sábado, 24 de abril de 2010

Pas de trois


Ernesto González

Un día se propiciaron las condiciones que Macusa había estado aguardando. Le dijo a Raidel que le había comprado el encargo. —Mañana mismo lo fumamos —respondió él apretándola en sus agradecidos brazos de bonitero (pescador de bonito)—. Mañana mismo, ¿verdad, teniente? Esa noche Raidel y el teniente llegaron temprano. Macusa cerró la puerta de la barraca y se tiraron en el suelo a fumar. Como era usual, la tertulia giró acerca de que el hombre era hombre y por tanto distinto de la mujer. Como era usual, Macusa protestó, aunque fue menos aparatosa: la breva empezaba a exhalar sus efectos igualitaristas y solidarios. La mujer es un ser humano, después de todo, dice el teniente, tiene derecho a disfrutar la vida. Es verdad, confirma Raidel y da una fumada. Pues claro, cojones, suelta Macusa. Lo que tiene que haber es respeto, retoma el calvo. Eso, eso, afirma el bonitero (pescador de bonito), si quiere gozar, que goce, pero con respeto. Y así se ponen de acuerdo en dos o tres tópicos de esa índole.

La mulata conversa observando las reacciones de sus contertulios; se acomoda entre ellos y empieza a juguetear. Los dos tipos están sin camisas, sudorosos. Ella respira ambos sudores, pasa la mano por las pieles, se moja en las dos epidermis. Besa por aquí, por allá, por acullá. Já, já, se ríe. Se atrabanca entre el pecho lampiño y poderoso del bonitero de Caibarién y la rubia pelambrera pectoral, igual de poderosa, del teniente. Está excitada, húmeda, no aguanta más el deseo de dar un lengüetazo a la enorme tetilla auroleada de amarillo del calvo —mucho mayor que un peso macho, Puti, uhh, muchísimo mayor, tendrías que verla—, quien lejos de molestarse porque el hombre es distinto de la mujer, deja escapar un suspiro. Macusa, de un mordisco, se prende abiertamente al peso macho, y succiona, besa, lengüetea la protuberancia rosada, el redondel, el monte amarilleado que la circunda.

Con las manos acaricia las tres tetillas restantes. Va de una tetilla a otra acariciando con dos de sus dedos la tetilla que libera de su boca. Apalancada por el fumar, Macusa salta de la blancura de Raidel al monte soleado del teniente —las cuatro tetillas se encogieron, Puti, se pusieron del tamaño de un medio, y como ellos no dijeron nada yo seguí en lo mío. Macusa siguió alocada de pecho en pecho, prendida, de tetilla en tetilla, abrazando el lomo blanquísimo del bonitero, besando, mordisqueando su cuello de toro, el cuello del calvete —le saqué pa’ fuera el “mandao” al teniente, Puti, qué mandao tiene, te hubieras muerto viendo el “mandao” de ese calvo. Le sacó el mandado a Raidel también. Juntó los dos mandados —no, no—, sí, sí, y se los metió juntos en la boca. ¡Me “cabieron” en la boca, Puti, no sé cómo, no lo sé, cómo lo voy a saber, pero me “cabieron” los dos “mandaos” juntos en la boca!

Las caras de los dos hombres están cercanas. El bonitero, turulato, como adormecido. El calvo, despierto, mirando la boca colorada de su subordinado, la perfección de su dentadura, sus tetillas encogidas, aquel mandado gemelar al suyo, aquellos dos mandados que por unos segundos salían de la boca de la mulata, pegados, glande con glande, intercambiando sus líquidos, escapando por unos segundos de las fauces que de inmediato volvían a engullirlos. De súbito, uno de los penes empezó a estregarse contra el otro, a vibrar, obligando a su enorme gemelo a hacer lo mismo. Macusa levantó la vista sabiendo de antemano de quién había partido la iniciativa. El teniente estaba besando los hombros del bonitero, gemelares en complexión a los suyos, los mordía moviéndose, vibrando todo él, gimiendo —ya estás en lo que querías, teniente, ya te complací, pero no te lo cojas completo, yo también tengo derecho—, hasta eyacular torrencialmente en la boca de la mulata y salpicar su cara, besando, arañando el lomo blanquísimo y el cuello de toro de su amigo, el bonitero de Caibarién. Las fumadas inducían en el bonitero un amodorramiento que, paradójicamente, no disminuía su lascivia. En esa humeante atmósfera, Macusa alcanzaría a disfrutar hasta de diez y doce orgasmos continuos.

Desde que los tres se enredaban en el camastro, Raidel cerraba los ojos. Ella se le sentaba encima y se empezaba mover como una descocada —motor fuera de borda, fuera de sí—, procurando compulsar hasta el último poro del bonitero, ávido pescador de sexo que acababa atrapando en sus redes todas las fases y los tiempos, la combustión y las mociones, la compresión y los escapes de las carnes oscuras y portentosas de la mulata. —¡Ay, no, Raidel, ya! Esto no es una competencia ni ná. Qué va. Oye, no te hagas el dormido. Coge, coge y fuma un poco, anda. Coge, coge una cachá tú también, teniente. Mientras saltaba y se hundía en el talle blanquísimo del pescador, Macusa succionaba vorazmente la verga del calvete parado en la cama, con sus pies apoyados en los maderos del extremo del bastidor, encima de la cabeza de Raidel, cuyos ojos, en ocasiones, se abrían imperceptiblemente echando una ojeada a las inigualables nalgas que le quedaban a unas pulgadas de su cara, a la verga rubia que tragaba Macusa, al monte de hierbas, tupido y soleado, que era el cuerpo de su superior militar.

Como los orgasmos de Macusa son ya siempre del orden de la docena, el calvo se cansa de estar encaramado y se sienta al borde de la cama. La mulata siente que agarran el sexo que la está penetrando; entonces, apoyándose en el poderoso pecho que tiene delante, se empina moviéndose arriba únicamente, hundiéndose menos en el pubis blanco, para que el teniente se complazca palpando a sus espaldas. Quince orgasmos tuvo la incansable mulata, una de aquellas madrugadas de mucho alcohol y muchas fumadas. Por delante, la lampiña blancura de Raidel. Por detrás, arqueado, la penetra el rubial peludo. Macusa siente dentro de sí el ritmo de ambos bálanos, casi rozándose, quizás separados por alguna tripa que ella hubiera querido extirparse con antelación, preparando esta hora única. Los dos hombres, lo lampiño y el rubial, lo blanco y lo enmarañado, se descargaban en lo negro, moviéndose incansables, dándose completos.

Una noche Macusa ve que el bonitero parece muerto del cuello de toro para arriba, y aprovecha aquella rara semiinconsciencia para dirigir la seductora operación que había estado madrugando en su mente. Desde la posición que el teniente había tomado para internarse en ella, sólo demoró unos minutos antes de acomodarse para a su vez acomodar una de las vergas en su esfínter, estando su vagina ya llena por la otra. Desde esa postura a la mulata le basta con sacarse el sexo del bonitero y atraerlo hacia el cercano ano del teniente. Estira la mano y así lo hace, y comienza a «darle brocha». Con unas cortas brochadas el calvo se dilata, y ella misma introduce al bonitero en el cuerpo de su superior. Muy revuelta —filmando, Puti, como tú dices, estaba creiza, como loca, vaya—, permanece en medio de aquel triángulo que ella parte por su grado cuarenta y cinco.

Aspavientosa, jadea, dice malas palabras, algunas en lengua yoruba y también buenas. Insiste en dar la imagen de que no hay nada fuera de lugar, aunque en realidad tiene ganas de pararse a contemplar, desde el centro del cuarto, la totalidad y certitud de aquella posesión tan postergada. Contrario a su costumbre, Raidel termina rápidamente. Contrario a su costumbre, gimotea: pinga, coño, carajo, pinga. En tanto, el teniente se masturba y empapa su propia y encendida pelambrera pectoral. Enseguida, cautelosa, sin esperar siquiera el cese de los suspiros y las palabrotas, Macusa retoma los bálanos aún endurecidos, empapados de humores, y los relocaliza en los sitios de donde jamás debieron haber salido

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Candela...

Anónimo dijo...

La tipa se dio cuenta pa lo que estaban, rapido. Ya ahora mas nunca hablan mal de las mujeres.

Anónimo dijo...

Pa'que no jodan más con la mulatona multiorgásmica. Lo sacó directamente del manual militar, ... en zafarrancho de combate, cualquier hueco es trinchera :-) Saludos.

MI

Anónimo dijo...

No es asi terminan 99.9% de las feministas y de los machistas?

Yucki Qink A. Sco
S&G

Anónimo dijo...

Why?!!?!?

Anónimo dijo...

Tremenda recholata Ernesto. XXX total y tan bien narrado. Se hace la boca agua. RI

Alfredo Triff dijo...

Macusa succionaba vorazmente la verga del calvete parado en la cama, con sus pies apoyados en los maderos del extremo del bastidor, encima de la cabeza de Raidel, cuyos ojos, en ocasiones, se abrían imperceptiblemente echando una ojeada a las inigualables nalgas que le quedaban a unas pulgadas de su cara,

E.G. como siempre. Si eso no es erótica deliciosa...

Anónimo dijo...

El tipo estA fajao consigo mismo. Ta'bueno LeOn. RI

Anónimo dijo...

Tremendo buen escritor hablando basura. Que malgasto! Uffff.

Comentartista deportivo dijo...

Doblepingazo palo moralitas: Desublimación desrepresiva o la abuela de los realistas sucios.

Un dedo del medio hacia arriba para este guión.

Anónimo dijo...

Comentarista...si, es la pelicula perfecta para que vean tus hijos, sobrinos y nietos. Right!