viernes, 20 de noviembre de 2009

La cultura del candado


Omar Pérez (desde Cuba)

En una iglesita ortodoxa del sur de Creta, se podía sentir, por ausencia, el peso de la cultura del encierro. La puerta estaba abierta, el lugar vacío, aunque lleno de íconos. Una vez a la semana se oficiaba; el resto del tiempo era posible prender un incienso o una vela, orar, dar una vuelta por el exiguo interior de dos piezas, sentarse a meditar, observar a través de los inútiles barrotes el entorno árido, agreste. Más cabras que personas. Algo sobrecogedor nos abrumaba: la libertad de entrar, de salir, de observarnos. El hombre, que se da a concer a sí mismo como señor de la creación, debe pedir permiso por cada paso que da en el habitat por él diseñado. Debe pedir permiso para trabajar y para dejar de hacerlo, para desplazarse y para permanecer. Prácticamente debe pedir permiso para nacer y también para morir. Si bien el cinturón de castidad no está ya en boga, el resto de los valores caros al hombre, incluída la historia, la ciencia, y desde luego el dinero, deben ser colocados bajo llave. A pesar de su apariencia de territorio de libre acceso, ni siquiera Internet está libre del patrón de las contraseñas y peajes. En el mundo civilizado no conocemos otra cultura que no sea la del candado.

La iglesia había sido fundada sobre un antiguo asentamiento pagano: un sanatorio dedicado a Asclepios. A pesar del “enorme valor monumental”, el lugar estaba rodeado sólo por una cerca sin puerta. Atravesarla; podemos experimentar como cada encierro es sólo responsabilidad nuestra. Salir, entrar, dos direcciones de un mismo gesto. No hay candado, no hay categoría que determine la validez de uno u otro sentido. Afuera, junto a la cerca, un olivo más viejo que el templo, más viejo que la fe estatuida: Hay personas que suelen rodear un árbol con una verja y rematarla con un candado. ¿Qué puede significar eso para el árbol? Cuando para proteger a los niños, se coloca un candado a la puerta de la escuela, cuando se pone a la educación junto al candado, se comete pecado de lesa humanidad. Los niños, se sabe, son rehenes de nuestra propia pereza: encerrarlos y vigilarlos no es tan engorroso como jugar con ellos.

Un candado es más barato que la educación. Menos frágil que la confianza.

5 comentarios:

  1. Gracias, R y A, por darle paso al texto. Necesitamos llaves, muchas llaves.

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  2. Que texto más hermoso. LS

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  3. Bello texto Omar, gracias por compartirlo. Necesitamos desterrar los candados, tirarlos al mar, desaparecerlos por arte de gracia.

    Gracias Cristi, por compartir la sensibilidad de Omar.

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  4. ABAJO LOS CANDADOS A LA INTERNET

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