sábado, 18 de marzo de 2017

The Aerovons - Resurrection (1969)


Hace casi ocho años atrás publiqué la historia de Badfinger, una banda pegada al sonido Beatle, que apadrinada por McCartney y Harrison estuvieron a punto de hacer historia si no es porque un misterioso karma negativo los abandona en la cuneta. Sabemos que fueron no pocos los grupos que se alinearon melódicamente al aporte de los chicos de Liverpool. Recordemos The Who en su primera etapa, The Hollies (también en sus inicios), The Kinks, The Yardbirds,  The Wonders, The Monkees, etc.

Pero en la trayectoria de estos apegos siempre hay episodios sorprendentes. Y un caso curioso es el The Aerovons, grupo de efímera existencia que apenas logró sacar par de sencillos. Sus miembros  eran oriundos de St. Louis, Missouri. Los encabezaba Tom Hartman, un adolescente que soñaba con llegar a la altura de sus ídolos británicos. Las composiciones de Hartman habían llamado la atención de Capital Records que en algún momento le propone la posibilidad de un contrato. Pero Hartman tenía puesta sus aspiraciones en Londres y logró que Capitol negociara con EMI una grabación en Abbey Road.

Lo sorprendente es que los componentes de Aerovons : Tom Hartman (piano, guitarra), Bob Frank (guitarra), Phil Edholm (guitarra). Mike Lombardo (batería) y Bill Lombardo (bajo) no rebasaban los diecisiete años. Y cuando viajaron a Londres tras ser aceptados por EMI, tuvieron que hacerlo acompañados por la madre de Tom, una pianista que supo ejercer su rol de manager.

Los chicos grabaron sus temas en Abbey Road y durante las sesiones conocieron a los miembros de Beatles, los cuales incluso le prestaron instrumentos y equipos.  Tras semanas de trabajo quedó terminado el álbum. Corría el año 1969. Pero un destino sombrío que hace recordar al de Badfinger se cerniría sombre el empeño de los chicos. El disco nunca salió a la luz…hasta treinta y cuatro años después. Fue el único. Tras la postergación indefinida del lanzamiento del álbum los derrotó la frustración.

Las piezas hay que reconocer que no son excepcionales. Están bien concebidas bajo una marcada influencia beatleriana. Sin embargo, hay un afán de originalidad que no puede relegarse y si insistimos en la corta edad de aquellos muchachos por entonces, el proyecto se alza en méritos. Las ejecuciones instrumentales son dignas aunque siempre amamantadas por el sonido de los músicos que adoraban. A la postre, habría que apuntarles talento y ambición. Y, sobre todo, la osadía, esa avasalladora cualidad desinhibida de la juventud.

A diferencia de Badfinger, la singularidad de Aerovons no estriba en el brillo e impacto de las composiciones. Sus temas, por momentos, huelen a plagio. Pero había que tener agallas para acometerlo en la meca del disco londinense y en las mismas narices de sus progenitores musicales. Era como un cínico statement de estudiantes de college que le proclamaban a los Fab Four que ellos también podían hacerlo. Esa es la razón por la que algún productor con criterio historiográfico hace público el proyecto en el 2003. Y gracias a su intención documental es que hoy podemos escucharlo. (JR)

domingo, 12 de marzo de 2017

Última función hoy domingo a las 3pm: El cuento de René


Larry Villanueva en "Relato sospechoso"

Andy Barbosa en "Las moscas" y Carlos Acosta-Milián en "Carne"

Ariel Texido como "El escritor" y Carlos Acosta-Milián

Carlos Acosta-Milián en "Carne"
Rosie Inguanzo como Pedro Angel en "Los bravos"

Rosie Inguanzo en "Los bravos"


Rosie Inguanzo 

Entre la parodia cruda de Virgilio Piñera y la farsa siniestra de José Triana está el candor desvencijado de René Ariza, sus trabalenguas del acecho ("Relato sospechoso", "Los bravos", etc.) y otros horrores sostenidos. Ariza perteneció al grupo de Los Doce, fue Premio UNEAC de teatro en 1967 por La vuelta a la manzana, y marielito de generación (según lo trazado por otro marielito, Reynaldo Arenas), ya que aunque no vino por el puente del Mariel (sale en 1979) compartió con sus coterráneos 20 años de dictadura. Curiosamente no concurre con muchos de los de su generación en la violencia verbal. Cuba aún funciona como el telón de fondo para esta literatura; también la burla, la simulación exaltada de nuestra idiosincrasia y la intención de desquite contra el régimen vigente. Pero en Ariza la denuncia es cándidamente insidiosa, aún pasmosamente testimonial, cuajada de una obstinación por plasmar en la obra la experiencia de la persecución. Cabe decir que en René omitir la vulgaridad sea una especie de enmienda con ese pasado atroz. Sobre la tabula rasa del exilio, ajeno a los acomodamientos aburguesados (nos consta que Ariza siempre fue un saltimbanqui inspirado y famélico), el juglar nutría su desamparo con relatos orales, monólogos graciosamente interpretados por él mismo, dibujos de Cristos que realizaba atrapado en semifarsescos performances de rapsoda. Imbuido y juguetón rescataba cuentos del horror y la locura, cuentos sobre lo cotidiano recuperados ahí donde la realidad social fungía como agente opresivo. Tristetemente, igual que sucedió a tantos otros escritores, los textos que escribió en Cuba habían sido confiscados y destruidos en repetidas requisas oficiales. René nos contaba como, ya en el exilio, había tenido que recuperar de la memoria muchos de sus escritos. En René confluye un parentesco antológico universal expresado en la diversidad de formas y personajes que toman sus temas: el máximo líder, la cultura machista, el policía perseguidor, el delator, las falsas apariencias, el desquicio cotidiano, la bestialidad autorizada y deshumanización de la vida en la sociedad moderna, la homosexualidad, el escritor perseguido, etc.

Lo conocimos Larry y yo en los talleres que orquestaba Teresa María Rojas en Prometeo, y con cariño conservo una imagen polimorfa y polifónica repartida en los múltiples personajes de René: el juglar delgadísimo y leve, asexuado, con la mirada subrepticiamente extraviada, aquélla cicatriz en el rostro que le alcazaba la frente y aquel mito –nunca confirmado- de que le habían hecho una trepanación de cráneo en Mazorra (sabemos que sufrió electrochoques mientras estuvo preso y que en Cuba es usual que la maquinaria represiva clasifique como enfermos mentales a escritores y disidentes, sometiéndolos a tratamientos psiquiátricos). Y ahí está su permanencia psíquica, lo que quisieron borrar en poemas y relatos, en mí imitándolo (da gusto representarlo). Cierto apego a lo terrible a aquellos años 70, cierta nostalgia de la experiencia fundacional, cualquiera que esta haya sido, lo devuelve una y otra vez a sus fantasmas. René regresa a ese pasado (es también un lugar en la memoria emotiva y sensorial, tan útiles para la representación), ámbito familiar y social que desarrollará con humoroso discernimiento. Espacio baldío, desolado, asediado y brutal, que como daño irreversible lo marcara; pero también es el punto de partida para el juego teatral y el despojo rotativo y eficaz de tantos males.

Para boletos pulsa aquí o en la misma entrada del teatro.
Fotos: Asela Torres