martes, 19 de septiembre de 2006

Abismo diario


Por Alfredo Triff

Desde muy joven Alibán demostró su veta violenta. Había nacido en El Cerro, de padre alcohólico (luchador internacionalista en Angola). Recuerda al viejo, las entradas a golpes que le daba a él y la vieja cuando regresaba de la barra de la esquina. El aliento a ron anunciaba el horror. Una vez le metió un puñetazo a la madre que la largó contra la pared. Ella se fue de la casa con el niño; pero el viejo borracho los encontró. Les pidió perdón. Lloraba. Se arrodilló y todo. Después vino la beca y Alibán se olvidó del espanto. Los padres parecían llevarse mejor (la madre le contó que el viejo se había hecho el santo). Con el tiempo, Alibán se enamoró de una mulatica matancera; era feliz. Un día la vio reírse con un tipo y aquello le quemó el corazón. A la mañana siguiente, en medio del desayuno, delante de toda la beca, le metió un puñetazo y le rompió el tabique. No podía creeerlo. Fue un placer momentáneo, mezcla de vergüenza con pánico. Entonces comprendió que estaba marcado. Era un cacho de macho mulo. Más tarde se empató con Aisleidis, una rubiecita de Cojimar (a la que le cayó a patadas en el baño de una posada, después de un ataque de furia, porque ella había vacilado a un extranjero). Con cada golpiza Alibán caía más bajo. Se odiaba y por ello tenía que pegar más fuerte. Desamparo y barbarie: El mareo existencial, la nota sublime. Llegó a Miami hace un año y trabaja en la construcción. Los fines de semana se divierte en Mystique, o si no, en la barra de Flagler y la 7, tomando ron con unos amigos balseros. A veces se emborracha porque necesita olvidar. También extraña el calor de una mujer.

2 comentarios:

  1. Bueno, me imagino que la mujer no extraña los golpes de ese cobarde marido!

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  2. Ignorante: Todo parece que Aliban vuelve a las andadas. Como puede un hombre levantarle la mano a una mujer?

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