sábado, 23 de junio de 2007

Julián del Casal

El joven gladiador yace en la arena

Manchada por la sangre purpurina 

Que arroja sin cesar la rota vena

De su robusto brazo…
Aglomerada 

Bulle en torno impaciente muchedumbre 

Que tiende hacia el mancebo la mirada,

Y, de las gradas en la erguida cumbre… 

Ostentan su hermosura las patricias

A los ojos de amantes cortesanos

Ávidos de gozar de sus caricias.

Sacudiendo el cansancio del vencido

—¡Arriba, gladiador, una voz grita,

Que para ornar tus sienes han crecido 

Los laureles del Arno!
—¡Lidia y triunfa que, a más de tu rescate,

Dice el edil, cual don extraordinario,

Pondremos en tus manos un tesoro

De sestercios!
—Si vences todavía,

En mi litera azul, bordada de oro, 

Juntos iremos por la Sacra Vía,

Murmura una hetaira.
—¡Y en mi lecho 

Perfumado de mirra, al punto exclama

Otra más bella, encima de tu pecho 

Extinguiré de mi pasión la llama

Que en lo interior del alma siento ahora,

Y, aprisionado por ardientes lazos,

Cuando aparezca la rosada aurora

Ebrio de amor te encontrará en mis brazos!
Al escuchar las voces agitadas, 

Levanta el gladiador la mustia frente,

Fija en la muchedumbre sus miradas,

Muéstrale una sonrisa indiferente

Y, desdeñando los placeres vanos

Que ofrecen a su alma entristecida,

Sepulta la cabeza entre las manos 

Viendo correr la sangre de su herida.