
Alfredo Triff
Ronda el invierno de 1964. Korbo sale de su rincón nocturno favorito: El club "La Gruta" de 23 e/ O y P. Esta noche la increíble Ela O’Farril se ha bajado con una canción que lo ha dejado ensimismado. Adiós felicidad. ¡Cómo ser fiel a esa atmósfera! No puede explicarse por qué lo invade una sensación de inminencia… ¿Casi no te conocí? El norte del malecón le llena los pulmones. Cierra los ojos e imagina su vida en el futuro. Pasaste indiferente sin pensar en mi sufrir. Toca con los dedos su libretica imprescindible, metida en el bolsillo del saco, y su pluma de fuente Parker (casi ya sin tinta de reserva). En un tiempo hipertenso de loas bombásticas, dogmas y concentraciones multitudinarias, Korbo prefiere anotar nimias incidencias: el color roído de una pared, la química de un tibio encuentro, el chin-chin de las copas apagadas: ambientes en tono menor de alfombra, humo y alcohol, de conversaciones en círculos ténuamente iluminados. Todo mi empeño fue en vano, no quisiste estar conmigo. Prepara una serie de viñetas sobre La Rampa nocturna, su raquídea urbana, "frontera porosa desde L hasta el mar". Tiene algunos contactos en la Unión de Escritores (algunos ya le predicen porvenir en las letras). Camina rampa arriba hasta L y 23 ("mi pequeño Times Square"). Otea las cuatro esquinas. Contempla el hospital frente al Radiocentro (se pregunta por qué no construir algo moderno, como una estructura nervada y techada, de seis salones con sillas imitación Bertoia). La vista perdida en el horizonte oscuro del mar: Collage citadino de cines, galerías de arte, estudios de televisión y boutiques de moda. Ahora no me queda más onda que esta sensación de vacío. Escruta la débil caravana de cola-de- patos que bajan por el axis de la colina. Se limpia sus espejuelos con la tela de la corbata. El voltaje de la escena disminuye, la bulla cesa, todo da vueltas. Huele anihidrido carbónico, denso y seco de cuatro años después. Hay una invasión en Europa. Lo persiguen. Le registran el cuarto y le confiscan sus libreticas. Lo acusan de contrarrevolucionario. Vislumbra el cuarto oscuro, la luz cegadora, las caras toscas que lo interrogan y el campamento rodeado con altas cercas de peerles. Desesperado, busca su libretica. La abre y lee la última nota que escribió antes de salir del club: Tal vez llegue el día en que pueda retenerte.