sábado, 28 de noviembre de 2015

Abril raro

Carlos Otero Blanco


Luis Soler

Era un día de abril raro. Raro como suelen ser los sueños. Desde que me levanté me pareció que todo estaba fuera de lugar pero a la vez todo parecía estar en su sitio. Me di cuenta apenas abrí las persianas de la sala y la claridad no me causó ninguna molestia en los ojos. Había como un filtro de luz en el ambiente y todo parecía ser el reflejo de un espejo viejo que ha perdido el azogue. No podía precisar si hacía frío o calor; el cielo no estaba ni despejado ni nublado y no se escuchaba ningún ruido ni algarabía en las calles. La chimenea de la fábrica de cemento soltaba un humillo blanco intermitente formando una enorme costura en el cielo. Negrita, mi perra, no ladró a las palomas posadas en el alero que habrían salido revoloteando asustadas como siempre que se abrían las ventanas. Estaba echada a mi lado lamiendo una figura china de yeso. Definitivamente era un día muy diferente. Tanto, que no escuché gritar a Violeta, la vecina del apartamento de al lado, en su sección de sexo matutino con marido de turno. Tampoco sentí la asquerosa y desagradable peste proveniente del tanque de basura situado justo en los bajos de nuestro balcón, y que cada mañana inundaba la casa de fetideces. Para colmo de rarezas me fijé que las plantas de mi suegra, sembradas en improvisadas macetas hechas con botellas plásticas de Coca Cola cortadas a la mitad, finalmente reconocían la llegada de la primavera. Entre sus hojas brotaban unos preciosos botones de marpacífico rojo.
Respiré y sentí el penetrante olor de la nada inflándome los pulmones al punto que me dieron ganas de vomitar.

Desayuné un vaso de café claro con azúcar prieta y unas galletas de sal medio zocatas que encontré milagrosamente encima de la mesa. Salí con la prisa de quien escapa y no sabe de qué, de quién ni de dónde. Con sigilo me encaminé rumbo a casa de Maritza. Bajé por la calle Lugareño y al llegar a la esquina de la farmacia vi que había un gran cartel en la puerta que decía: Se acabó el colirio. Llore y use sus propias lágrimas como gotas oculares. No, pensé, no era para nada un día común. Las pocas personas que vi por la calle a esa hora de la mañana parecían estar ausentes de sus cuerpos y la alegría que mostraban sus rostros eran como mascarás de papel maché. Saludaban a nadie en particular y sus gestos, sus movimientos, eran teatrales, especie de kabuki tropical. Al atravesar la calle Montoro una cola interminable de personas con jabas de nylon azul colgando del brazo, daba vuelta a la manzana. Le pregunté a una señora qué era lo que vendían allí: Tiempo, hijo, venden tiempo; toca una quincena por persona —respondió amablemente. Lo curioso es que, sin pensarlo dos veces, ya me dispusiera a incorporarme al final de la fila para comprar la porción de tiempo que me tocaba. Pero entonces una pionerita salida de la nada, masticando su pañoleta roja como si fuera goma de mascar, me dio unos tironcitos al pulóver recordándome con un gesto mudo del mentón que debía apurarme en recoger a Maritza.

Seguí caminando hasta llegar al parque La Pera y noté una nube grisácea cubriendo exactamente el área de la alameda central. Siempre escuché decir que este parque era el único en Cuba que tenía las cuatro estaciones del año; de hecho, estábamos en primavera y todos los árboles estaban florecidos. Lo raro es que desde la suntuosa Ceiba del centro, las majaguas, los ficus y hasta los almendros, todos estaban copados por un solo tipo de flor: marpacífico rojo. Los viejitos asiduos que leían el periódico o animadamente conversaban de pelota y de política, esta vez estaban demasiado quietos; parecían estatuas de cera, inertes, como sujetos a los bancos. Había demasiado silencio. Solo se escuchaba el sonido proveniente de un pequeño radio de pilas que sostenía en el regazo uno de los ancianos. Fijándome en ellos descubrí que tenían la mirada velada, como perdida en la lontananza, en dirección a un punto entre la tarja erigida con motivo de la visita del principado de Asturias y el abandonado cine Maxim. Tal vez ni siquiera miraban hacia ese punto, porque noté que los ojos agrietados de estos viejos estaban cubiertos por una opacidad cristalina muy parecida al blanco velo de las cataratas. A pesar de la escena espelúznante, sus expresiones no eran macabras; estaban suavizadas por cierta ternura. Quizás miraban hacia atrás, refugiados en algún lugar benevolente de sus pasados y no a la desesperanza del presente. No pude divisar a Andrés, un viejito flaco y desgarbado como un garabato que siempre me saludaba cariñosamente.

Lo busqué por todo el parque y al no verlo me dirigí a Fefa —la anciana chismosa y vivaracha que hablaba más que una cotorra— porque ella que sabía la vida, obra y milagro de todo el mundo en el barrio, tal vez pudiera orientarme. La hallé apartada en un extremo del parque, sentada sobre un viejo columpio de gruesas cadenas de acero, y le pregunté por Andrés. Trabajosamente levantó su mirada repleta de niebla y sin mover ni un solo músculo del rostro me dijo con aspereza: Andrés se ha muerto de hambre, murió de hambre. Bastó que dijera esto para que el resto de los ancianos iniciara una acoplada letanía de susurros coreando al unísono: De hambre, de hambre, murió de hambre. Vi que Fefa comenzaba a columpiarse con la ligereza de una niña y luego con más fuerza. Su boca se abría desmesuradamente mostrando las encías púrpuras y sin dientes. Poco a poco Fefa fue incrementando su balanceo con tal fuerza que las cadenas del columpio comenzaron a chirriar como si fueran a reventarse de un momento a otro, lanzando expedita a la anciana por los aires. Pero sucedió que los pies propulsados de Fefa, alcanzaron la nube gris que había sobre el parque, perforándola y produciéndole un agujero del que salió un aguacero repentino que inundó todos los alrededores haciendo del parque una isla verde con sus maniquíes viejos, dóciles, mirando la nada. Mientras más llovía, por los bordillos de las aceras se precipitaba una peligrosa corriente de agua que amenazaba arrasar con todo.

Cuando escampó miré hacia los árboles; las flores de marpacífico se desprendían y volaban rumbo al norte como una bandada de pájaros incandescentes. Algo más raro aún sucedía cuando de las alcantarillas comenzó a brotar una masa cárnica cuyo olor nauseabundo atrajo a decenas de perros callejeros que, al tratar de comerla, quedaban atrapados desapareciendo en ella sin dejar rastro. El nivel del agua ya había alcanzado la zonas más bajas del parque formando unas pozas lo bastante profundas como para que muchos de los ancianos comenzaran a ahogarse pasivamente, en una especie de suicidio colectivo. Súbitamente, unos niños negros semi desnudos y descalzos llegaron hasta la enorme Ceiba y comenzaron a jugar chapoteando por donde corría el agua. Con los pies destupían las alcantarillas permitiendo que el nivel de las aguas bajara dejando al descubierto sobre la acera, miles de caracoles y conchas marinas. Todo parecía volver a la normalidad. A través de unos viejos altavoces pertenecientes a la fábrica de tabacos se escuchaba un fragmento del sermón del monte: Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.

Fue entonces cuando la tierra enojada, comenzó a temblar y a abrirse. Las grietas eran tan grandes que se fueron tragando uno a uno a los ancianos ahogados. Recordé que en abril la tierra se abre con mucha facilidad esperando la copula de las aves que traen semillas en las plumas; pero no se veía ni un solo gorrión por los alrededores.

Retrocedí asustado, y apurando el paso me alejé de allí. Jadeando llegué a la casa de Maritza. Para recuperar el aliento me senté en uno de los escalones al tiempo que me preguntaba ¿qué me estará pasando?, como quién duda de si está despierto o dormido, cuando alguien me tocó por el hombro. No sé qué sentí cuando vi a mi lado al viejo Andrés, supuestamente ahogado unos minutos antes. Con los ojos cerrados me zarandeaba con una mano mientras que la otra mano se la llevaba a la boca pidiéndome algo de comer. Abría la boca desdentada y abría los ojos con las cuencas vacías. La pionerita también reapareció con la mano derecha abierta sobre la frente en saludo militar frenético, proclamando: Pioneros por el comunismo, ¡seremos como el Ché! El viejo aprovechó mi distracción con la niña para registrarme las ropas. En uno de mis bolsillos encontró, no sé cómo, un cartucho de galletas zocatas. ¡Maná, maná del cielo!, gritaba feliz. Avisada, una turba violenta que se desgañitaba en consignas comenzó a acercárseme con la evidente intensión de hacerme daño. Vi que venían todos: la gente que hacía la cola interminable dispuesta a asfixiarme con sus bolsas de nylon azul; los ancianos inermes del parque salían de las tumbas con los puños crispados contra mí.

Resultaba chocante que la gran Violeta, mi vecina voluptuosa y gritona en la cama, se acercaba libidinosamente con sus enormes tetas descubiertas. Dos policías que ese preciso momento llevaban preso a un ladrón, lo dejaron escapar, para acto seguido correr tras Violeta que a su vez corría hacia mí con el pecho al aire. En un gesto automático de supervivencia me llevé las manos a los bolsillos del pantalón y comencé a sacar cartuchos y más cartuchos de galletas zocatas que lanzaba a la multitud que cada vez estaba más agresivamente cerca. Casi a punto de alcanzarme la turba, por una esquina del parque salió un mulato gordo y sucio gritando a todo pulmón: ¡Caballero llegó el vino espumoso!

Con idéntico automatismo la muchedumbre frenó en seco, dio media vuelta en dirección al camión-pipa aparcado a un lado de la tabaquería. Suspiré aliviado; aún asustado y con espasmos estomacales subía la escalera cuando la pionerita tiró de mi brazo y con mirada pícara me dijo: Llévame contigo chico, anda, yo te dejo tocarme el pipi igual mi papá y los amigos de mi papá. Ya se disponía a levantarse la faldita roja del uniforme, cuando desperté gritando y empapado en sudor. Tembloroso y espantado me di un baño rápido y salí con la misma sensación de huida que había soñado. Afuera había un típico día de abril. Dos policías llevaban maniatados a un ladrón de bicicletas, y la voluminosa Violeta desde su balcón puteaba con el bodeguero que subía al Chevrolet del 57 rojo desteñido; a un costado de la tabaquería, unas cien personas con bolsas de nylon azul colgando de los brazos, hacían una inmensa cola en espera de vino espumoso. En los solares yermos las grietas en la tierra esperaban la llegada de las primeras lluvias de mayo y a los pájaros con las alas cargadas de semillas. El fantasma de la inopia recorría las calles de La Habana y la miseria se enseñoreaba de la cotidianidad, mientras yo iba rumbo a Guanabacoa a consultarse con un Babalawo. Igual que en el sueño, los viejos del parque escuchaban bajito la emisora enemiga Radio Martí, quietos como estatuas, las miradas perdidas en el tiempo.

jueves, 26 de noviembre de 2015

domingo, 22 de noviembre de 2015

Enrique Gay García: memoria y despedida

Vía Ileana Fuentes
 
Foto: Giselle Santalucci
 
"Nací en las montañas de la Sierra Maestra. Mi madre me decía: 'Enriquito, por qué no terminas tu bachillerato y haces la universidad? Te vas a meter a ser artista y vas a pasar más hambre que un chivo amarrao'. Pero qué va, yo no podía con las matemáticas, porque a mí lo que me gustaba era la arquitectura en aquella época. Me refugié en la escuela de arte donde yo me sentía más cómodo, donde los profesores me decían: 'Tú vas a llegar'. Cuando terminé la escuela me fui a México, interesado en la técnica del muralismo. Con Siqueiros trabajé en la ejecución de unos murales. Yo no estaba interesado en la escultura en esos tiempos; yo pintaba. Mi pasión por la escultura nació en Cuba, donde yo había hecho algunos ensayos sobre fundición, pero se desarrolló después que salí de allá, y a través del amor a lo físico. Una de las primeras cosas que hice en Italia fue meterme en una fundición, así que cuando llegué a Estados Unidos, ya tenía bastante experiencia. Soy un obrero, me gusta trabajar con el martillo; detesto sentarme a hacer una acuarela con un pincelito. Yo creo que todo eso tiene sus raíces en mi niñez, cuando yo era un muchacho del campo". - Enrique Gay García en entrevista realizada en 1986, para Outside Cuba/Fuera de Cuba: Artistas cubanos contemporáneos. Del libro homónimo Outside Cuba/Fuera de Cuba: Artistas cubanos contemporáneos Ileana Fuentes, Graciella Cruz-Taura & Ricardo Pau-Llosa, Editores. Ana Hernández-Porto, Inverna Lockpez & Ricardo Viera, Colaboradores. New Brunswick | Miami: Rutgers University & University of Miami, 1988, p.142 

Nota sobre exequias (Vía Demi-Arturo Rodríguez): Las honras fúnebres del maestro de la vanguardia cubana Enrique Gay García se realizarán hoy domingo 22 de noviembre de 2:30 p.m. a 4:00 p.m. en Valles Funeral Home, 12830 NW 42 Ave., Opalocka, Fl.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Buen viaje, Maestro

Jesús Rosado

En horas de la noche de ayer falleció el pintor y escultor cubano Enrique Gay García, figura imprescindible en el panorama de la vanguardia plástica cubana.

                                                            Untitled (2003)

Nacido el 15 de enero de 1928 en Santiago de Cuba, mostró desde su adolescencia una fuerte vocación por las artes plásticas. Cursó estudios de pintura y escultura en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro entre los años 1950 y 1955. Allí recibió clases de renombrados profesores como Domingo Ramos y Leopoldo Romañach. Posteriormente continuaría estudios, en 1957, ingresando en el Instituto Politécnico en México, para estudiar las técnicas y secretos de la pintura al fresco. Al terminar, regresa nuevamente a Cuba.

Entre 1960 y 1962 se desempeña como director de la Escuela-Taller de Artes Plásticas José Joaquín Tejada Revilla y también como director del Taller de artesanía en el Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT), ambos en Santiago de Cuba. En 1962, recibe una beca otorgada por la UNESCO para estudiar en el Instituto de Arte en Venecia y en la Universidad de Perugia, Italia. Este paso por Europa dejaría una huella permanente en el resto de su obra. Decepcionado ante el rumbo tomado por el proceso político en Cuba, decide no regresar. Vive en Europa y Canadá antes de pasar a establecerse en New York.

Participó en las Bienales de Sao Paulo de 1961 y 1963 y en numerosas exposiciones colectivas e individuales. Su última gran muestra en solitario tuvo lugar en la galería del West Campus del Miami-Dade College, curada por el coleccionista Gustavo Orta, la cual resultó ser un recorrido abarcador por los soportes y discursos estéticos que cubrió su extensa trayectoria.

                                                           Cariatide (1980)

El trabajo de Gay García, tanto en escultura como en pintura, se coloca en un difuso borde entre lo abstracto y la figuración. Valiéndose de impecable factura técnica y una vigorosa poética, el artista encauza sus inquietudes hacia la concepción de construcciones equilibradas, distantes de lo que él mismo denominaba “tormenta en el arte”. Aunque no solía identificar públicamente posibles influencias en su obra, sí se confesaba ferviente entusiasta de la obra de Willem de Kooning.

En el expresionismo abstracto de Gay García se mezcla la sofisticación formal lograda por unas manos que dominan magistralmente los recursos técnicos con el espíritu naíf característico del hombre de campo afín al elemento natural. Ese legado, que en lo escultórico es marcado por la espontaneidad filtrada, el manejo armonioso de las proporciones y la elegancia, y en lo pictórico muestra una tendencia controlada hacia la pintura gestual, no sólo ha cautivado el gusto de los coleccionistas sino que ha ejercido influencia en las generaciones más recientes de artistas.

Su obra se encuentra en numerosas colecciones privadas y forma parte del patrimonio permanente de instituciones como el Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana, el Museo de Arte Contemporáneo de América Latina (OEA) en Washington, el Lower Art Museum de la Universidad de Miami, el Museo de Arte de Fort Lauderdale, la Biblioteca Pública de Miami-Dade, la Academia Vermont, el Miami-Dade College, entre otras. En 1983, recibió el prestigioso premio de la Fundación Cintas.

Torso (1993)

El documental de Ana Azcuy, Gay García Casting Bronze, realizado en 1978, esboza algunas facetas de la vida y obra de este relevante artista santiaguero, quien era uno de los últimos representantes aún vivos de aquella vanguardia intermedia del siglo pasado que terminó de insertar a Cuba en la modernidad. Una escultura suya del Padre Félix Varela se conserva hoy día en el Instituto San Carlos de Key West.

El artista se había radicado en Miami desde mediados de los setenta.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Viernes 13 en París


Dantesco, atroz, espeluznante. Calificativos y espanto sobran. Y mientras más progresa la noticia mayores son las dimensiones de la barbarie. ¡Más de 140 inocentes muertos! Centenares de heridos. El terror sembrado en millones de mentes. ¿Dónde estaba la bondad divina esta jornada que ha sido burlada por manos genocidas? Hoy París dejo de ser fiesta y no lo volverá a ser por mucho tiempo. (pulsa NYT)

leibniz contra spinoza, un capítulo olvidado de la metafísica racionalista


atRiFf

un capítulo único en la historia de la metafísica racionalista es la bronca entre los dos gigantes Leibniz y Spinoza sobre el problema de la contingencia (y claro, por tanto de la necesidad).

¿quién ganó? depende del lado de la historia que uno se pronuncie.

la negación de la contingencia es un lugar estratégico en la batalla que Spinoza lleva contra la tradición teológica y metafísica: con ella se pone en juego la creación, la libertad divina, la libertad humana, la responsabilidad, incluso la moral, el milagro y la gracia. 

se trata de una proposición con una intención polémica sin precedentes en el racionalismo, prueba de ello es tanto el escándalo de los contemporáneos de Spinoza, como en la tradición que sigue.

leyendo las Opere postume del filósofo holandés tan pronto como se las remite Schuller, Leibniz comenta:
La demostración es oscura y precipitada, conducida a través de las proposiciones precedentes precipitadas, oscuras y dudosas. 
añade:
La negación de la contingencia es un lugar estratégico en la batalla que Spinoza conduce contra la tradición teológica y metafísica:
el asunto depende de la definición de "contingente", escribe Leibniz:
... considero contingente aquello cuya esencia no implica la existencia. En este sentido las cosas particulares serán contingentes según Spinoza mismo por la proposición 24. Pero si asumieras la contingencia según la costumbre de ciertos escolásticos, ignota a Aristóteles y (…) al uso de la vida, como aquello que sucede sin que pueda darse en ningún modo la razón del porqué haya sucedido así más bien que de otro modo, y cuya causa, puestos todos los requisitos tanto internos como externos, ha sido igualmente dispuesta a actuar que a no actuar, considero que tal contingente implique una contradicción.
se supone que para Leibniz "contingente" es aquello cuya esencia no implica la existencia. entonces, las cosas producidas por Dios serían contingentes también para Spinoza, que afirma en la proposición 24 de la primera parte que "la esencia de las cosas producidas por Dios no implica la existencia".

así parece que Spinoza entiende el término "contingente" cuando afirma que Dios no es una res contingens, que es una manera de afirmar que la esencia de Dios implica la existencia sin embargo, a continuación de la demostración Spinoza, usa el término contingente en el segundo sentido dado por Leibniz, como "aquello que sucede sin que pueda darse en ningún modo la razón del porqué haya sucedido así antes que de otro modo", en la terminología spinoziana, indeterminado.

repasemos brevemente la primera parte (habla Spinoza):
... una vez afirmada la existencia necesaria de la sustancia (pr. VII) y la existencia necesaria de dios (pr. XI), spinoza demuestra que no hay otra sustancia además de dios (pr. XIV) y, luego, que todas las cosas que son, son en dios (pr. XV): cosas de las que dios mismo es causa eficiente (pr. XVI, cor. I) e inmanente (pr. XVIII). afirmada la productividad inmanente de dios nada puede darse en la naturaleza de contingente– indeterminado:
esta contingencia es más radical que la propuesta por Leibniz. las cosas no son contingentes porque su esencia no implica la existencia necesaria, sino porque la misma esencia depende de dios junto a la existencia, no es pensable sin la productividad inmanente de dios; dicho en otros términos, no se da una esencia posible de las cosas, de los universales lógicos, llevada a la existencia de la productividad inmanente divina, pues la esencia es, en realidad, todo uno con la existencia; podríamos decir, forzando el texto, que la esencia no precede, sino que sigue a la existencia, es su contragolpe.

el escolio de la proposición XXV es importante:
dada la naturaleza divina, de ella deben concluirse necesariamente tanto la esencia como la existencia de las cosas; en una palabra: en el mismo sentido en que se dice que Dios es causa de sí, debe decirse también que es causa de todas las cosas. 
¿en qué sentido Dios es causa de sí? Spinoza había escrito: "Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza sólo puede concebirse como existente". la causa de sí entonces presupone una relación de implicación lógica. sobre la base de esta definición Spinoza concluirá en la proposición VII que "a la naturaleza de una sustancia le pertenece el existir". Spinoza parece aquí demostrar la existencia de Dios en la la tradición de la naturaleza de la substancia. es decir, a la sustancia "le pertenece el existir". luego en XI, añade que "Dios […] existe necesariamente", confiriendo una suerte de anterioridad lógica a la esencia divina, entre cuyas perfecciones estaría necesariamente incluida la existencia.

por tanto, cuando Spinoza dice que "en el mismo sentido en que se dice que Dios es causa de sí, debe decirse también que es causa de todas las cosas" lo que está diciendo es que en la esencia de Dios está implicada su existencia, en el mismo sentido en que estaría implicada la existencia de las cosas. sin embargo, en la proposición 20 Spinoza afirma que "la existencia de Dios y su esencia son uno y lo mismo".

Leibniz desaprueba este enfoque de Spinoza, es decir, que "todo se reduzca a mostrar que la existencia y la esencia de Dios son una y la misma cosa (en cuanto la esencia de Dios implica la existencia)" y añade:
Lo que resta ha sido añadido como aparato vacío para dar al conjunto la forma de una demostración. Los razonamientos de este tipo son muy comunes entre aquellos que no poseen el verdadero arte de demostrar. 
fuerte crítica.

pero en realidad Leibniz no realiza que la repetición spinozista da lugar a un desplazamiento conceptual significativo: la esencia no precede a la existencia desde el punto de vista lógico, precisamente porque el plano lógico no es dado --y es probablemente este aspecto que el viejo Leibniz no comprende, definiéndolo "oscuro".

estamos en presencia de un movimiento inverso respecto al que producirá Leibniz en la demostración de la existencia de Dios. en Leibniz se requiere como primer paso la posibilidad lógica de Dios, esto es, la no contradicción de su esencia. Leibniz va de la posibilidad lógica a la esencia, y de la esencia a la existencia (puesto que Dios es posible, existe necesariamente).

el razonamiento de Spinoza es distinto: se reabsorbe la esencia en la existencia, negando la anterioridad lógica de la primera respecto a la segunda: la esencia y la existencia de Dios son un solo y mismo hecho. La relación entre esencia y existencia es invertida respecto a Leibniz, precisamente porque no se trata de una implicación lógica entre ellas, sino de pura identidad. la esencia no es para Spinoza una posibilidad, sino pura potencia, 

tal y como es expresado en la proposición 34:

... la potencia de Dios es su esencia misma.

no se trata de un punto menor. es una diferencia de principio.

desde ahora en Spinoza no existe la oposición entre cosa necesaria y cosa contingente, en el sentido en que la primera se define como aquello cuya esencia implica la existencia y la segunda como aquello cuya esencia no implica la existencia (como pensaba Leibniz).

el mismo movimiento teórico que reabsorbe la esencia divina en su existencia– potencia, trasformando la implicación lógica de la causa sui en un hecho, reabsorbe la esencia de las cosas en su existencia, haciendo tanto de la esencia cuanto de la existencia de las cosas un producto de la potencia divina. La necesidad que liga la esencia divina a la propia existencia, es la esencia y la existencia de las cosas, por tanto no es de orden lógico.

Leibniz no podía darse cuenta del elemento revolucionario en esa definición spinozista. pertenecía a otro paradigma. acaso no podía olvidar aquel encuentro en La Haya en 1676, cuando Spinoza y él discutieron por tres días --algo que Leibniz siempre le restó importancia). de aquella discusión, Leibniz redefinió su metafísica en oposición consciente, aunque con frecuencia encubierta a la metafísica de Spinoza.

lunes, 2 de noviembre de 2015

La Música Cubana de hoy: Conversación con el crítico cubano Joaquín Borges Triana, martes 10 de noviembre, MDC


La Música Cubana de hoy: Conversación con el crítico cubano Joaquín Borges Triana

¿Cuáles son las vertientes de la música en Cuba en el siglo XXI? ¿Por qué cayó la timba ante el reguetón? ¿Qué es el rap cubano? ¿Dónde quedan las vertientes más tradicionales de la música cubana como el son, la guaracha y el bolero? ¿Cómo pinta el jazz en la Cuba actual? ¿Cuál es el estado de la música clásica en Cuba? Estos y otros temas de interés serán tratados en forma de conversatorio.

Presentador: Alfredo Triff

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Joaquín Borges Triana es acaso el crítico de música más destacado en la Cuba de hoy. Borges Triana escribe para publicaciones cubanas como El caimán barbudo, La Jiribilla y CubaDebate entre otros. Actualmente mantiene una columna en Juventud Rebelde titulada "Los que soñamos por la oreja". Entre sus muchos libros figuran: Alguien nos está observando (1994), Rock a la española (1995), La vida es un divino guión (2007), La luz bróder, la luz, (2009), Músicos de Cuba y el mundo: Nadie se va del todo (2013). Borges Triana es redactor de la revista El Caimán Barbudo.

Alfredo Triff es profesor titular de Filosofía de Miami Dade College y profesor adjunto de Historia del Arte en UM. Ha sido crítico para The Miami New Times, The Miami Sun Post y El Nuevo Herald. Ha publicado Pulpa (2001), Miami Arts Explosion (2007), e Hígado al ensayo (2012).

Martes 10 de noviembre 7:30pm
Miami Dade College, Wolfson Campus 
Room #7128 (primer piso del edificio #7 del recinto)
Parqueo y entrada gratis