miércoles, 18 de diciembre de 2013

¿Estetización o vaciamiento? En torno al ícono Martí en la cultura popular cubana (tercera parte)

Martí antimperialista del escultor Andrés González
1ra  parte
2da parte

Antonio Correa Iglesias

Lo sórdido de este argumento está precisamente en la negación de una lógica histórica en función de capitalizar un poder político que ha difundido una lectura errónea y desajustada de esta tradición. Por ejemplo, desde el temprano año de 1968 Fidel Castro dijo en el discurso conmemorativo por el centenario del levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes que la revolución que triunfó en 1959, había comenzado en 1868. Más allá del disparate que supone este argumento, el fundamento del mismo está orientado a la búsqueda de legitimidad, pero sobre todo, está subrayando el carácter incuestionable de un proceso que, legitimado en una comprensión de la historia, haya en ella sus raíces y fundamento. Todo va a ser puesto en función de esta legitimación. La identidad política va a construir para su legitimación un criterio excluyente en la cultura nacional. En estas condiciones, el carácter de una tradición se desvanece como ontología, no hay acceso a ella o, en todo caso, el acceso a una producción que contraponga un correlato contrastante al discurso oficial es negado.

Este es el contexto donde el ícono Martí prolifera. Algunos dicen que no, dicen que sencillamente cada cubano tiene su muy peculiar manera de entender a Martí y para ello se resguardan en argumentos estéticos que recuerdan a Juan Francisco Elso y a Raul Martínez y sus Quince repeticiones de José Martí de 1967, desconociendo las consecuencias que para Raul Martínez tuvo la conjugación entre el expresionismo abstracto y el pop-art y para Juan Francisco Elso, su Por América de 1986.

Lo cierto es que, por alguna resolución, las instituciones y establecimientos del gobierno están obligadas a tener lo que se ha llamado “rincón martiano”. Como esta acción surge de lo performático y no de un conocimiento mínimo de la obra martiana sino desde su desconocimiento cabal, los rincones martianos deviene en rinconera, espacio donde se acumula y prolifera la mugre. Este es el espacio que el gobierno cubano le tiene reservado a Martí. Un Martí maltrecho, ruinoso inofensivo ante la necesidad de legitimación en la frase descontextualizada. El Martí al que el cubano tiene acceso es el “muñequito” de plástico que bajo el sol abrasador se desfigura, es ese mismo “muñequito” al que, como a un juguete se le arranca la nariz. El Martí al que el cubano tiene acceso es el que vende guarapo frío y posa con las más importantes modelos internacionales. Es el Martí inofensivo que el gobierno permite y necesita una vez que “representa” sus intereses. En los últimos cincuenta años, el gobierno cubano no ha emplazado una estatua de José Martí, más allá de las que históricamente habían existido, sin embargo el 4 de abril del año 2000, queda inaugurada la más bochornosa de las representaciones de José Martí. El Martí de la “Tribuna antimperialista” es el mejor ejemplo de lo que Martí no es, de lo que Martí no ha sido, del Martí que el gobierno necesita. Su escultor no solo le hace juego al poder sino que demuestra una y otra vez su desconocimiento supino de lo que Martí ha representado para la cultura cubana.

En la Cuba de hoy acceder a Martí solo es posible desde la “arenga de los políticos, desde los conglomerados de personas que pierden su identidad en los grupos en las militancias, las clases de los profesores de Historia de segunda mano, la columna del articulista de moda, los horribles niños memorizadores de pensamientos y versos sencillos, todo esto para convertir en monstruosa la figura de Martí. Sé que hay enormes biografías al respecto, grandes ensayos escritos por profesores, pero Martí como actitud humana, como esfuerzo y descubrimiento, ha permanecido muy lejos de todo ese palabreo, de ese tam-tam verbal que nada tiene que ver con la realidad.” Así calificaba Severo Sarduy el olvido de la condición humana en José Martí, al tiempo que cifraba sus expectativas de que, con la revolución, se pudiera acceder al centro gravitacional de este hombre inmenso. Nunca más volvió a Cuba.

En los últimos cincuenta años el ícono Martí ha degenerado en el imaginario y en la cultura popular cubana. Ha devenido en argumento socorrido y aditivo presuntuoso de un modelo político que trata de sostenerse apuntalado en su imagen. En los últimos cincuenta años Martí ha sido condicionado a las más inimaginables y bochornosas morfologías.

El Martí que necesitamos hoy más que nunca es el Martí retador y desafiante que nos propone su obra. Es el Martí humano que se nos ha negado en función de un discurso político. “No se puede picotear en libros raros –dice José Lezama Lima- hasta conocer el Martí montañoso, que como un Midas justo y atinado convierte en oratoria todo lo que lleva dentro de ensayista y patriota. Yo me cruzo de brazos y me balanceo, asombrado. Apenas puedo imaginar la infancia de un tribuno tan grande: ¿Qué decía, y cómo, a los amigos de juego, a las noviecitas de probar, con qué palabras respondía a quiénes se le enfrentaron en los patios de colegios? Quisiera mirar por un huequito. Debió blasfemar, como todos, pero ¿cómo articulaba, con qué sintaxis, sus apasionadas acometidas de adolescencia? Con la miel de sus amantes derretidas, se debió enlodar aquella Habana de 1800 y tantos.”

Quizás hoy más que nunca la conclusión de Arturo S. Carricate en su texto “La cubanidad negada del Apóstol” de 1931 adquiera una vigencia inusitada:
Lo expuesto prueba de modo irrebatible que la obra de Martí, en lo político, en lo literario, en lo filosófico (…) no mostró identificación alguna con las ideas preponderantes en Cuba coetáneamente cuando vivía el Maestro (…) y que, muerto, sus doctrinas básicas para la organización del país han sido desoídas, sistemáticamente desdeñadas y, en los más casos, inversamente aplicadas. Vivimos en y a costa de un espejismo, que está produciendo innumerables y trascendentes daños: el creer que la invocación constante y cotidiana y en los más de los casos, “bona fide” de las ideas de Martí, significa que esté plasmándose en la República a la manera que él quería. Nos hallamos ahora, quizás más que nunca, lejos, en las antípodas del pensamiento político de Martí.
Si bien la crítica que acabamos de referenciar está suscrita al orden de nuestra primera república, todo lo que acontece posteriormente, aplica a esta comprensión. Sin embargo, el orden de la “revolución” ni siquiera cae en esta cuenta, una vez que para ellos, encarnan definitivamente el orden martiano de la praxis política.

El Martí que necesitamos hoy es aquel que nos permita sacarlo y salir del lodazal en el que ha “habitado” las cinco últimas décadas, quizás entonces, Severo Sarduy descanse en paz pues al fin, Martí está en su centro.

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