bien, en su lugar, pero NO MÁS ALLÁ. Los electrizantes balances, los fuettés y piruettes intercalados, el cierre en primera, segunda o donde correspondiera, a la vez que el impulso de los giros desaparecía nadie sabía dónde y caían como una lechuga (al decir de la época) en la pose buscada. Tarde en la Siesta, donde Charín giraba, se detenía y daba un cambré en puntas con la otra pierna levantada (me decían que eso no lo podía hacer nadie), o la impresionante salida de la tumba de Marta García. La lista de funciones inolvidables sería demasiado larga.

Una noche Charín resbaló creo que en ese mismo Tema y Variaciones bailado por el ABT, y dicen los que la vieron, que de la rabia empezó a girar desde el piso. Misterio, como Charín misma. Aurora y Charín, entre otras, no sólo desafiaban la gravedad (con un eje que apenas se desplazaba en el escenario) sino que arrasaban también en la Vaquita. Ambas empezaban a moverse hacia atrás en puntas, a bajar la cabeza y subir la otra pierna y quedaban clavadas, fuera del tiempo, al final. Que me perdone el ABT. Esa Vaca, por supuesto, no la hizo Viengsay Valdés, y creo que ni falta le hizo. Abrió la variación del cisne negro con algo que no recordaba, sin impulso dio varias piruettes, para de ahí empezar a dar los fuettes y cerrar con varias piruettes otra vez (y caer fresca como una lechuguita).

Las vacas están flacas, me dijo uno de mis acompañantes, ante mi queja por la Vaca NO MÁS ALLÁ que había acabado de presenciar. Diría que los casi cinco mil asistentes al Karl Marx se pararon a aplaudir a la joven Viengsay (figura de culto ya entre los balletómanos habaneros), y se me ocurrió pensar que los artistas en el exilio, a pesar del respaldo que puedan tener en Miami, deben extrañar el calor de ese público de la Isla, entendido y apasionado. ¿Es que no eran los mismos aplausos y los mismos gritos?

4 comentarios:

sonora y matancera dijo...

buenísima pieza, “enyoyador” maximus...

JR dijo...

El público cubano es uno de los más versados en ballet. Hay toda una tradición que surgió en los cincuenta y que se ha consolidado a lo largo de seis décadas. Mi mujer recién ha regresado de La Habana, Ernesto, y me dice que la gira de Carlos Acosta por cinco ciudades en la isla ha sido apoteósica, lo cual confirma esas últimas frases de tu texto.

Balletomano dijo...

Buenisimo, Ernesto. Concuerdo contigo en esos grandes momentos del ballet cubano. Ya no vivo en la isla pero estoy seguro que esos momentos continuaran.

Anónimo dijo...

ME HE QUEDADO CON LAS GANAS DE VER A CARLOS ACOSTA, OJALA PUEDA HACERLO ANTES DE QUE EL SE RETIRE.
GRACIAS
ERNESTO