viernes, 21 de febrero de 2014

Algo que no es arte

Máximo Caminero rompiendo la urna de Weiwei en el PAMM
Ramón Williams

Algo que no es arte le ha roto un cántaro en la cabeza a mi vecino Máximo. En consecuencia mi vecino ha roto un cántaro de otro artista en esta aldea global, un artista visual chino, un vechino…

Mi vecino no es un santo pero su acción me trajo imágenes de video imposible protagonizadas por alguien desbaratando cántaros en los templos-mercados, todo en nombre del amor u otra forma de no violencia semejante al arte. Me desconcertó la jauría de cámaras y micrófonos tras Máximo ese lunes. En su casa y a su caza. Él, uno que, como es proverbial en la entrañable Matanzas, no le tira un hollejo a un chino. Para beneplácito de su abogado mi vecino no estaba.
El otro artista, que no es mongol, le comprará a mi vecino alguna pieza, no de cerámica ni en silencio necesariamente. Expedientado mi vecino pagará el resto de su vida por desintegrar una pieza que firmó otro artista sobre lo embadurnado por otro artista sobre lo torneado por otras manos de las que no sabremos nada ni en un millón de años.

Mi vecino no es un artista conceptual, nada experto en rupturas no cultiva un anti-arte, no revisa la definición de apropiación artística, no es discípulo de Haacke ni ha incitado un Ocupar Brito. Lleva mi vecino dos orejas naturales sin marcas de cirugía estética, su novia se ve feliz, no parece haber sido lanzada nunca desde un balcón por soberbias minimalistas, tampoco se luce de poli-masoquista como para clavarse los camaradas güebos al pavimento y así venderlos más caros, güebos disidentes al fin y ab ovo. Me da por secuenciar el fogonazo: El hijo dominicano del hombre tuvo un rapto y un rato le tomó apreciar la dimensión de su acto, un instante entre el impacto del cántaro contra el suelo (PAMM!) y la maniobra de esposarlo los municipales (¡clic!).

Puede que las pinturas de mi vecino (vivo o muerto) no visiten un sólo museo pero su pasión por una idea del arte brinda una evidencia a discernir por los forenses de arte contemporáneo: la sutil diferencia entre un cántaro roto por un artista fuertemente auspiciado aunque preso y un cántaro roto por un artista fuertemente ignorado aunque libre.

Entre mi vecino y yo media la tablita de su techo (de mi piso) y eso basta para que no sepa mucho de él, no puedo leer sus pensamientos y menos la demagogia de hablar en su nombre. Acaso puedo adivinar que no le molesta el apellido Pérez para un museo en medio de la comunidad hispana más variada del planeta sino que le parece consecuente. Imagino, por la índole de su basura y la delicadeza con que trata mis tazas de café, por ejemplo, que más bien le molesta la pereza de los encargados de ahondar en las verdades artísticas del espacio social donde se levanta (y del cual también se alimenta) la institución Museo. Quizá mi vecino en su contra despecho silencioso entiende que el museo no es de culpar, que no hay mera culpa sino un estado de cosas en el mundo del arte dictado por un mercado con un sistema de reglas que lo desfavorece. A él y a todos los que lo regente (trasnacionales del arte y de todo lo demás? izquierdas derechas?, derechas izquierdas?, centros izquierderechos? illuminati, grises alienígenas?) no quiere y no puede suministrar vacunas de oro contra el anonimato, tampoco asimilar e inscribir en su universalidad de dominadores del sartén.

Todo artista inscrito hoy en lo que llamamos Universalidad fue inevitablemente un artista local en algún momento. Algunas localidades registran mejores estadísticas de ceguera o sordera ante el arte de sus locales que otras. Algunos locales se largan, trascienden la contingencia de sus localidades y se elevaban al pabellón de los ilocalizables por famosos; otros devienen estadística, beben algo de un rojo turbio en la zona baja de las barras estadísticas, del todo perdidos, locales y localizables (¡bip!).

Cuando de nuevo me encuentre con mi vecino evitaré mirarle a la altura del tobillo, no le diré que soy pesimista, que la onda expansiva del cántaro roto no redistribuirá las paredes de esta gran ciudad-inmueble a cielo descubierto de poderes encubiertos. Ni contarle que la adrenalina mundial que genera la perdida-ganancia de un millón no moverá dentro de una semana ni una hoja. No le ayudaría escuchar qué parte de los artistas locales por los cuales sacrificó una lonja de cordura minimizan su lance y continúan aspirando al brebaje rosa en la zona alta de las barras estadísticas. Que para llenar los vacíos de cultura de una ciudad y soplar lo feo se precisa de algo más que una inyección de treinta y ocho millones, una lluvia fugaz de ferias al año y un tifón prestado. Con suerte equivoco el pronóstico y entre fragmentos y desfragmentaciones ganamos todos, los Pérez, los López y quién sabe si hasta los Máximos.

3 comentarios:

  1. mrWilliams trabando y enlazando, haciendo nudos con trizas de ánforas para desbaratar aforismos. excelente.

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  2. Tu vecino está jodido, vate. La (les, nos) cagó el quisqueyano. Ya no tiene mucho tiempo.

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