lunes, 14 de febrero de 2011

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Pia Fries, Hemizeus, 2003

Alfredo Triff

Quiero decir algo, pero no puedo.

Mientras caminas por la calle, te asaltan imágenes. Te dices, "buena idea". Después, cuando llegas a la casa y te sientas frente a la computadora no recuerdas la trama. En vano buscas un gancho que te lleve a ese pensamiento extraviado. El hilo se diluye en su propia delgadez.

Cabeza colmada del blanco luminoso de la pantalla. Luego de un rato de perplejidad, decides escribir algunas líneas, tentativas, como para entrar en calor haciéndole cosquillas al verbo. Te bajas con una frase insulsa, que a fuerza de la inercia de los dedos se transforma en un párrafo que nunca podrás enseñarle a nadie. ¿Cómo rescatar lo perdido?

Hay ideas que se salvan de la muerte por puro accidente, otras nunca le nacen al papel. ¿No será un auto engaño de la mente, un terror a la blanca explanada del papiro?

Dicen que cuando sueñas te asaltan conjeturas originales, pero se olvidan al despertar. Cuando la nota se va, quedas rumiando huellas brumosas de sombras. La idea necesita salir del ego al mundo. Más tarde, descubres una hoja que contiene tres líneas. Entonces comprendes que la nota altera tu idea de la idea. Lo inaudito como potencia. Quiero decir algo, pero ¿saldrá?

Se me antoja como un quasi-aborto etimológico. Como esa mención que te hace reír por lo cursi que es, pero la has escrito tú. No les miento, ahora no recuerdo si esta página describe ese proceso, o si la escribí en uno de esos días notables. A no ser que la encontrara estrujada en uno de mis bolsillos.