lunes, 6 de septiembre de 2021

la hawaiinización de la felicidad

curandera, ale de la torre, 2020

alFredoTriFf

Vivimos tiempos pesimistas. 

¡Van tres generaciones futuras, la milenaria, la Z... hasta la ALFA, que se la pasan de llanto en queja! 

A coro vociferan: 

¡Al mundo le quedan doce años! 

Un escritor trendy: Andy Martin alimenta el fuego: 

Es menester crear una filosofía contra la felicidad.

El pesimismo es una pose de quejicos ansiosos. 

Master E.S. ars moriendi, alto medievo.

felicidad lost in translation,


La felicidad se le escapó a occidente en algún cuarto oscuro donde un escriba borracho trastocó una traducción de Avicena de Aristóteles por un tratado de Plotino. 

Llega el siglo XIV con la Peste negra y acaba. Los flagelantes, ars moriendi, el barroco del siglo XVII es un éxtasis por la felicidad en los cielos.     

Con la expansión naval europea hacia el nuevo mundo, a partir del siglo XVIII, la felicidad vuelve al tapete. La obra El nuevo mundo descubierto por Cristobal Colón, de Lope de Vega, provocó discusiones apasionadas en los círculos cultos de la época. 

¿Es el sueño de Lope la anticipación del goce, y no así la ingeniosa respuesta de Calderón, en opuesta regresión escolástica?

¿Qué es la vida? Un frenesí/¿qué es la vida? una ilusión/ una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño/ que toda la vida es sueño/y los sueños sueños son.

Asómase la felicidad en pleno siglo XVIII, durante el apogeo naval inglés, ahora convoyada con la aventura (del francés aventure: chance; o mejor, accidente). 

facsímile de la primera edición de Las aventuras de Robinson Crusoe, Daniel De Foe,

Robinson Crusoe de Daniel Defoe ejemplifica: al final de la novela, el héroe pasa revista a 20 años de su vida perdida en una isla desierta. ¿El saldo? La aventura valió la pena.

Louis-Antoine de Bougainville en Voyage autour du monde (1771) confiesa, con visos de escepticismo, que la razón de sus viajes...

... no es descubrir... sino alcanzar la felicidad. 


daguerrotipo de Schelling, 1848

La felicidad del novecento se debate entre el positivismo y la naciente sicología. Si fuese física la felicidad se haría redundante definirla. La alegría permanente es imposible. Si se prolongara tal estímulo terminaría agotándose (la condición bipolar de nuestros días). 

En el volumen II de su Filosofía Positiva (1895), Augusto Comte dedica a la felicidad siete menciones. Una de ellas: 

... la felicidad del hombre depende de la armonía entre sus facultades y el sistema de circunstancias que gobierna su vida.

romántico eres y el polvo volverás

El romanticismo le canta a la naturaleza mientras predica un desdén por la vida (caterva de poetas, pintores y compositores geniales, amén de tuberculosos y sifilíticos). 

El desdén determinista está en la propia naturaleza que le llega al joven Federico Schelling. Tiene que haber en la naturaleza una relación precisa entre la causa de las cosas en el mundo cognoscible. Lo negativo (infelicidad incluida) depende de cosas particulares operando sobre la vida humana.

El joven Schelling lo anuncia: 

... la tragedia es la reconciliación de la libertad.  

¿Tragedia? Ni felicidad ni infelicidad. La felicidad romántica es una idea maltrecha, siempre cambiante, casi eléctrica, desprovista de teleología.

Por otra parte, el "exotismo" satura la conciencia europea de finales del siglo XVIII. Síntoma que alcanza plenitud en pleno siglo XIX, cuando el paraíso vuelve a la tierra. 

la hawaiinización de la felicidad

La pregunta: ¿fueron Adán y Eva felices en el jardín? es explorada en en siglo VI en la apócrifa carta de Bernabé. Jesús presenta el paraíso como una segunda creación: 

... he aquí que hago las últimas cosas como las primeras. 

La salvación está en regresar al paraíso, pero ¿cuál? 

Les presento a Paul Gaugin, preclaro simbolista que buscó el paraíso no en "esta capital (París) enferma". La tierra prometida está al otro lado del mundo.

la felicidad de Gaugin era de orden estético (De dónde venimos, qué somos, a dónde vamos, 1897)


El trayecto de Gaugin sugiere dos hipótesis: 

1. La apriorística: 

Si la felicidad existiera como a priori ideal fuera de la experiencia, no hay contradicción alguna en imaginarla sin sufrimiento. Tal conclusión es imposible para un artista maldito como Gaugin. 

2. La aposteriorística: 

La felicidad que coexiste con el sufrimiento es un vaivén gelatinoso indefinido (no el balde las teodiceas de patricios como Agustín de Hipona  e Ireneo de lyon la prohíben terminantemente). Para Gaugin es una cobardía abrazar la infelicidad por el mero maltrato de una felicidad abortada. 

Gauguin, el sifilítico fideísta, móntase en el barco anti-moderno buscando el bon sauvage de Rousseau y descubre lo inusitado. 

Aquí un telegrama de Gaugin casi al final (nunca enviado desde Tahití a su confidente Camille Pisarro): 

Soy miserable en esta isla de mierda. 


frontispicio de Civilización y sus descontentos, primera edición, 1931, Viena

En Civilización y sus descontentos, Sigmund Freud detalla tres razones para nuestra miseria, cada una tiene que ver con expectaciones truncadas: 

1ro, la religión, por defender la idea de una vida en el más allá; 
2do, los viajes del siglo XVIII que he referido arriba; 
3ro, ¡el propio sicoanálisis! confusión de síntoma por dolencia es suficiente para increpar la tácita hawaiianización de la felicidad.  

¿Dónde está tu Hawaii?

lo insólito de la eudaimonia

¿Por qué todo uso termina en abuso? La historia distorsiona el sentido original de eudaimonia. No se trata de algo pretérito y sobrenatural. 

Aristóteles nos trae buenas nuevas.

Primero, con tenerla es suficiente. Segundo, es propia de un comportamiento tan extraordinario como simple llamado carácter. Hacer lo debido en cada momento en cada situación.

¿Soy feliz?

Pregunta vacua (responde Aristóteles acariciándose la barba).

Si soy feliz no tendría manera de saberlo (someter la eudaimonia a un intercambio de valores no resuelve el asunto). Siempre uno se halla en falta.  ¿Qué tal si soy feliz desde ayer? Nadie puede ser bueno instantáneamente sin un punto de comparación. 

Dogen Kigen en su apoZento

Es como si eudaimonia y el wu-wei Zen se dieran la mano. 

Aparece el maestro nipón Dogen Kigen, imperturbable desde su insilio en el monasterio Eihei-Ji. 

Un discípulo le pregunta: ¿Maestro Dogen, qué es el Zen? Dogen responde con cara imperturbable: 

nada en particular.