lunes, 21 de diciembre de 2015

El empobrecimiento del discurso político actual


Alfredo Triff

El discurso político es una parte importante de la actividad intelectiva del ser humano. Con él aprendemos a desentrañar ideas como "poder", "gobierno", "nación", "contrato social", "derecho", "libertades", "igualdad", etc. El discurso político es un arma hipotética y a la vez práctica. Con esa tradición hemos descubierto y modelado hipótesis, argumentos y principios que se imponen no por la fuerza, sino el mérito de la razón. Sobran los ejemplos: la idea del ser "humano" que comienza a explorar Cicerón en su De Republica y que madura en la edad media con Tomás Aquino, la exploración del contrato social de Hobbes, perfeccionada y mejorada con nuevos argumentos por John Locke y luego con Rousseau, o la idea de tolerancia religiosa fundamentada en el siglo XVII por Spinoza y Locke. La idea de abolicionismo explorada por Montesquieu y Brissot y que llega hasta Thoreau.

¿Qué seríamos sin esta noble tradición de memes

Se dice que en política existen diferentes soluciones para un mismo problema, pero no todas las soluciones son igualmente buenas. Determinar "cuál es mejor" lleva tiempo, un tiempo que sencillamente no existe hoy en día.  Cada vez se hace más difícil sostener una conversación inteligente sobre política. Con la caída de la prensa escrita en general, se pierden balances necesarios que antes mantenían un mínimo estándar bajo control. Se ha dado también una creciente politización de la ciencia, que acaso sea consecuencia de una pérdida de fe en el poder de la razón.

Lo que reina no es --siquiera-- un vicio retórico, como aquel de moda en la Grecia socrática, que no había descubierto aún el poder de la verdad como engranaje eficiente del discurso. Lo que tenemos ahora es un reduccionismo que viene convoyado con una teatralidad, que hace lucir a los retóricos antiguos como sabios. El discurso político se ha hecho parte de la mediatización social de la comunicación.

Claro que no es un fenómeno nuevo. Lo nuevo es la velocidad del mismo. Si lo complejo de la información requiere, dada su dificultad, más tiempo de asimilar y propagar, la rapidez de propagación de la información actual implicaría una reducción que despoja al discurso de su riqueza, de su diversidad. Dicho de otra manera la rapidez por "resolver el asunto" refleja una falta de voluntad analítica, es decir, dedicar el tiempo que sea necesario en la búsqueda de la verdad.  

La manera de discursar de ahora viene con "ganchos". El gancho puede ser una exageración sistémica, típica del fenómeno mediático actual. Abunda la simplificación binaria: "o eres de derecha o izquierda". La falsa analogía: "liberalismo es socialismo", o "el islam es una religión violenta". El hombre de paja: "las armas no se disparan solas".

Hay algo de recalcitrante y difícil en la naturaleza del discurso político que desagrada a muchos. Por una parte, resulta esperanzador imaginar que la razón pueda resolver los problemas de la convivencia humana, por otra, se crean nudos aparentemente insolubles: la libertad humana, la convivencia, la igualdad moral, el papel de la religión, la diversidad y aparente contradicción entre culturas, etc. De pronto, la mayoría está dispuesta a abandonar el discurso, o tornarse en cínicos. Aquí viene una inducción demoledora: "Desde que la humanidad es humanidad...".

No he dicho aún que el empobrecimiento del discurso tiene un aspecto muy nocivo: Distorsiona la realidad. Ya muchos no saben qué creer. Ese "hombre masa" de que hablaba Ortega no quiere saber nada de complejidad. Son pocos los que buscan a ambos lados del espectro político. El discurso se ha polarizado. Con ello se reduce la posibilidad de encontrar ese deseado punto medio. 

Muchos desean llegar a la verdad, pero sin pagar el precio difícil de encontrarla. No, ellos ya vienen con la verdad bajo el brazo.

¿Qué hacer entonces?

Subirle la parada a la discusión política. Ser tenaz y a la vez paciente. Persuadir en lugar de gritar u ofender. Demostrar, en lugar de presuponer apresuradamente. Ser generosos al discutir. Prevalecerá siempre el mejor argumento, no importa que sea desdeñado --temporalmente-- por la teatralidad de la exageración y el facilismo mediático.

1 comentario:

  1. Muy bueno Alfredo... Yo agregaría 2 aspectos al debate: 1.) Detrás del discurso político está la ideología y ésta siempre es un lecho de Procusto...dependiendo de las circunstancias unas veces tratará de adaptar su corpus de ideas a lo que suceda en lo real y otras ajustará lo real para que quepa en su cuerpo ideológico... y 2.) Las "deficiencias" que aludes del discurso político actual tienen mucho que ver con el simple hecho de que quienes emiten los discursos NO SON POLÍTICOS... Recordemos que la cultura del espectáculo, Baudrillard mediante, tiene un amplio escenario en lo político y eso se evidencia en el discurso... Un abrazo

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