martes, 23 de noviembre de 2010

La muerte de Pavlidis

Ilustración: Perros en el bosque, de José García Cordero (1995).

Alcides Herrera

Estaba pensando en esa actriz. Me vio dos veces (ambas coinciden con las dos veces en que, viéndola, no pensé en ella). La primera yo estaba ayudando a M. a transportar un pedazo de escenografía, una especie de silla eléctrica con adiciones; aunque habría cargado esos hierros gratuitamente, M., siempre tan generoso, me había pagado in advance; la segunda vez que me vio, yo terminaba de “actuar” por dinero en cierto lugar. Ayer la actriz formó la siguiente oración: Pavlidis es un vago. ¿Habrá querido decir “incierto” –es fácil no expresarse como yo- o es que le gustaría verme en la Construcción, en el sudor fantástico, en el karma de otros? Nada me gusta más que trabajar, pues el placer que el cuerpo siente, y el espíritu en él envasado, preso, cuando llegan las cinco de la tarde y junto a los proletarios marco la tarjeta, es sólo comparable con el sueño en que subo al Cielo sin remordimientos -un sueño mejor que tirarme en paracaídas un 11 de abril, que caer desde el cielo. ¿Así son las actrices? ¿Así de vanos son mis pensamientos? A veces los apunto. No desayuno a veces.

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El verdadero sueño de los perros es tierno en verano. En otoño te va a distraer la caída lenta de las hojas (son miles, son infinitas y sólo una cae dos veces); en invierno te convertirás -es triste decirlo- en un egoísta que únicamente piensa en la frialdad de su culo provisional, en calentarlo, en el vértigo que causa la muerte entre los comunes. Un tigre no puede morir solo. Yo no sabría cómo demostrarlo, tan ocupado en diseñar mis zapatos de piel, en retirar la arena de tus ojos. Pero ayudando en eso de las remodelaciones, que nunca llegan a ser la Construcción, aún bajo las órdenes de M., mi pensamiento, que normalmente se basta a sí mismo y no necesita una completa, se eleva sobre las casas de la ciudad y, mientras pide paz mundial, olvida su secreto, los pormenores de la Misión, y se convierte en hijo bastardo de su Espíritu. Yo cuento palabras como alguien afuera simplemente cuenta los días, los huele y compara con su piel -frente al martirio real, frente a vaquitas que no son de este mundo. Hoy no hay amor más grande. Y Pavlidis decide quién va al Cielo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Y quien carajo es Pavlidis?

Anónimo dijo...

Ano no conoces a Pavlov? Tocate la campanita.

Los relatos de Maurice Sparks dijo...

"Los bolígrafos grises son seres traviesos y malcriados. A veces pudieran resultar simpáticos, sobre todo cuando uno se ha dado unos tragos de más y no tiene otra cosa que hacer..."

Lea el resto aquí:

http://losrelatosdemauricesparks.blogspot.com/2010/11/los-boligrafos-grises.html

Saludos.

Anónimo dijo...

Alcides es la poesIa fresca, y genial de Miami. Simplemente. RI

Anónimo dijo...

que aburrivlidisk me a' entra'o leyendo la muela esta!