Jorge Moya, ese amigo entrañable, nos ha permitido acceder al material visual que CANY atesora del Padre Miguel Angel Loredo. Teníamos cierta premura reflexiva en torno a ese legado pues cuando falleció el apreciado sacerdote todos los obituarios se enfocaron en la faceta biográfica ligada a su actitud patria. Comprensible. Pero, era lamentable obviar la sensibilidad ya no del teólogo o del hombre apegado a un activismo cívico, sino la de una honda vocación que compartía la incertidumbre de Deleuze sobre si las ciencias del pensamiento habrían aportado algo a la pintura o si a la inversa cabía “la posibilidad de que la pintura tendría algo para aportar a la filosofía”.
Lo cierto es que la obra pictórica que nos deja Loredo toma distancia de la práctica doctrinal y cubre los accidentes subjetivos de un artista sin academia pero genuino. Sus abstracciones transitan a través de la frontera de lo imaginable y lo intangible, pero asumiendo un lenguaje exento de referencias teocráticas. Es una mirada metafísica que penetra más allá de las apariencias buscando acomodo entre mundo interno y entorno táctil a través de la mancha de color, las formas sugerentes, los espacios sin intervención y las convergencias o desencuentros de las líneas. Son (des)construcciones sencillas nutridas de adyacencias, congruencias y fugas que intentan expresar la armonía de lo inmaterial con la solidez.
En su caso, toda mística subyacente se ha domesticado en la estética de un creador intuitivo que poco le preocupan los destinos intrincados de la imagen. Pinta desde la visceralidad y basta. Es lo inevitable en el pintor humanista espontáneo. Con la peculiaridad de que en el caso de Loredo está dotado de una matemática natural para establecer los nexos espaciales y cromáticos capaces de traducir un discurso íntimo gestado desde la exploración cognoscitiva y el pulso de poeta. Contradice a Shopenhauer en eso de que “toda obra de arte se dirige propiamente a mostrarnos la vida y las cosas tal como son en realidad”. Su búsqueda serena absorbe “la cosa” (como le llamaría el polémico Triff) no como está estructurada sino como la condensó contemplándola y procesándola en el escarceo con las herramientas lúdicas que en una hora afortunada descubrió. Es decir, Loredo registra la metaforización de las cosas y las despoja de sustancialidad, pero sin renunciar a su preexistencia. De ahí, que los ángulos y las densidades de la materia no perezcan en el intento abstraccionista.
Pero donde asombra realmente Loredo es en su Broken Hydrant in a Rainy Universe (2002), logradísimo óleo donde hallamos licuadamente disimulado el sustrato referativo de las luces mundanas de Childe Hassam. La obra es observación paralela a la misión levítica. Crónica urbana. Percepción actualizada de un bohemio que fluye equilibradamente entre intérprete de la escena urbana y fabulador extrasensorial. Esta obra es lo mejor que podía sucederle a un sacerdote que se redescubre en la pintura. Tras la sotana se atreve a la recreación laica de la inmediatez y exhibe la capacidad vanguardista de exaltarla con otra perspectiva alternativa dentro del misticismo. Clara evidencia de que junto a la experiencia clerical creció consistentemente el corazón del hombre. Y con el del hombre, el de un artista innovador.
Un texto preciso, justo. La mIstica y la cañerIa rota para expresar el mundo, su mundo. RI
ResponderEliminarMuy bueno Jesús. Resumes la forma lorediana en pocas palabras. El alma de Laredo se lo merece (eso viniendo de un escéptico que bordea el ateísmo con disfrute).
ResponderEliminarNo sé por qué "Broken Hydrant" se me hace crónica urbana pero solo si pasamos por la sustancia neoplatónica, claro, pasando por la forma espacial de un Matta. La guía son las "almas" iluminadas, más difuminadas, casi albuminadas. Lo veo como una alegoría agustiniana; no la "Ciudad de Dios", que Loredo estará habitando ahora sino -y para encontrarme contigo- el "barrio de Dios" que disfrutó aquí en la tierra.
Sí, Rosie, Loredo artista se merece mucho más que estas palabras de Tumiami, pero algo es mejor que el silencio que se guardó en torno a su obra al fallecer.
ResponderEliminarVálida tu percepción, AT. La visión de Loredo viaja hacia el estado de gracia y me parece lúcida la conexión que haces con el texto docto de San Agustín. No obstante, me seduce pensar que la sublimación lorediana también transita por la trama pagana donde alguna vez le tocó habitar antes de su despedida. Esa condición de lindero interdimensional que no llega a someterse a la totalización éterea es lo que hace interesante las formas del pintor-sacerdote.
ResponderEliminarBuen ensayo. Vuelas y además vuelves a volar. Lo desconocía con sinceridad
ResponderEliminarUn abrazo
Amílcar
Lindo texto para una obra tan respetable y de tanta poesia
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